jueves, 21 de marzo de 2013

Rosa Montero: Lágrimas en la lluvia. Por Jesús Oteo

Montero, Rosa: Lágrimas en la lluvia. Seix Barral, Barcelona, 2011. Colección Biblioteca Furtiva. 480 páginas. Comentario realizado por Jesús Oteo.

Debe hacer ya más de diez años, un domingo cualquiera ojeando el dominical de El País encontré un artículo que me impactó. La autora se recreaba en cómo el paso del tiempo modula la forma de sentir, en cómo las emociones pueden volverse más intensas y desgarradoras con el paso de los años. Para ello recurría a la escena final de Blade Runner, película clave en la historia del cine de ciencia ficción. En ella, un duro y despiadado replicante, pseudohumano sintético producto de la biotecnología con un límite vital preestablecido, sentía acercarse dicho límite bajo un impresionante diluvio, y con ello tomaba conciencia de cómo todas sus extraordinarias vivencias “…se perderían en el tiempo como las lágrimas en la lluvia”. Rosa Montero, autora de este artículo, recordaba aquella sensación cercana a la hilaridad que le abordó la primera vez que vio dicha escena allá en su juventud, y cómo, casi inexplicablemente, esa sensación había mutado convirtiéndose en una profunda tristeza en las sucesivas veces que la había vuelto a ver.
Mi identificación con esta sucinta y concisa reflexión, que posiblemente pasara desapercibida para la mayoría de los lectores, fue inmediata. Por aquella época atravesaba un momento vital en el cual mi perspectiva de las cosas había cambiado de manera radical, en el cual esa falsa sensación de omnipotencia que da la juventud se había truncado definitivamente, en el cual la fragilidad vital se había asentado como un sentimiento predominante de mi identidad. Experiencias posteriores me han confirmado que esa impresión personal, compartida con Rosa Montero, es una característica privativa del ser humano y que el inexorable transcurrir del tiempo hace aflorar el sentimentalismo en la mayoría de nosotros, quizás previamente oculto tras la capa de superhéroe con la que nos dota la juventud. El efecto sinérgico del continuo cúmulo de experiencias de diferente signo con la reducción implacable de nuestro tiempo vital seguro contribuye en gran parte a este fenómeno de hipersensibilización.

Perdí la pista de aquel artículo. Varias veces intenté recuperarlo sin éxito hasta que, hace dos años, llegó a mis oídos la noticia de que Rosa Montero había publicado su última novela, y primera de ciencia ficción, titulada Lágrimas en la lluvia. No podía ser casualidad y, efectivamente, no lo era; aquel artículo que tanto me había impactado no era más que una especie de prólogo de esta novela futurista ambientada en el Madrid irreconocible de 2109. En ella una detective replicante, ruda e inadaptada, se enfrenta a una trama mundial que busca el poder potenciando las diferencias entre diferentes y la mutua incomprensión, todo ello mientras se ve sometida a la terrible presión psicológica que le supone sentir el desgranar del tiempo, de su escaso tiempo que tiene, cual producto perecedero, fecha de caducidad conocida.
Rosa Montero
Rosa Montero es una de las más conocidas y prolíficas narradoras contemporáneas. Periodista de formación, trabaja en el diario El País desde 1976, ha escrito trece novelas además de numerosos ensayos, relatos y cuentos infantiles. Lágrimas en la lluvia es su penúltima novela, previa a la recién publicada La ridícula idea de no volver a verte.
La que nos ocupa es una interesante obra, mixta de novela negra y futurista, que rinde culto a su predecesora cinematográfica de Ridley Scott adaptando, y haciendo evolucionar, el mundo de ficción por él concebido. En ese marco imaginario se abordan cuestiones intemporales como la traición, la supervivencia y la lucha de la moral individual contra la, en ocasiones tan maltrecha y viciada, moral política.
Pero todo ello gravita y se articula sobre lo que, para mí, dota a la novela de un halo diferenciador y enaltecedor: la conciencia humana, y pseudohumana en el caso de esta quimera vertiginosa, de un concepto tan subjetivo y a la vez tan real y limitante como es el paso del tiempo. Desde un punto de vista antropológico, la capacidad de situarse mentalmente en un tiempo actual, entre un pasado conocido que nos condiciona y un futuro ignoto que nos amedrenta, supuso uno de los grandes eventos evolutivos diferenciadores de la especie humana. Gran parte de las conductas sociales, culturales y espirituales que empezaron a marcar diferencias entre el ser humano y sus inmediatos predecesores estuvieron en gran parte motivadas por la necesidad de recordar los hechos ya acaecidos, enfrentarse de forma exitosa a los acontecimientos venideros, y vencer la gran incertidumbre que supone el mañana. Rosa Montero da una vuelta de tuerca adicional y lleva al límite estas inquietudes humanas al dotar a su protagonista de un pasado inventado, e implantado en su memoria, y de una frontera vital conocida y amenazante. Con ello pone de manifiesto la gran paradoja del ser humano, que es también su principal reto y amenaza, como es que la mayor de sus virtudes sea a la vez su principal debilidad. La dualidad cuerpo-mente de la que presume y que, sin duda, le ha llevado a alcanzar la capacidad de abstracción en la que ha basado su éxito biológico como especie, es a la vez el mayor de sus enemigos. La continua incertidumbre, la obsesión por el pasado, el temor al futuro, los miedos a cosas inexistentes o irracionalmente sobreestimadas…, y la ansiedad que todo ello genera, exacerban esa dualidad cuerpo-mente y cuestionan la idea del ser humano como punto culmen del proceso evolutivo.

Lejos de tan profundas reflexiones, la necesidad de gestionar nuestro día a día nos aconseja una actitud más pragmática, como la que la detective protagonista Bruna Husky aprende a adoptar durante el transcurso de la novela. Hacer caso de influencias tan alejadas entre sí como la de la cultura popular, “agua pasada no mueve molinos”, o la del científico responsable del concepto de la relatividad del tiempo, Albert Einstein, “no merece la pena pensar en el futuro, llega demasiado deprisa”, seguro nos ayudarán en esa delicada gestión.
Como dice Yiannis, otro de los protagonistas de esta obra al final de la misma, “Todo ha sido tan rápido… La adolescencia, la juventud… la muerte de mi hijo… el resto de mi vida. Un día te despiertas y eres viejo. Y no puedes entender lo que ha pasado. Cómo se fue todo tan deprisa”.


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