Peña, Nancy y Schemoul, Gabriel: Mamohtobo. Dibbuks, Madrid, 2009. 96 páginas. Comentario realizado por Fernando Vidal (Universidad Pontificia Comillas, @fervidal31).
Una pequeña obra maestra
Un
buque oxidado en un viejo puerto pesquero industrial del Norte de Siberia. Así
comienza Mamohtobo. Quien mira
apoyado en la barandilla es el cocinero del viejo buque, que casi sólo cocina
bitkis, un preparado a base de patatas que cansinamente pone una y otra vez a
la tripulación. En la puerta de ese buque que aparece en la primera página del
cómic, están grabados los nombres de los tripulantes. El barco es el Morozenohe, al que el armador –el Sr.
Ivanov- le acaba de cambiar el nombre y ahora se llama simplemente Nº13. La cuestión de la suerte y los
nombres será importante en esta historia.
La
historia es una leyenda que conecta la actualidad con los más ancestrales
espíritus de los pueblos nativos originarios –los Dolgan-, que poblaban aquellas tierras. Efectivamente, los Dolgans
son un pueblo originario cuyos casi 8.000 supervivientes habitan en el
meridiano central de Siberia. En el libro un grupo de marineros despertará los
espíritus de una manada de mamut congelada en los hielos árticos y tendrá que
sobrevivir a su envite. Ese despertar de lo primitivo enterrado da soporte al
drama esencial de la historia: los pecados del pasado lejano emergen amenazando
nuestras vidas pero hay una vía de redención que pasa por la piedad, el
reconocimiento y la reconciliación. Pero para poder acceder a esa
reconciliación debemos recordar el cántico que la invoca y eso es lo que
parecen haber olvidado los hombres en la actualidad. Es una historia que
entronca con la tradición literaria de Dostoyevski y a la vez le da una gran
profundidad que conduce a los orígenes de la humanidad y, por ende, a la
esencia de la condición humana.
La
historia ha sido concebida por Nancy Peña, un reputado valor de la BD francesa.
El origen de su apellido nos lleva a una familia española que huyó de las
guerras carlistas a Argelia. Posteriormente la familia emigró a Marruecos,
donde obtuvieron la nacionalidad francesa. El padre de Nancy –que ya nació
francés- se emparejó con una marroquí y ambos se instalaron en Toulouse, donde
nació su hija Nancy en 1979. El padre es un gran aficionado al cómic y la madre
una lectora consumada, así que Nancy creció en un ambiente en el que arte y
literatura eran muy apreciados. No fue extraño que estudiara Artes y Oficios y
obtuviera fácilmente una cátedra de dibujo en 2001. Ese mismo año vio la luz su
primera creación, El gabinete chino,
en la que ella creó la historia y la dibujó. Cuando en 2009 publicó Mamohtobo, era la primera vez que no
ilustraba su propia historia.
Quien
la ilustró fue Gabriel Schemoul, un marsellés de origen judío, nacido en 1988. Mamohtobo era su primer cómic. Su estilo
parte de la escuela de Joann Sfar y, de hecho, participó en la animación de la
gran obra de Sfar, El gato del rabino.
Pero el estilo lo ha llevado más allá de su maestro. En relativamente pocas
páginas, los estilos que desarrolla son múltiples. Aunque uno solo es el
artista, parece que ha sido dibujado a siete manos distintas. Cada estilo va
marcando escenas y ritmos dramáticos. Hay una evolución que va haciendo los
dibujos más abstractos hasta que en el desenlace son planos de ovillos
enredados de tinta y manchas de colores desencajadas. En general, la principal
característica es la desincronización del trazo de rotulación de los contornos
y la mancha de color. Es un efecto de la voz plástica de Joann Sfar –el
dibujante judío francés de padres sefardí y hasídico- que Schemoul aprendió
para aplicar en El gato del rabino y
a partir del cual creó el arte de Mamohtobo.
Pero no hay una lógica que pueda corresponderse con la estructura vertebral del
relato. Más bien –salvo esa progresión a la abstracción- es hay alternancia
caótica. A veces el estilo cambia simplemente como el viento en medio de una
conversación (pp.5-6). La acuarela se
deja correr, humedece el papel y el comportamiento errático de la acuarela se
usa como recurso narrativo. La conclusión a la que llego es que los tramos de
estilo que va aplicando (he distinguido siete bien diferenciados en total) van
creando una sucesión volátil y fluida que recuerda al oleaje. Hay algún estilo
que se usa en una única página –que además no es crucial (p.6)- y el resto
vienen y van. Como la combinación de escenas que hace Peña, da una sensación de
que la narración y el lector están sobre un barco a merced de las olas
caprichosas.
También
es apreciable la presencia de rojos ocres que parten del óxido del buque y
parece que se extienden por el aire y los cuerpos de los personajes. Casi
mancha nuestra propia mirada. El rojo de muchas narices de los personajes
también remite al óxido pero sobre todo al frío siberiano, el vodka y quizás la
pasión o ira de cada momento.
La
técnica de desencaje de Sfar inspira pero este joven artista la lleva más allá.
Sin duda se huele la influencia de Chagall –el referente artístico de Sfar-. En
general el estilo aplica un primer paso de deconstrucción de forma, línea y
color; un primer momento cubista, acompañado de notas expresionistas que
emborronan personajes y embrollan las líneas que los dibujan para mostrar su
estado emocional interior.
El
pequeño libro –no alcanza las 100 páginas en un formato A5- tuvo un gran éxito
de crítica. En España fue acogido por Alitacomics (2010) como “una obra
maestra”. Era “un cómic inesperado del que ni habíamos oído hablar” pero que
convenció por su historia “repleta de imaginación, humanidad y emoción”. Vamos
a conocer las razones.
