Lozano, Irene y Cantera, Zaida: No, mi general. Plaza Janés, Barcelona, 2015. 264 páginas. Comentario realizado por Fernando Vidal (Universidad Pontificia Comillas, @fervidal31).
No,
mi general es un libro testimonial sobre el acoso sexual, laboral e
institucional contra una capitana del Ejército de Tierra, Zaida Cantera, a
quien una diputada del parlamento español –Irene Lozano- ayudó a defender. Esta
diputada cuenta la historia de la actual comandante Zaida Cantera en tercera
persona, aquellas cuestiones sobre las que se ha hecho justicia y otras muchas
que permanecen en la impunidad. Hubo una conspiración de silencio entre un
círculo de altos mandos del Ejército de Tierra y los conspiradores continúan
impunes o incluso promovidos en pago por haber permanecido en silencio. El
libro permite empatizar con la víctima y conocer con detalle el proceso que
vivió, compartido con muchas otras personas acosadas fuera y dentro del
ejército y movilizarse en su defensa. La comandante Zaida Cantera forma ya
parte destacada de la historia del Ejército en España al haber sido la primera mujer
víctima cuyo acosador, un oficial superior, ha sido condenado. Además de sus
meritorias labores militares en misiones de la ONU, Zaida Cantera ha prestado
un impagable servicio a la dignidad de todos los hombres y mujeres de las
Fuerzas Armadas. Su historia está permitiendo dar un salto cualitativo en la
defensa de los militares y el honor de la institución. El futuro le guardará un
lugar de honor por su sufrimiento y valentía y a sus acusadores y cómplices les
espera el más triste papel en el futuro escrito de la historia del Ejército de
Tierra español, por muy alto que sea el grado a que sean ascendidos. La
historia de Zaida continúa y su caso se ha convertido en una causa.
El libro es un testimonio desde la
perspectiva de la víctima, pero incorpora los hechos objetivos que la sentencia
judicial dio por probados y otras muchas evidencias que convierten esta
historia en lo que un general denominó “un caso de acoso de manual”. Está
escrito de una forma directa y con sólidas argumentaciones. En ningún caso se
convierte en demagogia contra el Ejército sino, por el contrario, salvaguarda
la institución y la defiende contra quien quiere usarla.
Zaida, la esforzada
hija de un obrero de Pegaso
Hasta que la comandante Zaida Cantero
denunció acoso sexual, ninguna mujer lo había hecho en las Fuerzas Armadas.
“Incluso con pruebas, una denuncia por acoso sexual o cualquier otro tipo de
acoso es inverosímil” (p.32) porque la precariedad laboral dentro de Ejército
lleva a que fácilmente dicha persona sea despedida. Por miedo a perder el
empleo o la carrera, las mujeres se ven forzadas a no denunciar. El caso de la
comandante Zaida Cantera se hizo célebre en España por la emisión del quinto
capítulo de la décima temporada del programa televisivo Salvados, dirigido por el periodista Jordi Évole (http://www.atresplayer.com/television/programas/salvados/temporada-10/capitulo-5-zaida-cantera_2015030700222.html). La historia de la comandante Zaida Cantera de
Castro comienza en el libro cuando es una capitana boina azul que regresa en
abril de 2008 de una misión en el Líbano, condecorada con la medalla UNIFIL de
la ONU. Anteriormente había ya participado en misiones internacionales en Kosovo.
Pertenecía al Regimiento de Transmisiones y tenía orden de incorporarse a la
base militar de Marines, en Valencia.
Zaida había llegado al ejército por vocación.
Hija de una familia obrera cuyo padre trabajaba en la fábrica de Pegaso del
Corredor del Henares de Madrid, fue educada en el esfuerzo. Destacó como
deportista en varias disciplinas pero fue la natación la que le condujo a ser
miembro de la selección española y campeona de España. Su padre sufrió un
accidente de tráfico mientras regresaba del trabajo y quedó incapacitado. Ella
se vio obligada a buscar un trabajo pronto para poder contribuir a la economía
doméstica. Se sentía inclinada a ingresar en la Armada, pero finalmente aprobó
las oposiciones para ingresar en la Academia General Militar para formarse como
oficial. “EN su imaginario, combatir era una forma de proteger a los demás”
(p.98). En el ejército conoció a su marido, quien también era oficial, número
uno de su promoción.
