Sloterdijk, Peter: La herencia del Dios perdido. Siruela, Madrid, 2020. 280 páginas. Traducción de Isidoro Reguera. Comentario realizado por Carlos Maza Serneguet.
No es fácil clasificar el pensamiento de Peter Sloterdijk. Tampoco hay en él una voluntad de ser sistemático. Podemos imaginarlo —eso sí— escribiendo con una leve sonrisa socarrona, mientras pasa por la navaja de la observación y la reflexión “verdades” heredadas o impuestas por el ambiente cultural. En este libro, el filósofo alemán le da un repaso a lo que podríamos llamar “la herencia del Dios perdido”. Como si hubiéramos recibido legajos, fragmentos de una antigua creencia, y los escrutara con el fin de ver qué es lo que queda como posibilidad religiosa para la civilización y lo que de alguna manera ha sido falseado para siempre.
El libro toma nota en su primera página de algo que se ha desvelado con el tiempo: “nosotros, las civilizaciones, somos mortales”. La mortalidad no afecta solo al individuo, también lo hace a las culturas. Y lo religioso está dentro de ellas. Quizá echemos en falta en Sloterdijk el aliento de la experiencia espiritual que alimenta la fe —lo que de esta escapa siempre a cualquier explicación meramente psicológica o cultural—, pero no podemos negarle su capacidad para hincarle el diente a todo lo que la religión tiene de fenómeno “humano, demasiado humano”. En eso se revela heredero también de Nietzsche, aunque su ataque no resulte nunca tan demoledor y carente de piedad como el de algunos pasajes de aquél. Poseído por un ánimo similar, Sloterdijk se vuelve contra un cierto espíritu racionalista que “consiguió entrar en escena como fuerza dogmática”. Y sigue: “bajo su dominio se multiplicaron en demasía los seres humanos metafísicamente inmusicales y religiosamente analfabetos, apostados en esas construcciones de placas de hormigón armado de la desespiritualización, entre las que desdichadamente se encuentran hoy también, a menudo, las universidades, hasta el interior mismo de las facultades de filosofía”.
No cabe, pues, llevarse a engaño. Este no es un libro contra la religión, aunque en la colección de pequeños ensayos que lo forman encontremos títulos tan provocadores como El bastardo de Dios: la cesura-Jesús, o la crítica del origen de la trascendencia que encontramos en Innovaciones en la voluntad de creer, o un tono general descreído que convive con una suerte de respeto por lo ancestral y lo profundo.
Aunque como creyentes su mirada a veces nos parezca algo plana, reducida a procesos psicológicos y lingüísticos, o ciega para dimensiones clave del fenómeno religioso, hay que reconocerle su originalidad para abordar determinados temas (como cuando habla del cristianismo como “el ataque con mayor éxito al orden patriarcal de las cosas”). Sloterdijk nos sugiere, nos provoca (“Jesús de Nazaret, el hijo más terrible de la historia universal”) y nos invita a dialogar con él.
Las páginas de La herencia del Dios perdido transparentan —aunque sea tímidamente— a un humanista particular, para el que la religión forma parte de un background cultural encubierto. Con aires de Zaratustra nietzscheano, Sloterdijk se declara viviendo ya un Testamento Más Nuevo, compuesto por “el archivo de todo lo que no puede ser olvidado por la humanidad fragmentada en culturas si quiere colocar sus destinos futuros bajo un concepto enfático de civilización”.
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