El pecado original
Es una historia coral donde
interviene un grupo de habitantes de aquel puerto siberiano y hay varios
elementos narrativos que se trenzan, dándole la fascinación legendaria que
tanto nos atrae. Es, pues, útil desentrañar la historia para hallar todo su
alcance. Antes de seguir leyendo, aconsejamos al lector haber leído el cómic
sin ningún soporte más, de modo que viva de modo puro la experiencia que
proponen. El misterio y múltiples planos cruzándose forman parte de la vivencia
de Mamohtobo. Después, quizás la lectura de este pequeño estudio pueda ayudar a
captar detalles y profundizar.
En el pequeño puerto cuyo nombre
desconocemos -pero que está situado en la región siberiana de Krai, que es
donde habitan los Dolgans-, un buque está a punto de partir. La tripulación la
forman ocho marinos. Algunos de ellos tienen novias o esposas, que van a
sostener su propia trama mientras ellos estén embarcados. Analizar la historia
requiere distinguir bien a los personajes.
En primer lugar, está la que
podríamos considerar principal pareja del relato: Fiodor Federovich Fedia y
Taîssia. Fedia es un marino que nació en ese pueblo costero de Krai. Es un
joven atractivo, atlético, jovial y que sólo dejó el pueblo para irse a
estudiar seis meses a la universidad, la cual abandonó para regresar. Desde los
cinco años conoce a Taîssia, con quien se ennovió y están a punto de casarse.
El relato comienza cuando él tiene que partir. Cuando regrese quince días
después, se casarán. Taîssia es una joven guapa y rubia, que trabaja empleada
en una fábrica conservera.
Fedia conoce desde niño a casi
todo el grupo del relato, ha estudiado con ellos en la misma escuela y ha
compartido trabajo y taberna. El relato se articula por la oposición con otro
personaje, Gordieî. Éste es un hombre de aspecto desagradable, grueso,
alcoholizado, pendenciero, iracundo, bruto y salvaje, pero tiene las
habilidades para ser un buen capataz o segundo oficial a bordo. Su esposa es
Zinovia, a quien él desprecia porque secretamente continúa enamorado de la
chica que siempre admiró desde niño, Taîssia, novia de Fedia. Desde jóvenes,
Fedia y Gordieî rivalizaron por su amor pero finalmente Taîssia optó por Fedia.
No obstante, en esa elección pesó una trampa que Fedia jugó muy mal contra
Gordieî.
Para entenderla, tenemos que
conocer a otro tripulante. Zot es un marinero simple, tontorrón y blando, gordo
y nada agraciado por dotes físicas ni personales. Su esposa es Leda (recordemos
que Leda es el nombre de una de las mujeres que fue seducida por Zeus,
animalizado como cisne) y le ha engañado con muy distintos hombres. Los siete
hijos que comparten parecen no haber sido concebidos con Zot. Sin embargo, él
lo soporta todo pacientemente porque la ama. Es consciente de que es un
“cornudo” pero nunca tomó las decisiones para dejar de serlo. Muy
generosamente, cría paternal y tiernamente a los bastardos como si fueran sus
hijos carnales. En una de las primeras escenas, a punto de embarcar, corre a
casa porque se ha olvidado de abrazar a su benjamín, Louka, quien también
recorre las calles buscándole. Éste le regala un mechón de pelo rubio que le
han cortado esa misma mañana. Al llevarle a casa de vuelta, sorprende a su
vecino Vedianim –vestido de corbata, lo que indica que es de una clase superior
a la de la familia-, quien está injustificadamente en el hogar. Cuando él embarque,
Leda, su esposa, hará como siempre: llevará a los niños a casa de su madre y
estará con el amante en el hogar. Leda trabaja en la misma conservera que
Taîssia. Cuando los hombres se hacen a la mar, en tierra emerge una vida a la
que ellos son ajenos y en esa vida alternativa algunos cumplen su papel. Dice
Leda, “Cuando los hombres están en el mar, nos hacemos a otra vida. Una vida
que no tiene que ver con ellos”. Cuando confiesa a Taîssia su -por otra parte
bien conocida- tendencia a engañar a su marido, ésta no la juzga porque “todas
somos iguales”. La dureza de los trabajos del mar impone un modo de vida en el
que las mujeres tienen una doble vida: cuando sus maridos están en la ciudad y
otro mundo que surge cuando ellos se van, porque también ellos en sus viajes
tienen su propio mundo especial.
Algunos están tan pendientes de
ese mundo viajero que incluso cuando vuelven, nada es igual. Es el caso del
armador, el comandante Sr. Ivanov. La señora Ivanov, una acaudalada mujer,
declara a Taîssia y Leda: “Los maridos a veces están en tierra pero no parecen
estarlo. ¿Hay entonces que coger otro hombre? Mi marido jamás vuelve de verdad
conmigo”, sus largas ausencias hacen también de él un hombre ausente cuando
está en tierra. Su comportamiento será extraño durante todo el relato. Recuerda
algo la enajenación del capitán Ajab. El comandante Ivanov será quien comprenda el poder de la palabra
cuando queden presos en el hielo y aparezcan los mamuts.
El pecado original que va
emergiendo durante toda la historia está en la rivalidad amorosa de Fedia y
Gordieî. Fedia estaba mejor situado que Gordieî para ganar el favor de Taîssia,
pero aprovechó una circunstancia para superar definitivamente a su rival. Fedia
engañó el amor que decía profesar a Taîssia: se acostó con Leda, la esposa del
bonachón Zot. Temeroso de que Taîssia le relegara y entonces Gordieî
aprovechara la ventaja para llevarse a Taîssia, cometió un pequeño crimen:
acusó ante Taîssia a Gordieî de haberse acostado con Leda. Él no sólo competía
con Gordieî sino que lo minusvaloraba. Enterado éste del ardid de su compañero
de escuela, acudió colérico al liceo donde Fedia tomaba algo con sus amigos.