Acoso y
desprotección
Al regreso de su misión internacional en la
Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano, la capitana Zaida
Cantero coincidió en la misma base con un teniente coronel llamado Isidro José
de Lezcano-Mújica, al frente del I Batallón. Ella no le conocía de nada pero
pronto sabría que era un oficial que había acosado a mujeres durante su
carrera. Pese a ello, nunca había sido expedientado y menos aún denunciado. Su
hoja de servicios estaba oficialmente limpia. Únicamente en alguna ocasión se
le había sugerido que cambiara de destino. “Su comportamiento cotidiano es el
de un delincuente impune; sobre el papel, un inmejorable servidor de España”
(p.34).
Desde el inicio, el teniente coronel
Lezcano-Mújica buscó su compañía. Le pidió que ejerciera para él labores de
“secretaria con falda corta” y le amenazó con perjudicar su carrera a menos que
accediera a sus pretensiones: “Te interesa llevarte bien conmigo porque eso es
bueno para tu carrera” (p.37). El teniente coronel Lezcano-Mújica le acaricia
la pierna y pretende más en medio de una reunión, ante lo cual Zaida reacciona
levantándose. Ella desde el primer momento le puso límites –“para usted soy una
capitán del Ejército español y no una mujer. Téngalo presente. A mí no me toca
nadie más que mi marido”, le dijo- y
protestó por el trato e insinuaciones ante sus superiores pero éstos no
hicieron caso. Al verse rechazado y denunciado, el teniente coronel
Lezcano-Mújica reaccionó agresivamente: inició una campaña de descalificaciones
contra Zaida y su acoso contra ella fue más virulento y obsesivo. “Ha
convertido su vida en un acoso constante, un martilleo que nunca deja de
perseguirla y que puede irrumpir de manera imprevista” (p.70).
Zaida Cantera |
Zaida había puesto una gran fe en el
principio castrense de que “debían cuidar los unos de los otros y especialmente
un militar de jerarquía inferior tenía derecho a la certeza de que sus
superiores velarían por él” (p.172). “Por desgracia, la institución a la que
pertenece va a dar muestras de carecer de la cultura de organización necesaria
para detener abusos de poder, incluso cuando se manifiestan de forma cruel”
(p.41). Los superiores no quisieron intervenir pese a tener denuncias por
escrito en las que la capitana Cantero les rogaba protección. Por un lado, no
quieren ganarse la enemistad de un oficial porque puede perjudicar sus propias
carreras. Por otra parte, su machismo les lleva a no creer a la mujer víctima
de acoso y, en todo caso, a no pensar que eso es constitutivo de delito sino
que, en todo caso, debería ser arreglado de un modo más informal. Los
superiores tratan de salvar su propia posición mostrando una cómplice
neutralidad: “reaccionan como si pensaran que ser ecuánimes consiste en no creer
ni las críticas de Lezcano contra ella ni las quejas de Zaida hacia su
acosador”.
Al verse descubierto como acosador, el
teniente coronel Lezcano-Mújica, trató violentamente de callar a la víctima e
intensificar su ataque para que abandonara el Ejército. Llegó incluso a mandar
a su batallón que, en el curso de unas maniobras militares, atacaran con tracas
la tienda de campaña en la que dormía la capitana y escribieran una pintada:
“Zaida, no vuelvas”. Solidariamente,
otros oficiales le habían advertido y Zaida no estaba en aquella tienda de
campaña. El teniente coronel Lezcano-Mújica “se ha convertido en un hombre
tóxico no sólo para ella, sino para todo el regimiento, pero nadie lo detiene”
(p.69).
En el libro de Zaida constan los nombres
propios de quienes le acosaron, quienes fueron sus cómplices, pero no de todos
los que la ayudaron –ya que quiere protegerlos-. Zaida dice que esos muchos
compañeros que la protegieron –por ejemplo, hubo un grupo que siempre la
escoltaba en sus movimientos por la base para que Lezcano-Mújica no la atacara-
son los verdaderos protagonistas del libro. Pero las autoras le dan mucha
importancia a que consten los nombres de los acosadores y cómplices, pues –a
excepción únicamente de Lezcano-Mújica, todos permanecen impunes-.
