Valero Agúndez, Urbano (coord.): Mujeres ignacianas. Sal Terrae, Santander, 2011. 224 páginas. Comentario realizado por María del Mar Carles Gassín.
A lo largo de la historia, hombres y mujeres han sido dóciles a esa fuerza de Dios en ellos y nos muestran con su vida cómo reconocerlo y seguirlo. Mucho tenemos que agradecer a aquellos que se tomaron en serio su vida de fe y, con sus búsquedas, intentos y respuestas, roturaron nuevas sendas de seguimiento.
San Ignacio de Loyola inició un camino que no se agotó en la Compañía de Jesús, sino que ha iluminado a muchas otras personas a seguir a Cristo de cerca, a conocerlo internamente y desde un amor apasionado (a veces, locura), a apostar por la Vida allí donde más se necesita.
Algunas mujeres, en distintos momentos de la historia, se encontraron con la escuela ignaciana de los Ejercicios. Ellas iniciaron nuevos caminos y, fieles al carisma recibido, fundaron Congregaciones religiosas inspiradas en el espíritu ignaciano, que todavía hoy sigue generando vida.
Urbano Valero, jesuita, estudioso de la espiritualidad ignaciana, ha querido recoger la vida de algunas de estas fundadoras de Congregaciones de espiritualidad ignaciana. Ha contado con la colaboración de un equipo de diez religiosas que nos acercan con hondura y sencillez a cada historia.
Es recomendable su lectura, pues hace mucho bien ver cómo en tan diferentes realidades se abre paso la fuerza de Dios y se concreta en respuestas tan novedosas como necesarias. Diez mujeres diferentes en cuanto a lugar de nacimiento, época, cultura, ambiente..., pero con algo en común: una experiencia del amor de Dios que les hace ponerse en camino y buscar cómo responder a ese fuego que sienten dentro.
Mujeres comprometidas, vivas, alegres, sencillas, capaces de romper barreras y expectativas sociales, familiares y eclesiales. No lo tuvieron fácil: muchas sufrieron el fracaso, la enfermedad, enfrentamientos y violencia. Pero Dios se hace fuerte en la debilidad, y eso parece ser lo que les ocurrió a estas vasijas de barro en sus manos. Corazones valientes, retadores, llenos de amor y deseos de «amar y servir» en todo. Atentas a las necesidades de cada tiempo, dando respuesta válida y novedosa a tanto grito silencioso, tantos corazones rotos y perdidos: desde la educación, la formación, el trabajo digno, el mundo obrero..., cualquier tarea era buena si acercaba a la gente a la bondad de Dios. Crearon nuevas respuestas y presencia de la Iglesia desde el carisma que cada una recibió. Algunas rompiendo la clausura, otras actualizando el mensaje en sus Constituciones, o manteniéndose firmes ante posibles fusiones o cambios de Constituciones que las diluían; todas entrando en el corazón del mundo, en medio de la pobreza, la ignorancia y el desconocimiento de Dios.
La experiencia de San Ignacio, peregrino incansable, buscador de la voluntad de Dios, dócil al Espíritu, las animó. La espiritualidad ignaciana les ofrecía un buen cauce de acercamiento al conocimiento interno de Aquel a quien querían seguir, y esa contemplación honda, libre y transformadora les dio alas para lanzarse al mundo con total libertad y entrega. Desde el discernimiento y la oración encarnada. Estas diez mujeres son:
– Juana de Lestonnac (Burdeos, 1556), fundadora de la Compañía de María Nuestra Señora.
– Mary Ward (Inglaterra, 1585), fundadora del Instituto de la B. Virgen María.
– Claudine Thévenet (Lyon, 1774), fundadora de las Religiosas de Jesús-María.
– Magdalena Sofía Barat (Joigny,1779), fundadora de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.
– Bonifacia Rodríguez de Castro (Salamanca, 1837).
– Juana Josefa Cipitria y Barriola (Andoain, Guipúzcoa, 1845).
– Vicenta Mª López Vicuña (Navarra, 1847).
– Dolores R. Sopeña (Almería, 1848).
– Rafaela M. Porras (Córdoba, 1850).
– Margarita López Maturana (Bilbao, 1884).
Sólo queda leer con atención este libro y, en medio de sus líneas, agradecer «tanto bien recibido» y animar a las que continúan haciendo vida cada carisma, para que lo vivan con ilusión, audacia, creatividad, libertad y confianza profunda, siendo verdaderas mujeres de Dios en medio de nuestro mundo, para «en todo amar y servir».
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