Gordieî se abalanzó contra él y le golpeó violentamente la cara. Al contemplar
Taîssia la escena, rechazó absolutamente a Gordieî como pretendiente y se
decidió por quien aparecía como la víctima, el tramposo Fedia. Gordieî no
soportó aquel fracaso amoroso y se marchó una temporada del pueblo, a donde
volvió pero ya con una apariencia muy distinta: mucho más gordo y con ese
comportamiento iracundo que ahora le caracteriza. Aquel engaño no sólo le quitó
al amor de su vida sino que le transformó su físico y carácter. Gordieî nunca
superó ese fracaso: “me convertí en una morsa gorda embebida de vodka. Con
Taîssia hubiera podido ser alguien”.
Posteriormente, Gordieî contrajo
matrimonio con Zinovia, pero nunca llegó a valorar ni su amor ni a ella misma.
Como un espíritu errante, ella recorre las calles con un aspecto descuidado que
esconde una belleza mucho mayor aún que la de Taîssia. Zinovia acude al puerto
a despedir a su marido pero él la desprecia y piensa que ella quiere maldecir
el barco para que él nunca jamás vuelva a puerto vivo y así dar por terminada
aquella pesadilla.
La maldición del extranjero
Ya tenemos a la mitad de la
tripulación: el tramposo novio Fedia, el iracundo despechado Gordieî, el
cornudo bonachón Zot y el armador comandante Ivanov. Y tenemos a sus cuatro
mujeres: la hermosa rubia Taîssia (novia de Fedia), la fantasmagórica Zinovia (Gordieî),
la adúltera Leda (Zot) y la rica Sra. Ivanov, mujer del armador. Tratamos de
marcar mucho los caracteres para que el lector pueda hacerse un mapa claro de
la trama. Le ayudarán a descifrar una historia en la que todo se enreda.
Además del cocinero de los bitkis
(del que desconocemos el nombre), tenemos también a Kassia. Éste es otro
compañero de la escuela de Fedia y Gordieî, que ejerce de administrador de la
capitanía –registra las tripulaciones, buques, cargas, etc.- y como
radiotelegrafista a bordo del navío. Es un personaje muy `peculiar. Lleva unos
gruesos auriculares y canta en voz alta. Pero esos auriculares no están
conectados a ninguna fuente: hace como si escuchara música porque no hay nada
que desee más que poseer un walkman.
Su comportamiento algo enajenado no impedirá que sea una de las voces más
sensatas entre la tripulación. Por su oficio, es el testigo del que el barco
Nº13 parte, y también ha sido distinguido por Fedia como testigo para la
celebración de su boda. Es el hombre de la radio, que escucha y es testigo no
sólo formal: él es el que hace que Fedia se dé cuenta de que desprecia a
Gordieî y no le reconoce ninguno de los valores que tiene, como el hecho de que
es un buen capataz. Y es que Fedia también Rivaliza con Gordieî en eso: quiere
ser elegido por el comandante Ivanov como capataz en vez de Gordieî y le
promete a su novia Taîssia que va a conseguirlo. Al ser nombrado Gordieî una
vez más, desata sus envidias y tratará de sustituirlo de otra manera,
ejerciendo su simpatía y liderazgo natural sobre el grupo. El conflicto entre
ambos se intensifica y entonces Gordieî urdirá una venganza.
El siguiente personaje, Ditmar,
será la figura que use Gordieî para cumplir su venganza. Éste es el único del
relato que no es oriundo del pueblo y ni siquiera de Rusia. Es un marinero
noruego que se ha instalado en aquel puerto. Tiene una buena amistad con Fedia
pues es joven. De buena figura y
atractivo, su oficio es mecánico. No forma usualmente parte de la tripulación
del buque Morozenohe –ahora Nº13- sino que cuando Fedia viaja, él se
queda en tierra, en su vivienda, muy cercana a la que comparten Fedia y
Taîssia.
El buque va a partir y los quince
días de travesía son justo los que hay antes de la boda. El barco no puede
retrasarse un solo día si Fedia quiere llegar a su boda. Por eso, cuando el
comandante le comunica que el buque no podrá zarpar porque misteriosamente
falta el mecánico, Fedia se apresura a sustituirlo por su amigo Ditmar, pues no
puede perder un solo día. Esa ausencia misteriosa del mecánico será uno de los
primeros signos de que algo malo ocurre, Junto con el nuevo nombre que el
armador le ha puesto al barco –Nº13-,
forma un mal presagio. Al cambiarle el nombre al buque, parece que el
comandante Ivanov estuviese invocando a la mala suerte para que les condenara a
una tragedia. En las primeras viñetas, se pudo observar cómo alguien repintaba
el barco para quitar el nombre original.
Ditmar acepta incorporarse a
última hora al equipo del barco. Es recibido con desconfianza pues su presencia
forma parte del mal presagio. Se menciona en distintas ocasiones que es como
Jonás. En primer lugar porque es el único no ruso –él es noruego, recordemos- y
en segundo lugar porque no es del pueblo. Entra aquí la narradora en un
elemento importante: el grupo se muestra suspicaz con todo aquello que no es
del pueblo. Los foráneos son una amenaza. Se sospecha de aquellos seis meses
que Fedia pasó fuera del pueblo estudiando en la universidad la carrera que
luego abandonó. Se sospecha de la estancia que Gordieî estuvo fuera del pueblo
tras su fracaso amoroso con Taîssia. Muy especialmente se sospecha de aquellos
que son de fuera porque acechan a las esposas cuando los marineros parten. Se
recuerda el caso de un tal Dimitrov, un marinero que se acostaba con las
mujeres de los oficiales cuando éstos se hacía a la mar. Fue duramente
castigado por el coronel Olov, con cuya esposa también yació. Crimen y castigo, el extranjero es una
amenaza. Ditmar entra en esa categoría y Gordieî aprovechará tal circunstancia
para su venganza.