Es el caso del teniente coronel del II batallón
de la base de Marines, al que pertenecía Zaida Cantero, el teniente coronel Carlos
Andrade Perdrix. Cuando esté ante el tribunal como testigo en la denuncia que
Zaida presentó contra Lezcano-Mújica, el Tribunal Militar Central
recriminó al teniente coronel Andrade su
conocimiento y pasividad. No obstante, fue ascendido a coronel en marzo de 2010
y recibió dos cruces al mérito militar. Su permisividad del acoso de
Lezcano-Mújica dejó que fuera violada la primera barrera de protección de los
oficiales. Simplemente recurrió a llamar la atención informalmente a su
compañero Lezcano-Mújica: “Ya le he dicho que se busque los líos de faldas
fuera del cuartel, pero no me hace caso” (p.72). Las denuncias llegan al
teniente coronel Vicente Brines Bernia y suben hasta el general de brigada
Eduardo Acuña Quirós, quienes tampoco quisieron actuar. También el Tribunal Militar Central les reprochará haber
tenido conocimiento del grave acoso y no haber cumplido su deber de actuar en
tal caso.
Códigos Rojos para
criminalizar a la víctima como culpable
Los compañeros y superiores de Lezcano-Mújica
forman un círculo que se autoprotege pese a los desmanes del teniente coronel.
Es la propia institución la que ejercer presión como acosadora contra una
capitana que cada vez está más indefensa. “Hay un pacto tácito por el que los
mandos tienden a no inmiscuirse en el corral de cada cual: forma parte del
código”, dice la capitana cantero. Un día, Lezcano-Mújica encuentra a Zaida
sola en la base y apunta con su mano en forma de pistola a la sien de la
capitana mientras le susurra “Tu carrera está acabada”. Fueron quince meses de
extremo acoso y agresión sin que ningún superior la protegiera sino que, por el
contrario, permitían sin estorbo el acoso del teniente coronel. “Parece que
todos los caminos conducen al infierno” (p.83). “EL terror psicológico que
Lezcano le infundió desde el primer momento fue evolucionando hacia el miedo
físico, el temor a una agresión” (p.85). En una ocasión, mientras ella llevaba
un material a su coche, Lezcano-Mújica -a plena luz del día y vistiendo ambos
el uniforme- se abalanza contra ella, la empuja contra el coche y la agrede.
Zaida informa al teniente coronel de su II
Batallón –Carlos Andrade- pero éste le quita importancia al suceso. Parece que
sólo un crimen de sangre contra Zaida pudiera ser suficiente para que alguien
se decidiera a actuar. “La cobardía y la prelación de sus carreras sobre todo
lo demás, paraliza a los mandos. En las Fuerzas Armadas Españolas, caer bien a
los jefes y no causar molestias constituyen méritos innegables… Ningún superior
quiere mancharse las manos asumiendo el conflicto andante que ella representa”
(p.87).
Como en los casos de acoso, se trata de
convertir a la víctima en culpable, criminalizándola, excluyéndola y
atacándola. “Ese mundo le hace sentir que ella es la inadaptada. El mensaje
resulta nítido: tú eres la que no ha sabido integrarse en el sistema, tú eres
el cuerpo extraño, el problema” (p.75). “No me permiten ser la víctima, quieren
tratarme como si yo fuera la culpable a quien hay que expulsar” (p.89). La
diputada Irene Lozano, se pregunta ante esto, “¿No será que la mujer acosada
sufre el doble castigo de verse menospreciada y vilipendiada por sus
superiores? En suma, ¿no será ésta una guerra invisible que está teniendo lugar
dentro de las Fuerzas Armadas españolas sin que no veamos, y cuyas víctimas no
denuncian por miedo?” (p.129).
Los códigos rojos son todas las normas
institucionales no escritas que se aplican a conflictos. Todos los códigos rojos
de las Fuerzas Armadas coaccionaban para que nunca se denunciara a un superior.
Pero Zaida, llevada a la desesperación, la desprotección y el terror a sufrir
una agresión de mayor alcance, se decide a denunciar. Escribe su relato de los
hechos para un abogado civil especializado en jurisdicción militar. Es el
momento en que decide informar a su marido, a quien le da esos mismos folios
para que los lea. Ella había mantenido a su marido en la ignorancia para
proteger su carrera militar porque sabía que se inmiscuía se quedaría sin el
futuro brillante que prometían sus calificaciones y desempeños en la
institución. EL propio marido duda de que la denuncia formal sea el camino.
-Sabes que eso significa acabar con tu carrera, ¿verdad?-, le pregunta a ella y
le sugiere que aplique los códigos rojos: arreglar eso por las vías
extrarreglamentarias -¿No hay posibilidad de arreglarlo internamente, Zaida?-. “Plantar cara a un superior sin escrúpulos
puede perjudicar de forma irreversible su carrera y su prestigio” (p.31). Más
tarde también su marido se avergonzará de haber pretendido apaños informales.
