González de Cardedal, Olegario: Al ritmo del diario vivir. Cultura, política y ciudadanía. PPC, Madrid, 2007, 396 páginas. Comentario realizado por José Manuel Burgueño.
No hay muchos teólogos que asuman la responsabilidad social de saltar al ruedo de los grandes medios de comunicación y exponerse desde ahí al examen de la opinión pública. Y menos aún, de la talla del profesor y académico Olegario González de Cardedal. Durante su vida laboral activa, entre los años 1975 y 2000, publicó en todos los periódicos de tirada nacional casi ciento ochenta artículos, una selección de los cuales se recogió luego en un tomo titulado La palabra y la paz, 1975-2000 (PPC, Madrid, 2000). El presente volumen recopila los publicados desde esa fecha hasta 2007, que aparecieron básicamente en dos diarios: ABC y El País. Un total de 75 artículos de muy diversos temas, desde política, ética, educación o teología, hasta las figuras de Juan Pablo II, Laín Entralgo, Unamuno o Ratzinger.
La actualidad es, como parece obligado en un periódico, punto de partida para la mayoría de sus artículos: una efemérides, como los 40 años del Vaticano II, el primer aniversario del papado de Benedicto XVI o el medio siglo de la muerte de Teilhard de Chardin; un acontecimiento reciente como el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York o la beatificación de Carlos de Foucauld; un debate abierto en la opinión pública, como la mención de las raíces cristianas de Europa en su Constitución, la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, el matrimonio del príncipe Felipe con una mujer divorciada, o la posible renuncia de Juan Pablo II al papado por su enfermedad. Todo sirve para la reflexión. Se agradece que Fernando Martínez Vallvey, que asume la tarea de recopilar los artículos, los haya ordenado temáticamente y, dentro de cada tema, por orden cronológico de aparición.
El autor se atreve con libertad y valentía a tomar postura desde su humanismo cristiano en cada asunto, aportando una valiosa, profunda, sólida y argumentada reflexión. Y así, igual detalla los motivos por los que critica determinadas actuaciones en política educativa, que razona por qué cree que Wojtyla debía retirarse, o es capaz de cambiar radicalmente su opinión sobre Hans Küng tras leer su autobiografía.
Con un estilo a la vez denso y claro, las páginas de este libro están llenas de un pensamiento contundente, difícilmente contestable, construido desde la serenidad y la meditación del vastísimo bagaje intelectual y cultural de un académico de Ciencias Morales y Políticas y uno de los teólogos españoles vivos de referencia. Parte a menudo de hechos concretos, acontecimientos inmediatos o anécdotas, para elevar su discurso, haciendo con frecuencia uso del recurso de la pregunta –no siempre retórica–, hasta llegar a principios fundamentales. Otras veces, sin embargo, el camino es el contrario: arranca de una declaración de principios que luego va desgranando para llegar al punto de aplicación a la actualidad que le interesa. Llama la atención la continua referencia al número tres, que no sólo le sirve para titular seis de los artículos, sino que repetidamente (en al menos otros doce artículos) lo usa como referencia estructuradora de su esquema mental para articular su pensamiento.
Quizá el artículo más significativo, que puede recoger simbólicamente la esencia del autor, es uno publicado en ABC en 2003 que, con elementos narrativos, consuma la simbiosis entre cultura y teología, el saber del mundo y el saber de lo eterno. «Naturaleza, historia y Dios nunca han sido alternativa para un ser humano sensitivo y pensativo. Cultura, ciencia y fe tienen un origen común y un común destino. No en vano, nuestro vocabulario castellano enhebra en la misma raíz la relación con la naturaleza (cultivo), con el espíritu (cultura) y con Dios (culto)» (p. 170). El artículo es «La cátedra y la campana», toda una metáfora en la que la espadaña y la campana de la derruida ermita de Cardedal se ubicaban, en 1916, en la recién construida escuela, y con el paso de los años, al convertir la vieja escuela en casa rural, el propio autor llega a tiempo de recoger mapas, libros, cuadernos, tinteros y compases, pero rescata con especial emoción el sillón del maestro: «¿Qué hacer con él? Convertirlo en astillas para alimentar el fuego habría significado para mí astillar mi alma, negar un siglo de historia, olvidar a quienes desde él enseñaron y a los niños que, hacia él mirando, aprendieron. Lo he recogido, limpiado, curado contra la carcoma y, al no saber de otro destino mejor, lo he llevado a la iglesia, para que sirva de cátedra desde la que se parte el pan de la palabra (evangelio) y el de la vida eterna (eucaristía). Ni el sillón puede encontrar mejor destino final, ni la iglesia puede recibir mejor préstamo, que es don y reclamación para que desde allí la voz de la cultura humana y de la presencia divina resuenen conjugadas en sinfonía fraterna» (p. 171).
Este sacerdote abulense no da recetas ni normas concretas. En su aportación al pensamiento sobre lo que es y debe ser el periodismo, en la «Carta a un periodista amigo», premio Ramón Cunill, que sirve de epílogo al libro, él mismo explica: «Lo que he querido ofrecerte son puntos de mira y perspectivas de fondo» (p. 385). Valdría para todos sus artículos. Tertulianos mañaneros y opinadores urgentes no son ya precisos en nuestra sociedad. Lo que hace falta son sabios y pensadores que, con intensidad serena, reflexionen sobre el curso del diario vivir y el devenir cotidiano y nos den, como hace Olegario González de Cardedal en sus artículos, esos «puntos de mira y perspectivas de fondo» que ayuden al lector a «descubrirse afectado por la sociedad de la que viene, en la que está y a la que se debe», que es como «la persona se realiza plenamente» (p. 193).
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