Al ser despreciado por Fedia como
capataz e intentar ser sustituido por éste, toma aquel mechón de pelo rubio que
el pequeño Louka diera a su padre Zot y lo hace pasar por un mechón de la rubia
cabellera de la bella Taîssia. Lo esconde en el equipaje de Ditmar y luego
siembra la discordia: le dice a Fedia que cuando él está en la mar, su novia
Taîssia le engaña con su amigo Ditmar. El papel de Ditmar es importante pues
Fedia le confesó su crimen en una noche de taberna. Por la mistad que tiene
también con Taîssia, él podría descubrir su trampa y arruinar su boda. Cuando
anteriormente le ha preguntado si cree que Taîssia sabe que se acostó con Leda
y acusó miserablemente a Gordieî, Ditmar sospecha que ella sí lo sabe. Eso convierte
a Ditmar en una amenaza importante para Fedia y por ello, cuando Gordieî le
acusa, se disparan todas las alarmas en el joven marinero a punto de casarse.
Fedia busca la prueba de tal engaño en
el petate de Ditmar: un mechón de pelo que ella misma le dio en secreto. Cuando
Fedia registra las cosas de Ditmar y lo encuentra, se desatará su furia. En
Fedia anidaba el pecado del engaño desde doble aquella trampa que tendió a
Taîssia y Gordieî. Igual que él lo cometió y nunca lo reparó, cree que también
todos los demás son tramposos. Y especialmente da por seguro que Taîssia le ha
sido infiel con el atlético, soltero y atractivo Ditmar, que tan amigo parecía
ser de la pareja. En realidad, es u reflejo de aquella falta que cometió y
todavía le remuerde en la conciencia. Cegado, Fedia maldice a Taîssia y critica
con ira su ingratitud. La venganza de Gordieî parece cumplida: ni llegará a
tiempo a la boda ni parece querer casarse ya.
El resto de la tripulación
sospechará que las adversidades y amenazas que están sufriendo se deben a la
presencia de ese extranjero Ditmar reclutado en el último momento, al cual,
como al profeta Jonás, habría que arrojar por la borda.
Los relatos fundantes
El último tripulante es un indio
dolgan llamado Mikhail. En el relato es también importante su madre, una chamán
dolgan. Mikhail, según su madre, “ha dejado de ser indio”, “es un mal indio”
que ha olvidado la tradición, los cuentos y los cantos y no recuerda nada. Vive
alcoholizado por el vodka, del que consume una marca muy barata propia de las
clases más populares, el vodka Lagoda.
Es una deformación sarcástica de una conocida marca real, Ladoga, que se presenta a sí mismo como el vodka de la realeza. Los
indios parecen estar al otro extremo de la escala social que presiden los zares.
En el caso de Mikhail, tenemos el típico indio que ha perdido su identidad y
pasa la vida alienado por el alcohol. Bebe tanto vodka Lagoda que la casa donde
vive con su madre está repleta de regalos con la marca. La madre misma viste
una camiseta de propaganda, otro signo de la vida pobre y alienada que padecen.
Cuando Mikhail aparece en la historia, está tratando de comprar una botella de
Lagoda a cambio de una valiosa pulsera tradicional dolgan de su madre. El vodka
está omnipresente en toda la historia; tanto que cuando no navegan sobre el
mar, en tierra parece que navegan en vodka.
El buque se hace a la mar destino
a una localidad llamada Ulitza para cargar provisiones para el pueblo. La
tripulación ve a tierra. Fedia todavía no se ha peleado con Gordieî de nuevo ni
tiene la menor sospecha de su amigo Ditmar, así que mira a la ventana de su
novia y la contempla despidiéndole mientras agita su traje de novia. Gordieî ve
que su deprimida esposa ha venido al muelle a despedirle pero él la desprecia y
sólo piensa que quiere verle muerto. Esa maldición que Gordieî cree que su
esposa está lanzando al barco para que se hunda con él, formará parte del
presagio inicial (junto con el cabio de nombre el Nº13, el mecánico desaparecido y la sustitución imprevista por el
extranjero noruego). Zot trata de distinguir a su esposa o alguno de sus hijos
en las ventanas de su piso, pero tan sólo podrá consolarse contemplando el humo
que sale de la chimenea de aquel hogar en cuya cama ya está con su mujer
alguien que no es él.
Bajo el barco, una persona sin
hogar está sentada tomándose una sardina que ha sacado de una lata. El modo
blando y grueso en que está dibujada la sardina es muy expresivo.
Resumamos los personajes de la
tripulación para que el lector no se pierda: el armador comandante Ivanov, el
capataz Gordieî, el radiotelegrafista Kassia, el mecánico Ditmar, el novio
Fedia, el bonachón Zot, el indio Mikhail y el cocinero de los bitkis de patata.
Las páginas 18-19 ilustran el
viaje del barco Nº13. En una página aparece saliendo del puerto de la ciudad,
en la que destacan las grúas, las casas arracimadas en la colina y la iglesia
ortodoxa de cúpulas de cebolla. En la otra página, el Nº13 ya está llegando a
los hielos que tendrá que romper para atravesar. Ambas ilustraciones tienen en
su base un marco azul verdoso similar, formado por iconos ortodoxos y motivos
de peces. El marco invoca el misterio y la plegaria.
El viaje durará dos semanas. Una
semana de ida y otra de vuelta, simbolizan la misma vida diaria, la vida
ordinaria, que se ve interrumpida por un fenómeno inesperado y extraordinario,
que hace que aflore toda la tensión acumulada del pasado que persigue a los
protagonistas.
El Nº13 es un buque viejo, oxidado,
cochambroso, “una cáscara de nuez”, “chatarra” de humo negro y en sus últimos
estertores. Al entrar en el hielo, comienza a partir el hielo pero llega un
momento en que el motor falla y queda atrapado sin poder avanzar ni retroceder.
¿Por qué ha fallado el motor? Otro mal presagio y un misterio que crea más
sospechas sobre la persona que lo manejaba, el extranjero noruego, Ditmar.
