Hillesum, Etty: Escritos esenciales. Sal Terrae, Santander, 2011. 206 páginas. Introducción y edición de Annemarie S. Kidder. Comentario realizado por José Manuel Burgueño.
En 1943, la Alemania de Hitler ya había convertido el campo de concentración de Auschwitz en la maquinaria de exterminio más eficaz de la historia, capaz de eliminar, en sus cinco años de funcionamiento, alrededor de dos millones de prisioneros, en su mayor parte judíos. A finales de noviembre de aquel año, entre los miles de judíos que murieron allí, lo hacía también una joven holandesa de veintinueve años, cuyo testimonio histórico y espiritual, legado en forma de diario, la ha convertido en «heroína singular» (p. 11) de la época nazi, de la que fue víctima.
El diario que Etty (Esther) Hillesum escribió entre los años 1941 y 1943, publicado por primera vez en 1981 en Holanda y que ahora edita para Sal Terrae la pastora presbiteriana y profesora de teología en Detroit Annemarie S. Kidder, es la crónica de una transformación espiritual, del surgimiento del misticismo en una joven normal de familia media, con los problemas clásicos de una chica del siglo XX (libertad sexual, relaciones con los padres, depresiones...) en el contexto de los horrores de la Segunda Guerra Mundial.
La selección de textos realizada para esta edición, colocados en su mayor parte por orden cronológico, busca por un lado poner de manifiesto esa evolución del alma de Etty y, por otro, exponer con claridad su pensamiento sobre algunos de los grandes temas de la vida. Se agrupan bajo tres títulos: «El yo», en el que explora su paisaje interior, su corazón y su personalidad; «El mundo», el entorno en el que le ha tocado vivir; y «El yo y el mundo como un todo», puesto que Etty, como una auténtica mística, consigue ver el mundo interior y el exterior como un todo único.
Bajo el enorme influjo permanente y directo de dos personajes (su terapeuta Spier y el poeta alemán Rilke), y siempre con la experiencia o la ausencia de Dios de fondo, Etty va madurando afectivamente en sus escritos, mostrando en su diario una evolución muy evidente. Paulatinamente, va dejando de ser ella la protagonista sobre la que giran todas sus reflexiones, para permitir que lo sea el mundo exterior (la ocupación nazi, la guerra, la escasez) y el dolor y el sufrimiento de quienes la rodean. Cuando se da cuenta de que no puede cambiar ese mundo exterior, se centra en cambiar su mundo interior, prestando cada vez mayor atención a su alma y a su relación con Dios.
Etty describe en estos escritos cómo convierte la experiencia de dolor –concentrada primero en la muerte de Spier (que resulta ser una liberación para ella), pero extendida luego con la persecución y detención de amigos y familiares, y de ella misma, por los nazis–, en un proceso redentor de reconciliación con el mundo y superación de esa situación. «Sí –dice en 1942–, la vida es bella, y la aprecio de nuevo al final de cada día, aunque sé que los hijos de las madres están siendo asesinados en los campos de concentración. Y debes ser capaz de soportar tu dolor; aun cuando parezca triturarte, serás capaz de ponerte en pie de nuevo, pues los seres humanos son realmente muy fuertes, y tu pesar debe llegar a formar parte integrante de ti misma, parte de tu cuerpo y de tu alma. (...) Y si has dado al dolor el espacio que su tierno origen exige, entonces puedes decir verdaderamente: la vida es muy bella y muy fértil. Tan bella y tan fértil que te hace desear creer en Dios» (pp. 45-46).
Cuando habla de la belleza de la vida, no está haciendo una declaración meramente poética y sin implicaciones. Si puede hacerlo en sus circunstancias, es precisamente por que ha llegado a un estadio en el que es capaz, como decía san Ignacio, de «hallar a Dios en todas las cosas» (pp. 181-183). Al menos en diez ocasiones diferentes en esta selección de textos –y siempre en los escritos ya de la última etapa–, dice textualmente que «la vida es bella», y casi siempre, paradójicamente, vinculándolo al sufrimiento que la rodea: «Todo se reduce a lo mismo: la vida es bella. Y creo en Dios. Y quiero estar precisamente allí, en el grueso de lo que la gente llama “horror”, y ser aún capaz de decir: “la vida es bella”. [...] Ojalá estuviera allí, aunque solo fuera para dar a algunos de los miles de sedientos siquiera un sorbo de agua» (p. 203). Porque lo que ha llegado a encontrar es el sentido de su vida: contagiar su paz interior y su alegría de vivir, compadecer y acompañar a quienes sufren: «Nada me era ajeno, ni una sola expresión de pesar humano. [...] No tengo miedo de mirar al sufrimiento directamente a los ojos» (p. 204).
Teniendo en cuenta que el texto original es un diario sin pretensiones literarias, la presente selección de escritos de Etty Hillesum es suficiente para el objetivo de la publicación. En realidad, el texto del diario y las cartas de Etty Hillesum solo se publicaron en su integridad, inicialmente en holandés, y hace un par de años en inglés, en Canadá. La edición habitual que circula en más de una veintena de lenguas (Una vida conmocionada) no es más que la mitad del diario: algo lógico, ya que se trata de un texto muy largo, lleno de inevitables repeticiones y circunloquios, que se hacen especialmente patentes en la primera parte del bloque de textos. Empieza siendo una introspección personal cuasi-adolescente, que se convierte poco a poco en una auténtica oración, capaz de darle un sentido a su vida en medio de aquella aberración histórica. En conjunto, lo mejor del libro es que convierte al lector, por un lado, en testigo y espectador y, por otro, de alguna forma en confidente y cómplice de la transformación espiritual y afectiva de esta joven, su búsqueda de Dios en el Holocausto y el significado de la experiencia religiosa en la existencia humana.
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