Todos los varones tenemos mucho que desaprender.
Denuncia y condena
Comenzado el proceso judicial contra
Lezcano-Mújica, a Zaida se le privó de mandar tropa y fue trasladada a Sevilla.
Reemprende en Sevilla su vida y se normaliza. Pero a finales de 2011 llega a la
base de Dos Hermanas el coronel Roberto Villanueva Barrios, compañero y amigo
del acusado Lezcano-Mújica. El acoso sexual ha quedado atrás pero comienza un
intenso acoso laboral e institucional cuyo objetivo es desacreditarla de cara
al tribunal y procurar su expulsión o abandono del Ejército. Lezcano-Mújica es
imputado, lo cual no obstaculiza que la institución le ascienda a coronel sin
ninguna objeción. “Incluso lo seleccionan para el curso que permite el acceso a
general, al que sólo los elegidos acceden”. Hay un grupo de miembro de la elite
del Ejército que solidarizados con el acosador, no están dispuestos a que sus
delitos contra una simple mujer se interpongan entre ellos.
En el juicio Lezcano-Mújica trata de
convencer al tribunal que Zaida ha sido la acosadora y expresa su intención de
no volver a acercarse a ninguna mujer en el Ejército por miedo a ser acusado
por ellas de algo que dice nunca haber hecho. Los testigos de mayor graduación
no se posicionan ante el tribunal amparándose en que no recuerdan o tienen
fallos de memoria. Los oficiales que habían recibido formalmente las peticiones
de protección de Zaida, dicen no saber ni recordar nada. Es una conspiración de
silencio y los conspiradores continúan impunes o incluso promovidos en pago por
haber permanecido inertes y amnésicos. También hay testigos que tienen la
valentía de declarar la verdad.
En una fecha tan señalada para los Derechos
de la Mujer como el 8 de marzo, es dada a conocer en 2012 la sentencia del
Tribunal Militar Central contra el ya entonces asscendido coronel
Lezcano-Mújica. El Tribunal estaba formado por el presidente general consejero
togado Antonio Gutiérrez de la Peña, el vocal general auditor Eduardo Matamoros
y el vocal general de brigada Miguel Ángel Ballesteros. “La pena impuesta…
supone la más dura condena que haya recaído sobre un militar por abuso de
autoridad en la historia reciente del Ejército de Tierra español” (p.151).
El Tribunal Militar Central dio como hechos
probados los actos de hostigamiento de Lezcano-Mújica contra Zaida, todas y
cada una de las agresiones y abusos, verbales y físicos; se consideraron
probados por los testigos. “Asimismo queda demostrado que conocían los hechos” tanto el teniente
coronel Carlos Andrade Perdrix, el teniente coronel Vicente Brines Bernia y el
general de brigada Eduardo Acuña Quirós. Ella pidió protección por el conducto
reglamentario y ellos hicieron oídos sordos, no quisieron actuar o ni siquiera
quisieron recibirla como es el caso del general Acuña. El Tribunal les
recrimina su inacción y desprotección, así como su labor de obstaculización de
la acción de la Justicia al haber fingido no recordar. No obstante, sus amigos
no les dejarán en la estacada sino que premiarán su complicidad con
Lezcano-Mújica: Andrade ascendió a coronel en 2010, Brines ascendió a coronel
en 2014 y Acuña pasó a la reserva en 2013 pero desde entonces es director general
de una empresa que tiene el cuantioso contrato de mantenimiento de la base que
él mismo había tenido bajo su mando. Es lo que se conoce por una eficaz “puerta
giratoria”: tras desempeñar un cargo público, se aprovecha de dicho cargo desde
la empresa privada.
Lezcano-Mújica es condenado por la acción
“denigrante y envilecedora” y “actos indignos y absolutamente reprochables”
contra Zaida. Pero le impusieron dos años y diez meses de condena para que no
alcanzara los tres años a partir de los cuales se pierde la condición de
militar. Además, no pudo ser condenado por acoso sexual porque no es un delito
tipificado en el código disciplinar militar.