A lo lejos, tras el polvo de
nieve que levanta el viento, los tripulantes apenas distinguen unos puntiagudos
colmillos que salen de los hielos perpetuos. La aún aguda vista india de
Mikhail es capaz de atestiguar que son muchos. Aunque raramente, todos saben
del hecho de haberse visto alguna vez unos colmillos de mamut sobre el hielo.
Pertenecen a algún mamut bajo los hielos que por el movimiento de las placas
acaba subiendo y sus largos colmillos pueden aparecer antes de que emerja el
resto de su cuerpo. Pero en este caso no es un mamut aislado de aquellos raros
casos, sino algo más extraordinario: toda una manada de doce mamuts. Ese número
doce tiene resonancias que en el pincel de un dibujante judío como Gabriel
Schemoul se convierten en intención. Alude a las tribus originarias de Israel.
Lo que hay allí lejos, apenas discernible entre el polvo de nieve, es algo que
viene de la profundidad de los tiempos.
La historia se va desarrollando
con saltos que nos van descubriendo poco a poco los componentes del misterio.
Se combinan las escenas del barco con otras que suceden en el pueblo mientras
los marineros están ausentes. Esa sucesión de saltos van formando un movimiento
narrativo muy parecido al del oleaje, llevándonos por el relato como el propio
buque en su travesía. En este pequeño estudio, tratamos de reordenar las piezas
para componer el argumento. Se aprecia mucho mejor así la extraordinaria labor
de deconstrucción y remezcla que han hecho los autores. No dejemos más para
adelante tampoco la alabanza a la guionista Nancy Peña, por su capacidad no
sólo para formar esta historia sino para transmitir su complejidad con un texto
que es necesariamente escueto por el medio en que se plasma.
Según nos descubrirá en otro
momento la madre india, el barco ha agrietado el hielo de un cementerio sagrado
de mamuts y, por esa violación de su descanso, ha provocado su cólera. Los 24
colmillos emergen amenazantes a lo lejos como curvadas lanzas gigantes. Pero
también parecen las raíces de una cultura olvidada y enterrada.
La tripulación sólo tiene víveres
para un mes, así que están asustados porque saben lo improbable que es que
tarden menos tiempo en lograr salir de esa trampa. L atrampa de los hielos
simboliza la trampa en que se debaten los dos rivales (Fedia y Gordieî) y casi
todo el resto del grupo (Zot engañado por su esposa, Mikhail alienado, Kassia
loco, Ditmar apresado como Jonás y el comandante Ivanov tomado por su
obsesión). Sólo el cocinero parece libre de graves problemas.
La primera solución que se les
ocurre es picar el hielo alrededor del barco para liberarlo, pero su grosor es
excesivo y ya se ha cerrado alrededor del barco sin darle una sola posible
salida. Fedia ve cumplirse su peor temor: no podrá llegar a tiempo para la boda
y faltar el día de tu boda es el peor de los presagios para la vida futura con
Taîssia. Enloquecido por tal posibilidad, se lanza a picar el hielo y lidera a
los demás a hacerlo, contraviniendo la orden que ha dado Gordieî. Fedia
sospecha de las intenciones de su viejo rival y cree que no quiere picar para
que el barco se demore todo lo posible y él no pueda llegar a la boda en la que
al capataz le hubiera gustado haber sido el novio. Aquí se produce el
enfrentamiento que va a desatar la idea de venganza.
La segunda opción es llamar por
radio a Ulitza para que vengan a buscarles y eso es lo que ordena Gordieî, pero
cuando Kassia va a hacerlo comprueba que, igual que el motor, tampoco la radio
funciona. ¿Es un complot? ¿No es demasiada casualidad que todo falle a la vez?
¿O es obra mágica de aquellos mamuts que amenazan en el horizonte? Las
sospechas apuntan otra vez hacia Ditmar. A continuación, Gordieî hace la trampa
para vengarse, Fedia descubre el mechón de pelo y también sospecha que Ditmar
ha estropeado todo para evitar que llegue a una boda en la que él aspira a ser
el novio algún día. Todos parecen estar contra esa boda.
Además, descubren aterrados que
los colmillos no están quietos sino que se mueven y avanzan hacia ellos. Como
los mamuts enterrados en hielos perpetuos, los delitos del pasado resurgen y
detienen nuestros buques, paralizan, sitian y amenazan de muerte nuestra
felicidad. Ese paralelismo simbólico entre el pasado de cada vida y el pasado
de la humanidad, es explícito en el relato. Cuando el indio apela a esa
posibilidad, Fedia le contradice, “Te vas un poco atrás, ¿no crees?”, y Mikhail
contesta: “Pues ahora tenemos cosas prehistóricas asomando a la superficie”.
Para poder exponer qué es lo que ocurre en esa encrucijada, es necesario ir al
pueblo para conocer lo que hacen las mujeres.
El traje de novia
Al comienzo del cómic, Fedia
aparece a primera hora de la mañana, levantándose de la cama donde aún se
despereza su novia Taîssia. Ahí es cuando nos enteramos que se van a casar en
quince días y que todavía están con los preparativos de la boda. Entre ellos,
el más importante: el traje de la novia. La misma Taîssia está cosiéndolo y
bordándolo. Insensatamente, Fedia lo toca en sus manos a sabiendas de que da
mala suerte ni siquiera ver el traje de la novia. En cambio él, viola el tabú
examinándolo y tocándolo. Es más, toca el elemento más valioso del traje: el
hilo dorado que lo embellece. El traje de novia va a cumplir un papel
importante en la narración. A Nancy Peña le interesa plásticamente la costura
(como se repite en otras de sus historias como La Cofradía del mar o El gato
del kimono). Originaria de Marruecos, para ella la costura remite a “los
tapices bereberes, cuyos motivos simbolizan la vida de las mujeres que los
realizan”. Es un comentario perfectamente aplicable a esta narración de Mamohtobo.
