Camus, Albert: La peste. Edhasa, Barcelona, 2010. 351 páginas. Traducción de Rosa Chacel. Comentario realizado por Carlos Maza Serneguet.
Hay libros en los que la metáfora es tan evidente como los hechos mismos que nos cuentan. No se trata solo de narrar una historia con valor por sí misma, sino de que esa historia evoque otra, que es, sin duda, la decisiva. Entonces, el contexto de la lectura se vuelve mucho más importante y moldea para el lector de hoy el significado del libro. Este es el caso de La peste, probablemente una de las novelas más leídas y releídas durante esta pandemia de la Covid-19. Unos tiempos de confinamiento, enfermedad y muerte que nos han hecho asomarnos a estas páginas con una mirada distinta, seguramente mucho más centrada en lo médico y en lo sociológico que en lo político.
Aunque durante estos meses hay quien ha recuperado la retórica de la guerra para dar aliento ante la dificultad, lo que prima facie quedaba subrayado en La peste no era esa metáfora del mal que siempre vuelve, esa especie de virus de la civilización que es la barbarie y la violencia. No aparecían tan claras, como imágenes dibujadas con limón sobre las hojas, las siluetas del nazismo. Lo que se ponía en primer plano al comenzar nuestra lectura eran las calles y las gentes de una ciudad, Orán, que vivía despreocupada y ligera ante la posibilidad de la tragedia, ni siquiera imaginándola. Sensación en la que se incide muchas veces al principio de la