Se intensifica el
acoso y derribo contra Zaida por parte de la institución
Pero una vez que Lezcano-Mújica fue
condenado, los problemas de Zaida no hicieron sino empezar. A su marido le
hacen el absoluto vacío y es objeto del desprecio de sus superiores. Le acusan
de no haber sabido parar la denuncia que hizo su mujer o incluso de haberla
incitado a denunciar. Son tan machistas que son incapaces de reconocer que una
mujer pueda actuar por propia autonomía. Los informes de evaluación (IPEC)
sobre el marido son manipulados para pasen de ser los propios de alguien que
había sido número uno de su promoción al de uno de los peores comandantes.
El coronel Roberto Villanueva Barrios lidera
el acoso laboral e institucional. “Primero llega el abandono de sus mandos,
después la persecución” (p.169). Va a Madrid y se informa de cómo puede
lograrse expulsar a Zaida del Ejército. Hay dos vías: un informe de evaluación
(IPEC) extremadamente negativo o un diagnóstico psicológico que informe de su
incapacidad para desempeñar su función. Va a empujar ambas junto con el acoso
laboral.
El acoso se muestra especialmente cruel
cuando a su padre le diagnostican un cáncer. Le van a operar de gravedad y la
única hermana de Zaida está embarazada, razón por la cual no puede estar en el
hospital cumpliendo la labor de acompañamiento de su padre durante la
intervención quirúrgica y, sobre todo la presencia para tomar decisiones como
familia en caso de que haya complicaciones. Zaida podía pedir días propios pero
opta por ir sobre seguro y solicita permiso oficial para acompañar a su padre.
El coronel Villanueva se muestra cruel e inflexible y le pide que el hospital
acredite documentalmente el grado de gravedad de la enfermedad del padre de
Zaida. Es un documento que a nadie anteriormente se le había requerido y que un
hospital no extiende. Se le impide asistir a dicha operación por imposición.
Simultáneamente, se produce otra
circunstancia. Se le permite que estudie para obtener el acceso al curso
llamado CAPACET que da acceso al grado de comandante, pero se le obliga a que
si quiere estudiar ese acceso lo haga durante sus vacaciones. Pero la norma
obliga a que dicho estudio sea realizado durante el tiempo de trabajo y
residiendo en el cuartel, así que no se le puede obligar a que sea durante
vacaciones. Zaida le informa de que tal medida no se ajusta a la legalidad y el
coronel Villanueva le dice, “No todo en el Ejército es legalidad, como tú has
pretendido demostrar con mi compañero en los tribunales” (p.183). A Zaida le
queda claro que el coronel actúa por venganza de su amigo y compañero, el
acosador condenado Lezcano-Mújica. Puestos a poner más obstáculos, el coronel
Villanueva le impide tomar vacaciones como una medida para ejercer mayor
presión sobre ella. Zaida pide protección a su inmediato superior, el general
de división José Manuel Roldán, pero éste no hace nada sino dar la razón al
coronel Villanueva.
Contra Zaida se forma un círculo de mandos
dispuestos a hacerle pagar su denuncia contra Lezcano-Mújica. En parte lo hacen
porque son amigos del acosador, pero también para castigar que haya formulado
legalmente el proceso y no haya aguantado o haya actuado por conductos
informales. Eso ha expuesto al Ejército a lo que ellos consideran descrédito
público y son firmes defensores de que los trapos sucios se lavan en casa y de
las conspiraciones de silencio. La cadena de acosadores y cómplices llega muy
alto. “No hubo ninguna conjura planificada, porque no fue necesaria.
Simplemente las alianzas e intereses de quienes se sentían pertenecer al mismo
estamento que el acosador condenado funcionaron de forma natural. Las amistades
personales, los clanes, las familias… hicieron el resto” (p.188).
Ese coronel Roberto Villanueva Barrios bajo
cuya autoridad está Zaida en Dos Hermanas, tiene un hermano –Luis Villanueva
barrios- que despacha diariamente con el JEME (Jefe del Estado Mayor del
Ejército de Tierra).
Zaida, que era una oficial que había puesto
toda su confianza en el código militar y en la institución, sufre una intensa
depresión. “Durante el día aguanta como puede, pero al caer la noche todo su
sufrimiento pasado irrumpe en tromba y le impide conciliar el sueño. Le da
vueltas a las mismas ideas sobre cómo las cosas podrían haber sido diferentes.