El vestido será un elemento tan
importante en el relato como el mar y el hielo. De hecho, cuando el Nº13 no
pueda avanzar más en el hielo, en ese preciso instante, tampoco la aguja con
que Taîssia está bordando el traje, no podrá avanzar porque el hilo no pasa, se
ha enganchado misteriosamente en algo. El vestido de novia es el propio mar y
hielo, la superficie plástica sobre la que ocurre toda la historia. El blanco
del vestido es el hielo en el que ahora está atrapado el barco imprudentemente
rebautizado como Nª13. Atascada la
aguja, la boda se pone en peligro pues necesariamente el traje tiene que ser
bordado. Mientras piensa cómo desenganchar el hilo, se queda dormida –pues cose
durante la noche mientras por el día trabaja en la fábrica conservera- y cuando
los primeros rayos del Sol le despiertan, se da cuenta que no ha podido deshacer
el problema. Pero otro mayor aparece: al mirar el vestido, hay
inexplicablemente bordados doce mamuts que parecen avanzar por la tela.
Asustada por tal misterio, acude
a la india –la madre de Mikhail- pues aquello parece un asunto de malos espíritus.
Ésta le confirma que los ha bordado un demonio y que es una advertencia de que
algo terrible les está ocurriendo a los tripulantes del Nº13. Con su visión
trascendente de chamán, la india vislumbra que aquella manada de mamuts ha sido
despertada de su reposo y busca una trágica venganza. Igual que los pecados del
pasado (de Fedia y Gordieî), que también parecen haber despertado y buscan
venganza. La chamán revela que hay que impedir que esos mamuts del vestido de
novia emerjan del todo porque si lo hacen, habrán ganado la partida también en
los hielos.
La chamán se lamenta de que su
hijo haya olvidado su naturaleza india: “No sabrá qué hacer”. Sería preciso
reparar el agravio pero sabe que su hijo, por sí mismo, será incapaz de
recordar aquello que ella misma le enseñó. La única oportunidad para que los
tripulantes no perezcan es que la memoria de Mikhail recuerde lo que enseña la
tradición india. Si los mamuts llegan al barco, lo destrozarán y los
tripulantes que sobrevivan al ataque, sin lugar donde guarecerse del frío,
también morirán. Para que Mikhail recuerde, la chamán dolgan –que
sarcásticamente siempre viste aquellas camisetas de propaganda del miserable
vodka Lagoda- dice que hay que elevar un “cántico legendario”. No servirá que
sólo lo canten ellas sino que necesitarán la ayuda de las demás mujeres de los
tripulantes y otras mujeres del pueblo que quieran unirse a ellas. Taîssia
busca a Leda, le cuenta lo que ocurre y ésta abandona a su amante y va a buscar
a sus hijos a casa de su madre para unirse todos. Viendo a su marido en peligro
de muerte por traerles el alimento a casa, Leda se arrepiente del modo de vida
que leva pero Taîssia no se lo reprocha. La Sra. Ivanov, esposa del armador, en
cambio, se niega a ayudaras. En ese momento es cuando protesta por las largas
ausencias de su marido, esté o no presente, y que se pierda para siempre en los
hielos le parece un justo castigo y una nueva oportunidad para ella. La esposa
de Gordieî plantea un problema mayor. Despreciada por su marido, sin embargo
está muy lejos de maldecirle –como piensa él que ella hace-. Por el contrario,
le ama, pero así todo no se une al canto pues aunque él vuelve, para ella no
cambiaría nada.
El grupo de mujeres y sus hijos acuden
a los oficios religiosos en la iglesia ortodoxa y mientras los popes celebran,
ellas y sus hijos entonan su cántico: “Moooooo”. Sobre esa bonita gran viñeta
(p.43), hay una impresión –que refiere a aquel marco que vimos bajo el barco
partiendo del puerto y llegando a los hielos- en la que los mamuts rodean
procesionalmente al pueblo –con sus detalles industriales, las casas y la
iglesia de cúpulas acebolladas-.
Por la insistencia de aquel
“cántico legendario”, el indio Mikhail se acuerda de repente de lo que habría
que hacer respecto a aquellos colmillos: para conjurar el peligro, hay que
apaciguar a los mamuts yendo a su encuentro y labrar el marfil poniendo el
nombre de quien ruega su calma. Contaban las más antiguas historias, que cuando
un dolgan cazaba un mamut nunca debía de olvidarse de talar sus colmillos para
apaciguar el espíritu del animal mostrando respeto y dándole el máximo valor al
preciado trofeo. Así se explicaba el origen de la talla del marfil para
producir adornos y objetos de culto. Pero aunque Mikhail ha recordado la clave
para frenar la maldición, está tan alcoholizado que no quiere ir a hacerlo.
Desesperado como está Fedia, lo arrastra para que le acompañe hasta los
colmillos, que seguían aproximándose.
A la vez, el comandante Ivanov ha
hecho su propia interpretación: tiene que devolverle al buque su antiguo
nombre, Morozenohe. Lo va a pintar no
en una esquina de la proa sino en todo el costado del navío con letras
gigantescas. En este punto, cabe preguntarse por qué cambió el nombre el
comandante y lo sustituyó por un número tan gafado como el trece. ¿Era una
provocación? ¿A quién? ¿Y por qué en esta ocasión el barco no ha logrado
recorrer la ruta que en múltiples ocasiones anteriores había atravesado? Es
momento de descubrir algo que los autores guardan para sorprendernos al final: Morozenohe es el nombre de un gran
mamut, probablemente el líder de esa manada que se ha revuelto en las
profundidades del hielo y se ha asomado buscando venganza. Es posible que
anteriormente al barco se le permitiera pasar por los hielos de esa zona porque
el nombre del mamut en su proa era señal de respeto. Pero al cambiarlo por ese
número trece, ¿no había querido el comandante precisamente provocar la furia
del mamut? Aquí es donde se tiende una relación entre el misterioso comandante
Ivanov y el capitán Ajab. Ambos buscan al monstruo, ambos con un instinto
trágico, ambos dispuestos a sacrificar a sus respectivas tripulaciones, ambos
apelando a magia y sortilegios. Fedia y Mikhail se dirigen a apaciguar esos
espíritus indignados.
