Lapuente, Víctor: Decálogo del buen ciudadano. Cómo ser mejores personas en un mundo narcisista. Península, Barcelona. 2021. 272 páginas. Comentario realizado por Marta Medina Balguerías (Facultad de Teología, Universidad Pontificia Comillas, Madrid).
Muchos compartimos la preocupación por que el narcisismo se esté expandiendo por el mundo como un virus más contagioso y letal que el que estamos sufriendo con la pandemia del coronavirus. Víctor Lapuente parte de esta inquietud y explica en qué sentido ese desmedido afán por nuestro ego nos hace no solo peores personas sino también más infelices. Pero no se queda ahí. Como él mismo señala en el prólogo, “el libro está escrito a dos niveles. El primero es el prescriptivo: ¿qué podemos hacer para cambiar nuestras vidas? (…) Pero cada capítulo tiene un segundo nivel de lectura. Se trata de una propuesta analítica: ¿por qué el mundo es así?” (pp. 19-20). Por tanto, además de contestar que el individualismo narcisista es la respuesta a la segunda pregunta —y analizarlo en detalle a través de los diversos temas tratados—, el autor intenta ofrecer vías para superarlo y abrazar una forma de vivir más ética, comprometida y comunitaria.
Con todo, me parece interesante señalar que en realidad el segundo nivel de lectura es el punto de partida. Lapuente comienza haciendo una “radiografía” de las sociedades contemporáneas e intentando explicar cómo hemos llegado hasta aquí y por qué los valores que hoy priman son individualistas. De ese análisis brotan las diez reglas para ser mejor persona y ciudadano. En este sentido, no estamos ante un libro repleto de “moralinas” (creo que el autor quiere evitar precisamente eso), sino ante un análisis crítico de la realidad del que surge una manera de entender al ser humano y nuestro lugar en el mundo y una propuesta ética basada en ello.
Son varias las ideas clave de este ensayo, que lo van recorriendo como hilos con los que se teje el discurso de principio a fin. Mencionar brevemente el tema tratado en cada capítulo nos ayudará a asomarnos a estas ideas básicas, pues, aunque estemos ante “reglas” o consejos diferentes, entre todos ellos hay una profunda unidad.
El primer capítulo, “Busca al enemigo dentro de ti”, invita a la autocrítica y el autoexamen en lugar de la exaltación de nuestro ego, que ha ido erosionando la confianza en los demás —confianza que es la base de la sociedad—. “No te mires al espejo”, reza el título del segundo capítulo. En él, Lapuente señala cómo perder las ideas trascendentes —Dios, para la derecha; la patria, para la izquierda— ha desatado el individualismo que resulta de habernos endiosado a nosotros mismos.
En el capítulo 3, “Agradece”, se parte del hecho de que fue la cooperación lo que posibilitó la supervivencia de la especie humana. El autor sostiene que el instinto moral es algo innato en nosotros, que nos necesitamos unos a otros y que por tanto lo sensato es agradecer todo lo que los demás han hecho posible en nuestra propia vida.
El siguiente consejo es “Ama a un dios por encima de todas las cosas” (capítulo 4). En opinión del autor, una trascendencia impersonal es fundamental para que nadie se endiose y mantengamos todos la humildad necesaria para ser morales y construir adecuadamente la sociedad. Para Lapuente resulta fundamental que la trascendencia mencionada sea abstracta y no demasiado definida, pues, a su juicio, lo contrario nos hace divinizar algo concreto y construir, de esa manera, un ídolo. A esto dedica el capítulo 5, “No adores a falsos dioses”, donde contrapone el nacionalismo a la patria y el fundamentalismo a Dios.
Lapuente prosigue recomendando “Da a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César” (capítulo 6). Si el ámbito de lo trascendente es el propio del sentido, el de la política es, a su juicio, el del pragmatismo. El problema viene de mezclar ambos y no distinguir el lugar que corresponde a cada uno. Muchos radicalismos actuales se deben a buscar en la política un sentido que solo puede dar lo trascendente. Y si lo que se defiende al hablar de políticas es el sentido, habrá poco lugar para el diálogo y los pactos con quien tiene ideas diferentes, porque “va la vida en ello”.
El capítulo 7 anima a “Cultiva[r] las siete virtudes capitales: coraje, templanza, prudencia, justicia, amor, fe y esperanza” (es decir, las cardinales y las teologales). Frente a una exaltación de nuestras capacidades personales o “curriculares”, como las denomina el autor, se propone cultivar las virtudes elogiosas, encaminadas a ser una persona moral. Lapuente subraya que se debe buscar un equilibrio entre las virtudes, pues centrarse en una sola puede llevar al radicalismo. Hace además un símil interesante con la sociedad: necesitamos personas de izquierdas y de derechas, porque el equilibrio entre ambas hace bien a toda comunidad. En esta línea se sitúa el siguiente consejo, “Ponte en la cabeza de tu adversario” (capítulo 8), que invita a entender al otro, aunque tenga ideas muy diferentes. Las ideologías, cada vez más rígidas, evitan esto y dividen la sociedad en bandos enfrentados.
En “No te sientas víctima” (capítulo 9) se apuesta por recuperar la responsabilidad individual y no caer en la cultura de la victimización, que paraliza el avance de las personas y las sociedades porque, cuando todo es culpa de los demás, nadie es responsable de nada.
Finalmente, Víctor Lapuente expone la necesidad de “Abraza[r] la incertidumbre” en el último capítulo. Podemos poner lo que está en nuestras manos, pero no por ello podremos controlar lo que sucede en nuestra vida. Reconocernos como vulnerables y abrazar la incertidumbre es, además, el paso necesario para la verdadera valentía y la felicidad entendida como serenidad.
En suma, “el mensaje central de este libro es: aspira a algo trascendental (un dios o una patria) en lo personal, pero actúa de forma pragmática (al César lo que es del César) y no te dejes llevar por fundamentalismos” (pp. 155-156). Esa tendencia a lo trascendente, que no podemos poseer, nos hace humildes, nos mantiene en búsqueda constante y nos permite responsabilizarnos de nuestra vida y de la sociedad en la que vivimos, intentando poner lo mejor de nosotros en su construcción. A través de los diez consejos que nos brinda, el autor pretende aportar su granito de arena para sacarnos del narcisismo extremo en el que nos vamos hundiendo. Así, el peso del compromiso moral, lejos de hundirnos, es un “peso que eleva” (en palabras del autor) porque es la manera de encontrar sentido a la vida.
Recomiendo vivamente la lectura de este libro. El estilo es muy agradable y accesible y el autor proporciona numerosos ejemplos de todo tipo, que ayudan a entender las tesis que propone y que les dan credibilidad. Es un libro que da que pensar y cuyas reflexiones centrales no solo son sugerentes, sino muy necesarias hoy.
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