La discapacidad
Hubo
un mártir cristiano en el siglo II, san Lorenzo, a quien sus perseguidores
romanos ordenaron que presentara las riquezas de la Iglesia como tributo.
Naturalmente esperaban que les trajera oro y plata. San Lorenzo, en cambio, les
presentó a las personas de edad avanzada, a los enfermos, a los ciegos y a los
que no podían caminar, y les dijo: “He aquí los tesoros de la Iglesia”. Y de
esta forma comencé a comprender que los que vivimos con una discapacidad somos
el tesoro de la familia humana. Somos signos de que la fragilidad, la
enfermedad y el quebrantamiento son partes ineludibles de la experiencia
humana. En nuestra necesidad de ayuda, personificamos la interdependencia.
Suscitamos en otros el don de la compasión y le recordamos a la familia humana
que nos necesitamos mutuamente, que no podemos ser plenamente humanos por
nuestros propios medios. En muchas lenguas africanas hay un dicho que reza: “Yo
soy porque tú eres” o, dicho de otro modo, una persona es persona a través de
otras personas. En Sudáfrica hablamos de ubuntu, término que se refiere
a la generosidad de espíritu al emprender juntos un viaje hacia la integridad,
hacia la totalidad. Cuando los discapacitados pedimos un lugar bajo el sol, no
pedimos simplemente que la gente se porte bien con nosotros; estamos diciendo:
“Lo cierto es que no podéis ser una comunidad de verdad sin contar con
nosotros”. No pedimos compasión; pedimos justicia. Y lo hacemos diciendo: “No os
conforméis con incluirnos en vuestra comunidad. En cambio, vamos a crear una
juntos”. Es una idea muy distinta.
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