López-Baralt, Luce: El sol a media noche. La experiencia mística: tradición y actualidad. Trotta, Madrid, 2017. 264 páginas. Comentario realizado por Santiago García Mourelo (Universidad Pontificia Comillas, Madrid).
La paradoja y el oxímoron son dos de los recursos utilizados por todos los místicos de todas las culturas y credos, de todos los tiempos y lugares, para expresar la —en último término— inefable experiencia que los califica o, mejor, que los sustantiviza.
El título de la obra que recensionamos, El sol a media noche, es un claro ejemplo de ello. Tomado de uno de los versos de Annemarie Schimel (p. 236) y con fuertes evocaciones al místico sufí, Mawlānā Ŷalāluddīn Rūmī, la editorial Trotta ha reeditado por segunda vez, en su valiosa colección “Estructuras y Procesos. Serie Religión”, esta obra que, según reza la solapa de la portada, es calificada como un tratado de mística comparada.
Sus páginas son fruto del Seminario Internacional de Mística Comparada que organizó, en septiembre de 1993, el Centro Internacional de Estudios Místicos de Ávila. Han pasado años desde entonces y otros tantos Congresos y publicaciones —sobre todo en esta misma editorial—, han ido otorgando mayor consistencia, rigor y profundidad, a las inquietudes mostradas en el presente volumen. Por eso, aun sin llegar a compartir la calificación de “tratado”, reconocemos su inestimable valor, tanto por los temas abordados y su pedagogía expositiva, como por los testimonios directos que alberga.
La obra está compuesta por un mosaico de experiencias —diversas en su tratamiento y plurales por su aproximación—, armonizadas por dos inquietudes de fondo: explorar interdisciplinarmente algunas experiencias místicas provenientes de diversas tradiciones religiosas, o al margen de ellas, y, ante todo, actualizar la misma experiencia mística. Cuestión que, hace más de veinte años, era exigida por el contexto pluralista y postsecular que emergía y en el que estamos actualmente imbuidos.
Con estas dos pretensiones de fondo, nos encontramos con trece capítulos que pretenden lograrlas, así como cinco ilustrativos apéndices que enriquecen y completan el conjunto. Dentro de la variedad, encontramos algunos elementos sobresalientes, como la mística poética de Ernesto de Cardenal —dos capítulos—, la actualización poética del sufismo de la mano de Annemarie Schimel —un capítulo y dos apéndices— o el enigmático agnosticismo místico de Jorge Luis Borges —un capítulo y un apéndice—.
Junto a estas cuestiones recurrentes, encontramos una serie de capítulos dedicados a los “clásicos” de la mística cristiana, aún dentro de su heterodoxia, como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Miguel de Molinos o Thomas Merton; y otros que, sin poder agruparse, son bien relevantes, pues exponen cuestiones y corrientes como la del misticismo hebreo de Isaac Luria —con grandes aplicaciones en la actualidad—, el esoterismo de los moriscos españoles del siglo XVI, la valoración psicoanalítica del hecho místico, la samā o baile místico de los derviches giróvagos y, como broche del Congreso, las remembranzas de José Ángel Valente de la mano de Juan Goytisolo, como expresión del diálogo entre la mística de oriente y de occidente.
Por la naturaleza de estas líneas, resulta imposible acercarnos a la totalidad de las cuestiones abordadas en la obra. Sobre ellas, la editora, Luce López-Baralt, hace una sintética aproximación en el prólogo (pp. 14-21). Por eso, tan solo nos detenemos en algunos aspectos, a modo de reflexión. Nuestro ánimo es el de provocar el interés y la lectura a este acercamiento, singular y valioso, al hecho místico que tantos de nuestros contemporáneos anhelan y buscan, y tantas propuestas actuales se afanan por ofrecer.
Sin duda, la misma vida es ambigua, ambivalente y, no pocas veces, los acontecimientos que nos rodean revelan su equivocidad. De pocas cosas, a no ser por acuerdos previos, aunque sean tácitos, podemos hablar con claridad, rigor y exactitud. Con todo, la vida, para ser vivida, pasa inexorablemente por su comprensión, por la palabra que le da forma y la expresa. Aun con la debilidad que reviste toda palabra sobre el ser humano, nos es suficiente para poder realizar uno de los actos supremos de la vida, que es compartir. En estas coordenadas se inserta el hecho místico. Inefable por definición y esencialmente comunicativo. Paradójica situación para quienes en ello se han visto envueltos. Incapacidad real para expresar el encuentro sublime y revelador padecido, e incapacidad, no menos real, para retener el don que les ha sido otorgado.
Por ello, aunque cualquiera pueda decir una palabra desde su perspectiva, no todas tienen el mismo valor o, mejor, no tienen la misma capacidad para dar cuenta de la totalidad del acontecimiento. Así lo reconoce la psicoanalista A. M. Rizzuto: «como disciplina empírica la teoría psicoanalítica no está capacitada para afirmar ni negar nada en el orden del ser» (p. 65). Afirmación que se agradece y que conviene recordar en tiempos donde los injustificados saltos epistemológicos abundan, haciendo un flaco favor a la realidad que vivimos. Por suerte, el ser humano tiene otras formas de expresión, quizá menos exactas, científicamente hablando, y, por ello, quizá, más adecuadas para dar cuenta de la inexactitud que define al ser humano. Sobre todo, en lo que se refiere a su apertura a lo infinito, absoluto y transcendente.
La poesía, la prosa poética, la mirada teologal sobre la realidad, no exentas de compromiso y capacidad transformadora, o la misma danza, son, no solo formas que se aproximan con rigor a aquello que nos transciende, sino expresiones de la transcendencia que nos visita y nos habita.
En este sentido, cada capítulo de la presente obra, sin olvidar sus anexos, da buen testimonio de ello. Da igual el idioma, ya sea árabe, hebreo, castellano o inglés, porque el lenguaje de la poesía es universal; también, y hasta cierto misterioso punto, da igual el credo, ya sea cristiano, musulmán, judío o agnóstico, pues Dios los transciende y a cada uno los hace participar de su insondable verdad. Por eso, el hecho místico es algo, no solo que admirar, sino que estudiar y reflexionar; tanto para reconocer el valioso hilo dorado que enlaza a la humanidad, como para auscultar las formas culturales y religiosas que nos remiten al Verbo encarnado. Una invitación viva que el lector puede hacer suya al término de la obra, cuando brille el sol a media noche.
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