Powell, John: ¿Por qué temo amar? Superar el rechazo y la indiferencia. Sal Terrae, Santander, 2007. 110 páginas. Comentario realizado por Rosario Paniagua.
Leemos en la contraportada del libro que el verdadero amor exige olvidarse de uno mismo. Muchas personas pronuncian la palabra «amor» sin entender su auténtico significado y sin ser capaces de amar profundamente. La prueba decisiva del verdadero amor es el olvido de uno mismo. Si queremos amar de verdad, hemos de preguntarnos si utilizamos o no a las personas en provecho propio, para satisfacción de nuestras necesidades.
Es una obra breve y de fácil lectura, ordenada en cinco capítulos a través de los cuales el autor hace un recorrido por temas clave sobre el amor: Invitación a amar; El dolor humano en un mundo sin amor; La autoimagen; El proceso de maduración; Aprender a amar.
El autor es jesuita, licenciado en clásicas, inglés, psicología, filosofía y teología. Catedrático emérito de la Loyola University de Chicago, su ciudad natal, es autor de 20 libros traducidos a varios idiomas, entre ellos: Amor incondicional; El enigma del yo, guía del autoconocimiento; Por qué temo decirte quien soy (éstos han sido publicados por Sal Terrae).
En el primer capítulo señala que el acto esencial de la religión es el amor. Los fariseos le preguntan a Jesús cuál es el mandamiento mayor de la ley, y su respuesta es: «...amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...» (Mt 22,36-39). Dios es amor y trata de comunicarse, de difundirse, de compartirse con todos. Los seres humanos que se sienten amados tienen ventajas para amar; sin esta experiencia vital, difícilmente se suscitará una respuesta amorosa. «...En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él dio su vida por nosotros... » (1 Jn 3,16.) Encontrar a Dios en los demás resulta costoso, y se le encuentra bajo distintas apariencias: «...porque tuve hambre y me disteis de comer...» (Mt 25,35ss).
En el segundo capítulo se detiene en el tema del dolor, que tarde o temprano aparece en la vida, no siempre aliviado por el amor de los demás. El amor recibido es esencial para la maduración; de lo contrario, la persona permanecerá encerrada en sí misma y no comprenderá el amor de Dios sobre ella. El peso de la infancia es capital en el desarrollo posterior; somos moldeados por los acontecimientos de la vida, sobre la base de los primeros años, en los que la carga afectiva juega un papel decisivo. El autor va haciendo un recorrido por diversos dolores que pueden presentarse, como los estados de ansiedad (miedo irracional a un objeto desconocido), el complejo de culpa (sensación obsesiva de maldad moral), el complejo de inferioridad (sensación de ineptitud como persona). En esta última situación, la persona se vive agobiada por falta de valía y autoconfianza.
En el tercer capítulo trata de la autoimagen, que viene determinada en gran medida por la opinión de los demás. Hay mecanismos de defensa del ego que se emplean para protegerse de la ansiedad y los complejos de culpa e inferioridad, que son máscaras detrás de las cuales se vive aislado y alejado de todo contacto con los demás. Los psicólogos hablan de dos niveles de la mente: el consciente y el subconsciente (somos conscientes de unos contenidos e inconscientes de otros). Cuando no podemos afrontar algún acontecimiento de nuestra vida, lo suprimimos; y cuando descubrimos una actitud que no nos gusta, la reprimimos. Reflexiona el autor sobre la transferencia (como proceso subconsciente mediante el cual transferimos nuestras necesidades a otros). Plantea el beneficio de renovar las motivaciones y centrar la mente en aquellos a quienes tratamos de servir y ayudar; la amistad y la comunicación tienen efectos muy satisfactorios y constituyen excelentes espacios de expresión auténtica.
En el cuarto capítulo se aborda el proceso de maduración. Casi todos los signos de inmadurez se caracterizan por su «convergencia» en el yo. Las pautas de la madurez se reconocen, entre otras cosas, por salir hacia los demás, marcarse objetivos realistas y lograr una estabilidad emocional. El autor distingue la madurez intelectual, que se caracteriza por la capacidad de formarse una opinión propia respetando la opinión ajena, pero no cediendo a ella. La madurez emocional, que se caracteriza por la aceptación de las emociones y la capacidad de mantenerlas bajo un control razonable. La madurez social, que se caracteriza por la capacidad de salir hacia los demás, relacionarse bien y tener amistades. La madurez moral, que se caracteriza por la estima de los valores morales y la capacidad para vivirlos. La madurez, en suma, es un proceso en evolución y está marcada por altos y bajos, crecimientos y retrocesos; no es lineal.
En el quinto capítulo el autor centra la reflexión en aprender a amar, para lo cual propone la autoaceptación y el vivir confiadamente y con determinación de acompañar al otro en las dificultades. La clave de la madurez está en dar amor, más que en buscarlo; el único modo de romper el círculo del ego es despreocuparnos de nosotros mismos y ocuparnos de los demás. El amor hace crecer en la dirección que la vida nos lleve; éste es el desafío que plantea reiteradamente el autor. Alude al mandamiento nuevo: «que os améis los unos a los otros» (Jn 13,34.); «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos»: el amor busca únicamente el bien de los otros; para lo cual hay que tener una gran motivación. Además, el precepto cristiano concluye: «en esto conocerán que sois mis amigos».
Es un libro breve, de fácil lectura, y el propósito del autor es señalar cuál es el verdadero amor, advirtiendo de algunos peligros que impedirán vivirlo en plenitud, haciendo referencias a la Palabra y al Amor de Dios como paradigma a seguir y subrayando como negativo el excesivo amor a uno mismo, lo que impedirá vivir en comunión con los demás.
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