Mastrofini, Fabrizio: Cómo afrontar los problemas de la vida familiar. Ni castillo ni prisión. EDE, Madrid, 2016. 150 páginas. Traducción de Mercedes Corral. Comentario realizado por Aitana Monge Zapata.
La felicidad humana no procede de la ausencia de problemas sino de nuestra capacidad para enfrentarnos a ellos. Ciertamente, no podemos evitar que surjan conflictos y complicaciones en nuestra vida familiar, y ofrecer herramientas para la resolución de los mismos es precisamente lo que se propone el autor.
En la primera parte del libro (aproximadamente la mitad de las páginas) el periodista y psicólogo Fabrizio Mastrofini resume las distintas teorías sobre psicología aplicada a la familia: sistémica-relacional, psicoanalítica y cognitivo-conductual. A pesar de presentar inicialmente esa división y subdivisión en escuelas, el autor insiste continuamente en la necesidad de analizar estas cuestiones desde un enfoque interdisciplinar y poliédrico que mejor se ajuste a la complejidad y riqueza de las relaciones familiares.
La segunda parte —subdividida a su vez en dos capítulos— es, si cabe, más interesante para aquellos que no nos dedicamos profesionalmente a la psicoterapia, a la catequesis o al trabajo social, ya que aporta los datos que pueden hacernos caer en la cuenta de que, ya que cada familia tiene su propia historia, sus dinámicas específicas, debe ser considerada como un sistema complejo y particular y no como una institución seriada. Por esta razón el autor recuerda que no vale con recurrir a las viejas estrategias para la resolución de los nuevos conflictos, porque cada momento del ciclo vital familiar requiere de una continua adaptación a los acontecimientos que los motivan y de un total respeto a las personas que la conforman.
Mastrofini no pierde de vista el hecho de que cada familia tiene su origen inequívoco en la pareja que —dejando sus respectivas familias— pasó a formar la suya propia. La pareja —entendida como elemento fundacional de cada familia— debe ir acogiendo a cada nuevo miembro, dejando que cada hijo ocupe su lugar, en una constante búsqueda de un equilibrio dinámico. Pero las estadísticas de divorcios y separaciones hablan del fracaso de muchos de estos intentos, de la dificultad del asunto y de la impotencia de sus actores.
Resulta muy ilustrativo el apartado en que se habla de las nuevas formas de familia que diversifican aún más una realidad ya de por sí suficientemente compleja (familias monoparentales, extensas con hijos de diversas uniones, de hecho, adoptivas, matrimonios mixtos, parejas homosexuales…). Encontrar el equilibrio pasa por evitar los extremos (permisividad, hiperprotección, autoritarismo, infantilización del adulto…), y es que la familia no debe ser ni castillo ni prisión, sino el ámbito propicio para la realización personal de todos y cada uno sus miembros, el nido desde el cual los hijos puedan alzar el vuelo en busca de sus propios horizontes.
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