Rocamora Bonilla, Alejandro: Nuestras locuras y corduras. Comprender y ayudar a los enfermos mentales. Sal Terrae, Santander, 2007. 182 páginas. Comentario realizado por Rosario Paniagua Fernández.
La idea central de estas páginas es que la separación entre locura y cordura es una línea muy tenue, como el horizonte que separa el cielo y la tierra, que en cualquier momento podemos traspasar. Es un intento de reflexionar sobre algo ajeno, pero que en algún momento puede ser propio: la locura. Estas páginas están repletas del sufrimiento de personas que caminan junto a nosotros. El libro pretende acercarnos con respeto, afecto y comprensión al mundo inaccesible del malestar psíquico para poder comprender mejor nuestras locuras y corduras.
La salud está constituida por la armonía del cuerpo y la mente; cuando el equilibrio se rompe, surge la enfermedad en el cuerpo o en la mente. Con la llegada de Freud se percibe al ser humano como una unidad (cuerpo-mente) y se defiende la interacción de ambas realidades: éstas son los dos raíles por donde discurre la vida de las personas y en las que se articula al mismo tiempo la «vinculación» con el medio y con los otros así como la «separación» como capacidad de soledad y autonomía; ambas experiencias han de estar equilibradas, pues de lo contrario se produce la desestructuración.
La enfermedad es la presencia de un «agente patógeno», y la mirada terapéutica ha de centrarse en todo el individuo. La enfermedad no es simplemente una situación de crisis del sujeto, sino que repercute en todo su contexto; la atención integral humanizadora no consiste en atender al enfermo en todas sus parcelas, sino en estar abierto a los mensajes del sufriente, entrando en relación con los sentimientos del mismo para «recorrer juntos» el camino que la enfermedad sugiere; y este camino ha de recorrerse con la compañía de todos los próximos. El encuentro terapéutico ha de producirse desde la totalidad de profesionales con la totalidad del paciente.
La diferencia entre locura y cordura es una línea que en cualquier momento se puede desdibujar; el tránsito de una situación a otra se hace sin solución de continuidad; estar en una orilla o en otra depende de que se produzca un acontecimiento. No existen cuerdos y locos en estado puro, sino que se va saltando de un estado a otro. La enfermedad mental es un proceso complejo en el que intervienen aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Las vivencias infantiles son muy importantes, pero no determinantes; las circunstancias adversas de la vida pueden ser «modificadas», pues, de no ser así, caeríamos en un fatalismo; lo definitivo no está en las «vivencias traumáticas», sino en cómo las asume el individuo.
Para Freud, la persona sana es aquella que es capaz de amar y de trabajar. La enfermedad mental es una «mirada» alterada que va desde la necesidad imperiosa de que otro «me mire» (estado neurótico), pasando por «no puedo mirarme» (estado depresivo), a «me miro y no me reconozco» (estado psicótico). El neurótico no se gusta tal como se ve; el depresivo no puede verse; y el psicótico se ve dividido, como si se mirara con unas gafas partidas. Por ello el terapeuta, ante el neurótico, ha de tener una mirada confiada; ante el depresivo, una mirada comprensiva; y ante el psicótico, una mirada integradora.
El autor va haciendo un recorrido por las distintas patologías, perfilando las características de cada una de ellas e introduciendo abundantes casos prácticos de una experiencia profesional de más de 25 años. Uno de los grandes valores del libro es la claridad del lenguaje, asequible a lectores no especialistas en psiquiatría. Son de mucha utilidad las pautas de ayuda a los familiares que rodean al enfermo mental. Insiste en la disponibilidad y la escucha atenta, en no descalificar nunca al enfermo, en hacerse cargo del sufrimiento que soporta, en procurarle un entorno estable y comprensivo. Este apartado es fiel al subtítulo del libro: «comprender y ayudar a los enfermos mentales».
Para finalizar, señala que en el VI Congreso Nacional de Psiquiatría se puso de manifiesto que hay en la actualidad unos 400 millones de personas aquejadas de enfermedades mentales (en España son alrededor de 800.000), lo cual significa que tres de cada diez personas pueden desarrollar a lo largo de su vida algún trastorno mental. Las previsiones para el futuro sitúan a la cabeza la depresión, la adicción a Internet y la ansiedad a consecuencia del paro. Aparecen también nuevas patologías, como el mobbing, los malos tratos, el burn out, las adicciones, el síndrome de Diógenes, la emigración, el síndrome de ama de casa, de la jubilación, de los abuelos, del cuidador... El umbral de sufrimiento psíquico está bajando, y la gente acude al psiquiatra para encontrar la felicidad como «buscadores de oro»; el terapeuta sólo podrá ayudar a encontrarla, la tarea ha de hacerla el paciente cuando tiene capacidad para ello. La felicidad se encuentra en las cosas concretas, sencillas y cotidianas, y sólo se hace posible desde la capacidad que se tenga de compartir con los demás las penas y las alegrías. En una palabra, vivir desde una perspectiva real y armónica: no hay otro camino.
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