Mientras cose, Taîssia contempla
que los mamuts han desaparecido del vestido y que en su lugar se intuyen dos
figuras que avanzan por la blancura. Simbolizan a Fedia y Mikhail que van a
apaciguar a los mamuts y éstos parece que se hayan echado atrás.
Cuando llegan a aquel bosque de
colmillos retorcidos, comienzan a labrar sus nombres en cada pieza, pero los
mamuts mueven el hielo y el colmillo que labraba Mikhail le empuja, cae al
suelo y se clava en el vientre el gran cuchillo que estaba utilizando. ¿Por qué
lo han hecho los mamuts? ¿Porque Mikhail no es un indio suficientemente digno?
¿Porque Fedia no tiene el corazón puro y alberga intenciones desordenadas? ¿Por
qué no muestran suficiente respeto? Sabemos que los dos colmillos que labraban
eran los de Morozenohe, el mamut con cuyo nombre habían precisamente bautizado
originalmente a su barco. Esta historia señala como clave al olvido de los
nombres originarios y los cuentos y cantos fundadores. Fedia sabe en ese
instante que no puede conjurar a los colmillos como el indio decía que había
que hacerlo porque tiene que volver al Nº13 a curar a su amigo. Furioso, Fedia
toma el pico y la emprende a golpes contra el colmillo que estaba labrando
hasta que lo parte. Usa la pieza rota como trineo y lleva al indio de nuevo al
barco para tratar de salvarlo de tan grave cuchillada.
Amanece en el pueblo de donde
todo había partido y Taîssia comprueba para su desgracia que los mamuts han
vuelto. Está desesperada, parece no haber solución y va a la taberna a buscar
vodka para prenderle fuego. Pero la chamán lo evita y al juntarse con las
mujeres para ver qué ha fallado en el sortilegio. Taîssia reprocha a Zinovia
que no quisiera cantar con ellas. Pero la india la defiende: “Zinovia no ha
estado callada. Su canto es más poderoso que el de las demás y ha consolado a
los mamuts”. Ella lo reconoce: “He cantado por Gordieî. Amo a ese cabrón”. Pero
también confiesa que en medio de la noche ha parado pues le deprime que cuando
vuelva él siga despreciándola, embebido en sus nostalgias. El pelo enmarañado y
las ojeras y tristeza de su cara, afean una belleza que permanece escondida
para todos y para ella misma. Zinovia cree que si ella tuviese la cabellera
rubia que Gordieî tanto admira en Taîssia, podría seducirle y eso sí que sería
motivo suficiente para emprender el cántico. Pero, ¿cómo cambiar aquellas
oscuras greñas en una cabellera de oro? La india conoce cómo.
La luz redentora de la bondad
La madre india convoca a un
espíritu ancestral que sale de su aliento y forma la figura de un reno. Ella
lleva sobre la cabeza un tocado tradicional que evoca dicha imagen, con sus
cuernos. El espíritu es Touktu, el hombre-reno. Él es quien puede ayudar en
razón de su historia. Hace mucho tiempo estaba casado con una humana llamada
Atzanik, la cual tenía los cabellos más dorados de toda Siberia. Como él era
malo y avaricioso, una noche le cortó todo el pelo y lo vendió. Entonces vino
la desgracia sobre ellos. Para conjurarla, debía devolverle la cabellera, pero
¿cómo hacerlo? Mujeres sabias del Sur lograron formar una nueva cabellera para
Atzanik hilando los mismísimos rayos del Sol gracias a una rueca mágica. A
cambio, Touktu, el hombre-reno, debía liberar a su esposa para que pudiera
regresar al Sur. Hay que mencionar que los Dogans son un pueblo que procede del
centro de Asia, muy al Sur de Siberia. La leyenda que relata el hombre-reno
remite al anhelado regreso desde el mundo del frío a un Edén original al Sur.
Físicamente, son el puente entre los originarios pobladores de Siberia y los
inuit árticos, así que su viaje atávico nunca regresó al Sur sino al Sol
naciente. De ahí esa relación entre el Sol y el Sur para componer la tierra de
sus anhelos. A partir de aquel momento, el hombre-reno (y su pueblo Dogan) se
sumió en la oscuridad del frío. Compadecida, Atzanik (que representa el Fuego:
combina la Luz del Sol y el Calor del Sur) se corta constantemente el pelo para
que los hombres del Norte puedan encerrar sus mechones en sus lámparas y así
les ilumine y caliente en sus largos inviernos.
El hombre-reno regaló a las
mujeres la rueca. Sólo Taîssia gozaba de suficiente habilidad para tejer algo
tan sofisticado y misterioso. Pero urge porque la situación de los marineros es
acuciante. Como tiene que tejer rayos de Sol, sólo puede hacerlo durante el día
y como están en la estación de los días cortos, sólo tiene cuatro horas de luz.
Comienza a hacerlo y se maravilla pues la cabellera cobra la luminosidad del
oro solar. Pero se cansa y decide dormir una siesta y reemprender la tarea un
par de horas más adelante. Para justificarse mentirá diciendo que no le dio
tiempo. Cuando termina, lleva el trabajo a la india y Zinovia pero resulta que
la cabellera es negra como el carbón. Parece que se ha malogrado y Zinovia no
cantará jamás el Moooooo.