Los pensamientos reiterativos no le permiten dormir…” (p.170). Acude a un
psicólogo, quien le dice “Estás preparada para muchas batallas, Zaida,
muchísimas, muchas de las cuales la gente normal no soportaría. Pero una de las
cosas para las que no estabas preparada era enfrentarte a esto” (p.171). Su
abogado también le planteó cuando la conoció, “Parece usted una persona que le
gustaban las Fuerzas Armadas, pero que no estaba preparada para un ataque que
viniera de los suyos…” (p.141). “El psicólogo ve que Zaida presenta claros
síntomas depresivos y ansiosos, causados por el temor a encontrarse de nuevo
con su acosador, que parecía reproducirse como una monstruosa hidra de siete
cabezas apareciendo en cualquier cuartel en cualquier momento para destrozarle
la vida. Si cualquier compañero de Lezcano, con el que haya compartido
promoción, destinos o misiones, va a hacer suya la causa de él y va a
hostigarla para que expíe el crimen de haberse atrevido a denunciarlo…”
(pp.190-191). Zaida, ice el psicólogo, “ya no aguanta más la persecución de la
que manifiesta estar siendo objeto, ya que, a raíz de la sentencia condenatoria
del coronel que la acosó y agredió, por parte de sus mandos actuales no recibió
ninguna muestra de apoyo, muy al contrario, según ella, han intentado que se
sienta lo más incómoda posible…”. Zaida siente tentaciones de autolesión. El
psicólogo diagnostica “Crisis de angustia e ideas de autolisis [autolesión
suicida], todos los pensamientos son muy negativos, catastrofistas con un
incesante llanto, taquicardia, sensación de ahogo y dolor en el pecho…”
(p.191). El psicólogo le determina la baja laboral.
El coronel Villanueva –amigo del acosador
condenado- no está dispuesto a que esa baja sea un descanso para Zaida y le
ordena que durante su baja no salga de su domicilio. Un nuevo diagnóstico, esta
vez psiquiátrico, le prescribió que tenía que pasear y hacer deporte como una
vía para reponer su ánimo. El absolutamente injustificado confinamiento en el
domicilio podía empeorar su estado.
Ella se va a la vivienda de campo que tiene
su padre en Mejorada del Campo. Allí el Ejército no cesa en su “hostigamiento
burocrático” y le envía un burofax –pese a que no era su domicilio propio y por
tanto no tenían derecho a enviárselo allí-. Su padre recibe personalmente el
burofax. Está hecho de tal forma que toda la familia pueda enterarse de lo que
le está pasando a su hija, cosa que ella había ocultado dado el estado de salud
en que se hallaba su padre. Pero éste abre y lee el burofax que le entrega su
cartero en mano y entonces se produce el momento más negativo que Zaida
recuerda. “Nunca podré olvidar la imagen de mi padre llorando a lágrima viva
con el burofax en la mano preguntándome: ¿qué te han hecho, hijita, qué te han
hecho?” (p.195). Ella trata de quitarle importancia para que se calme, pero
“nada le consuela. Se abrazan y permanecen un rato en silencio… Zaida está
impresionada. Es la primera vez en su vida que ve llorar a su padre… El día que
vio llorar a su padre supo que sus enemigos iban a por sus seres queridos”
(p.195). Efectivamente, su marido abandonó el Ejército.
Totalmente desprotegida, dirigió una carta al
Ministro de Defensa, Pedro Morenés, pero inútilmente. También su padre escribió
más tarde al Ministro, pero también sin resultados. Las respuestas confirman el
estado de la cuestión.
La única buena noticia es que Zaida obtiene
una de las mejores notas para acceder al curso CAPACET para comandante. Se
desplaza a Zaragoza para comenzarlo. Es entonces cuando el coronel Villanueva
viaja a Madrid para informarse de cómo puede expulsar a Zaida. Encarga una
evaluación a una comandante –María Teresa Campos Cuesta- a cuyas hijas había
cuidado Zaida. Ésta se excusa ante Zaida de tener que manipular una evaluación
tan negativa pero es una orden directa del coronel Villanueva que no se atreve
a desobedecer. Por otra parte, aunque sólo levaba un mes de baja por
prescripción del psicólogo militar, el coronel Villanueva ordena otro
diagnóstico para demostrar que Zaida era incapaz. Le hacen el diagnóstico y
confirma el oficial, que no justificaría la expulsión de Zaida. Este segundo
médico, un comandante, le pregunta al entrar a examinar a Zaida, “Chiquilla,
¿tú a quién has matado?”, y le cuenta que está siendo presionado para que
manipule su informe. Se muestra dispuesto a testificar públicamente sobre
dichas presiones. Como el coronel quiere uno negativo, encarga otro examen
pericial más, lo cual es claramente una prevaricación.