En ese momento, los colmillos
rodean al barco –ya rebautizado con su nombre original, Morozenohe, pero quizás
demasiado tarde-. Las luces se van y no pueden atender al herido. El comandante
es médico y tratan de salvarle. Entonces, el bonachón Zot, que había rescatado
el mechón de pelo de su hijastro Louka –apartando aquel mechón de pureza para
que no fuese usado en el cruce de venganzas-, lo ofrece para que arda en un
fanal e ilumine la operación. El mechón mítico fruto de la belleza de Atzanik,
la esposa liberada del hombre-reno, es sustituido por la bondad y ternura de
Zot y su hijo. La belleza es sustituida por la bondad para poder salvar a los
hombres en aquella situación de ceguera. Ese signo de la historia está llamando
a aquellos hombres –oscuros al estar cegados por la belleza- a que se rediman
por la bondad. Y lo muestra aquel Zot que había sido despreciado por todos dada
su mansedumbre ante las infidelidades de su mujer Leda. Logran coser la herida
del indio y es el momento de la catarsis. Gordieî confiesa que sólo tenía ojos
para Taîssia y ha ignorado la belleza y amor de su esposa Zinovia. “Estábamos
tan metidos en nuestra rivalidad…”, se arrepiente. También Fedia se da cuenta
de que todos sus celos carecían de fundamento y que en realidad son una
proyección de la culpabilidad por su pecado original contra Taîssia y Gordieî,
a quien siempre ha despreciado, insultado, provocado y usado. Los rivales se
reconcilian. A su vez, Zot quiere dejar el mar y dedicarse a hacer feliz a su
mujer, sin más insoportables ausencias que le conduzcan a ser “un cornudo”. La
bondad les redime.
Pero los colmillos han continuado
su ataque, elevan en el aire la nave y la atraviesan con sus puntas rompiendo
el buque por distintos puntos. Por encima de todos los colmillos destaca el
único colmillo de Morozenohe –el otro colmillo se lo había arrancado Fedia-. De
nuevo todo se sume en la oscuridad. Recordando el nombre del barco, los
tripulantes lo repiten como una llamada desesperada -y confiada- al hogar y se
quedan entonando juntos en la oscuridad aquella invocación “Moooooo”. Parece
ser su muerte pero sienten serenidad.
En ese momento en el pueblo se
revela deslumbrantemente la belleza de Zinovia –con una hermosa cabellera
oscura y un maravilloso vestido-, aunque ella no sea capaz de apreciarla.
Taîssia se abraza a ella y le suplica que cante para salvarlos a todos.
Entonces, juntas entonan un canto, el más poderoso –el de aquella mujer
redimida por la belleza y el amor de su amiga-, que tiende un puente de
comunión con aquellos hombres: “Moooooo”.
En ese momento, un buque llega a
donde el Morozenohe estaba siendo convertido en un amasijo de metales por los
colmillos de los mamuts –en ningún momento se ve ninguna otra parte de su
cuerpo sino que salen del hielo como troncos muertos-. Los marineros han
abandonado la nave y están todos en el hielo. Mikhail está en sus últimos
momentos y no se sabe si muerto. En la última escena sobre el hielo, el
comandante se queda solo ante el navío ensartado en los 23 colmillos de los 12
mamuts.
La última escena de ese capítulo
es una página en la que una única imagen brilla en el centro: el vestido de
novia completamente bordado y preparado para la novia. Las siguientes páginas
muestran la boda. En medio del banquete está el colmillo arrancado a Morozenohe
y los novios –Fedia y Taîssia- están exultantes junto con todo el resto de
invitados. Zot y Leda aparecen reconciliados junto con su hijo Louka en brazos.
Kassia ha hecho de testigo y bebe feliz. El cocinero ha logrado hacer el plato
de la boda y ofrece a todos sus bitkis de patata. Ditmar se ha liberado de la
maldición de Jonás, está al lado del novio y se sorprende por la mirada juvenil
y la belleza de Zinovia. Gordieî –que finalmente ha sido invitado a la boda- se
da cuenta de esa mirada. Su mujer parece veinte años más joven que él y muestra
una belleza radiante que él nunca supo deber –por el contrario la despreció
hasta afearla y desgastarla-. Pero en vez de reaccionar iracundo, le mira
triste. Ha sanado su vieja herida y la serenidad le deja lucidez para saber que
no puede aspirar al perdón de Zinovia. Se va del pueblo. Su antiguo rival Fedia
abandona su banquete de boda y corre al muelle siguiéndole. Allí mantienen una
conversación y se desean felicidad. Pero cuando Gordieî sube, se encuentra a
Zinovia. La única explicación es que Fedia la ha traído consigo y ella ha
subido mientras ellos hablaban.
Al hacerse a la mar, Gordieî y
Zinovia, unidos y reconciliados, contemplan una isla de metales a la entrada de
la bahía en la que está el pueblo. Gordieî es capaz de contar la leyenda que da
razón de ella. Es un barco hundido el (Morozenohe) en cuyo interior está el
mamut que lleva el mismo nombre. El barco se ha convertido en cofre, cámara o
sarcófago donde resida de nuevo apaciguado el espíritu del mamut. Del amasijo
sobresale un colmillo en lo alto y Gordieî concluye diciendo que en dicho
marfil está tallado el nombre del marinero al que el mamut le quitó la vida y
que ahora protege a todo el pueblo. Este final es ambiguo. Hemos creído
distinguir al indio Mikhail entre los invitados de la boda –junto a su madre,
en un segundo plano-. Una interpretación es que nos equivoquemos y realmente el
indio no superara aquella herida que le provocó el mamut. Otra posibilidad
alternativa es que quien muriera fuera el comandante Ivanov porque se quedara
junto a aquel buque ensartado por los colmillos y entonces la víctima
sacrificial fuera él con su locura (pero entre los invitados hay un personaje
que no es claro si podría ser él). La interpretación que parece imponerse es
que en realidad nadie ha muerto de la tripulación sino que regresaron los ocho
vivos y reconciliados. Entonces, las últimas palabras de Gordieî cuando vio la
expresión de susto de su esposa, tendrían razón: “¡Ja, ja. No pongas esa cara!
Sólo es una leyenda de mi pueblo”.
Referencias:
Alitacomics (2010) Reseña de Mamohtobo. 15 de septiembre de 2010.
Peña,
Nancy. Entrevistada por Tony Boix para Zona
Negativa. http://www.zonanegativa.com/zn-entrevista-a-nancy-pena/
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