Para presionar más a Zaida, el coronel envía
toda la información médica a Zaragoza a través del sistema de comunicación del
Ejército de Tierra (MESINCET) para que todas las personas conozcan la situación
de Zaida, lo cual viola gravemente el derecho de confidencialidad y es una
medida extremadamente cruel. “En el momento en que se recibe, la Escuela de
Guerra del Ejército de Tierra al completo conoce todos los avatares de la salud
de Zaida” (204). El coronel Villanueva ordena a Zaida que vaya de Zaragoza a
Dos Hermanas para firmar la evaluación que obligó a hacer a la comandante María
Teresa Campos. Zaida tiene que ir.
Encarnizamiento
institucional contra Zaida
El círculo de conspiradores sigue subiendo y
entra en acción el general de brigada Ramón Pardo de Santayana y Gómez de Olea,
responsable de la escuela donde estudiaba Zaida para comandante ya que él era
el subdirector de enseñanza del Ejército de Tierra. Con clara voluntad de
prevaricador, aprovecha la ausencia de Zaida de la escuela –obligada por la
orden del Coronel Villanueva y confirmada la obediencia a esa orden por mandato
de su superior en la escuela- para acusarla de haber faltado 12 días y por
tanto ser expulsada del curso CAPACET. Ramón Pardo de Santayana mentía sobre el
número de días de ausencia –eran más- e injustamente no quiso considerar que
había sido una ausencia por orden de su superior de la escuela, que le obligó a
obedecer al coronel Villanueva. Lo que el general de brigada Ramón Pardo de
Santayana quiere hacer es crear un falso motivo para impedir que Zaida ascienda
a comandante pues su capacidad académica es notable y sin duda lo logrará.
“Todo huele a intento de expulsión por la puerta falsa” (p.209). El general de
brigada Ramón Pardo de Santayana niega a Zaida el derecho a poder recurrir la
decisión, otra prevaricación.
Zaida solicita el amparo del JEME (Jefe del
Estado Mayor del Ejército), el general Jaime Domínguez Buj, por encima del cual
sólo está el ministro y cuyo cargo es designación del Ejecutivo. Zaida le
formula tres partes contra el coronel Villanueva, contra el teniente coronel
Javier Rodríguez Bellas –bajo cuyo mando estaba en Dos Hermanas- y contra la
comandante María Teresa Campos por manipular el informa de evaluación (IPEC).
Pero el acoso entonces llegó a su apogeo mediante un “acoso burocrático,
ejecutado sin piedad y sin freno” (p.213).
Al no poder continuar realizando el CAPACET,
los jefes de Zaida le recomiendan tomar unos días de descanso. Extienden un
documento en el que consta que Zaida inicia el descanso a tal hora de tal día,
la firma de Zaida y las firmas del coronel jefe de la Escuela de Guerra del
Ejército de Tierra Sanchez Urbón y del teniente coronel Salas, que son quienes
han propuesto ese descanso. Zaida pide más días y el teniente coronel
secretario de la escuela –Fernando Barrera Mejía- aprovecha el mismo documento:
transforma el 0 en un 8 y el 7 en un 17.
La máquina burocrática caerá sobre ella con
toda su fuerza. El general Ramón Pardo de Santayana y Gómez de Olea, “a quien
no iba dirigido el escrito, carga la suerte y da parte de la capitana por la
‘falsificación’ de la solicitud” (p.215), denuncia de la que no se da parte a
Zaida hasta dos meses después para que no actúe. “Pardo de Santayana omite
recabar la versión de Zaida en todo momento” (p.216). “Todos los militares
experimentados, al tanto de lo sucedido, se muestran asombrados ante el hecho
excepcional de que el general Pardo la acusara de algo tan grave sin mediar una
palabra con ella y preguntarle su versión” (p.216).
Durante la instrucción, Zaida solicita que se
haga un peritaje caligráfico para demostrar que el autor de la modificación ha
sido el teniente coronel secretario de la Escuela Fernando Barrera Mejía. Sin
embargo, la juez de instrucción no ve necesaria la prueba. La juez archiva el
caso pero en el auto afirma que Zaida ha realizado el falseamiento. Es una
afirmación que con seguridad aprovecharán para volver a acosarla, así que Zaida
debe demostrar que ella no manipuló el documento. Efectivamente, el general Ramón Pardo de
Santayana inicia la vía disciplinaria contra Zaida y en agosto de 2013 remitió
un auto de la juez a un coronel del Ejército de Tierra.
Zaida y su marido, “desesperados, suben el
nivel y buscan apoyo en la política”. La diputada de UPyD, Irene Lozano, había
defendido el caso de Zaida, así que se encuentran con ella. La parlamentaria telefonea
al ministro de Defensa, Pedro Morenés, pero éste se niega a contestar a la
diputada de las Cortes Españolas. La diputada le interpela en el Congreso y al
día siguiente el periodista Miguel González, del diario El País, publicó un
artículo en el que se expone el caso, la persecución y la impunidad de los
acosadores. En respuesta a esta denuncia pública, el Jefe del Estado Mayor de
la Defensa –JEMAD- abre un expediente contra ella por la falsificación del
documento del permiso.
Zaida contrata por su cuenta los servicios de
un perito caligráfico de prestigio, el cual demuestra con plena seguridad que
las letras de la modificación de aquel documento de permiso no eran de Zaida.
Entonces la juez cambia de parecer y sí encarga a la Guardia Civil un aprueba
caligráfica. La Guardia Civil afirma que no se puede afirmar que las letras de
la modificación sean de Zaida pero sí se puede demostrar que las dos firmas de
los mandos fueron hechas por una única persona. “Eso sí constituye un delito,
el de usurpación de identidad y, además, según los expertos, invalida el
documento” (p.236). El coronel Sánchez Urbón reconoce ante la juez que autorizó
al teniente coronel Salas a firmar en su nombre.
Irene Lozano |
Simultáneamente, el ministro Morenés iba a
ascender al general Ramón Pardo de Santayana a general de división, pero la
intervención de la diputada Irene Lozano en el parlamento impide que se
produzca. Para proteger a dicho general –hijo de una familia de gran poder
dentro del Ejército-, el ministro paraliza todos los ascensos y así no hacía
perder a Pardo de Santayana la antigüedad. Con todos los ascensos paralizados,
el ministro ofrece a la diputada que retire su objeción parlamentaria a cambio
de que el JEMAD retire el expediente disciplinario contra Zaida. En el proceso
del JEMAD uno de los tenientes coroneles admite que el documento se incluyó por
sugerencia de él. No obstante, el JEMAD continúa la presión y acusa a Zaida de
que ella sabía que había un tachón y aún así dio curso al documento. Pero como
es una falta leve y ha prescrito, el JEMAD, sin poder darle mayor recorrido no
tiene más remedio cerrar el expediente disciplinario y a cambio le manchan su
historial a Zaida.
Zaida decide acudir a la justicia y presenta
querellas contra Pardo de Santayana y los tres mandos de la Escuela de Guerra
de Zaragoza –Urbón, Salas y Barrera-. El juez instructor coronel Eduardo
Reigadas niega que se graben las sesiones por falta de medios –es la misma
instalación donde se había grabado el juicio contra Lezcano-Mújica-. Tras cinco
días de declaraciones, el juez redacta el auto en un solo día en el que se
desimputa a los tres mandos de mayor graduación. Uno de los criterios que
expone el juez en su veloz auto es que para el general Pardo de Santayana “el
hecho de estar imputado es muy lesivo para su carrera” (p.247). Esto fue en
junio de 2014 y en diciembre de 2014 el rápido juez Eduardo Reigadas fue
ascendido de coronel a general de brigada.
Este es un relato no cerrado. Tenemos la
convicción de que su caso ya constituye una inflexión y que su nombre acabará
incorporado al de aquellos que han hecho un gran servicio al Ejército. Por
ahora, el ministro Morenés, tras una autoritaria y desconsiderada respuesta a
una pregunta parlamentaria de la diputada Irene Lozano, tuvo que rectificar
toda su posición y ha prometido cambios en el régimen disciplinario y nuevos
protocolos de actuación. El sufrimiento de Zaida es el de miles de mujeres –y
varones- en el Ejército y en muchas más instituciones de nuestro país. La
historia de Zaida continúa y su caso se ha convertido en una causa.
“Vivimos tiempos
sombríos
en los que
denunciar a los corruptos
se convierte en un
acto heroico.”
En cuanto al general acuña, yo le conocí de capitán cuando hice la mili en Madrid. Todo un personaje, mala persona y peor capitán, y aun así, EM y General. Ver para creer.
ResponderEliminarEn cuanto al general Acuña, yo le conocí de capitán cuando hice la mili en Madrid. Todo un personaje, mala persona y peor capitán, y aun así, EM y General. Ver para creer.
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