Vanier, Jean: Cada persona es una historia sagrada. PPC, Madrid, 1995. Colección "Sauce" 33. 239 páginas. Traducción de Javier Sánchez Villegas. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.
El 25 de junio de 2015, la Cátedra de Familia y Discapacidad Telefónica-Fundación Repsol-Down Madrid de la Universidad Pontificia Comillas organizó la Mesa Redonda “Cada persona es una historia sagrada”, sobre la espiritualidad y las personas con discapacidad. Este acto tenía, además, el fin de celebrar la concesión del Premio Templeton, uno de los más prestigiosos reconocimientos internacionales en materia espiritual, a Jean Vanier, fundador de las Comunidades de El Arca y Fe y Luz. A raíz de este encuentro, al cual fui invitado, surgió la idea de recoger en un artículo toda la información aportada en mi ponencia. El artículo salió publicado el mes pasado en la revista Razón y Fe, y ahora, un mes después, en Libris Liberi. Con esto doy por cancelada la deuda que tenía con muchos miembros de Fe y Luz que me reclamaron el texto para poderlo leer con calma. Gracias a todos por vuestro testimonio y por la confianza depositada en mí.
Jean Vanier, un profeta de nuestro tiempo
El pasado 11 de marzo se hacía público el anuncio de que, en este año 2015, el premio Templeton se otorgaba a Jean Vanier, fundador de las comunidades de El Arca y de Fe y Luz. De esta forma, Vanier pasaba a formar parte de un listado de personas ilustres que, desde el año 1973 (año de la concesión del primer premio) está formado, entre otras, por Madre Teresa de Calcuta, el Hermano Roger de Taizé, el Cardenal Suenens, Chiara Lubich, el Dalai Lama y Desmond Tutu.
Este galardón, en general, se otorga por parte de la inglesa Fundación Templeton a una persona viva que haya hecho una contribución excepcional a la afirmación de la dimensión espiritual de la vida, ya sea a través de una idea, un descubrimiento o la práctica de determinadas obras. Por tanto, es un reconocimiento a una trayectoria vital. En el caso de Jean Vanier, se le concede por “su innovador descubrimiento del papel central que juegan las personas vulnerables en la creación de una sociedad cada vez más humana, inclusiva y justa”.
En el presente artículo nos proponemos dos objetivos: en primer lugar, dar a conocer la figura de Jean Vanier al lector en castellano; y, en segundo lugar, destacar ciertas claves que sirven de fundamento al pensamiento de Vanier y a la vida cotidiana de las comunidades que él ha fundado a lo largo y ancho de este mundo (El Arca y Fe y Luz), cuyo reconocimiento le ha valido la recepción del premio Templeton.
Un hombre de su época
Jean Vanier nació en Ginebra el 10 de septiembre de 1928, de padres canadienses, en el seno de una familia acomodada, culta y religiosa. Desde pequeño, su vida estuvo condicionada por los vaivenes de los destinos oficiales de su padre, Georges, el cual llegó a ser ministro de Canadá en Francia (la posición diplomática más alta). Por otra parte, dado que sus padres eran fervientes católicos y grandes buscadores de la voluntad de Dios en todo momento, su educación se fundamentó en dos principios básicos: la libertad y la responsabilidad. Esto marcará decisivamente, como veremos, a Jean.
A los trece años, en 1942 (en plena II Guerra Mundial), Jean Vanier decide ingresar en el Colegio de la Marina Real británica. ¡Sus padres le dejan! Este detalle es importante, pues él mismo reconoce que, a partir de ese momento, empezó a confiar ciegamente en su intuición.
Esa intuición es la misma que le dice que el ejército no es su sitio. Así, en 1950, decide hablar con el director espiritual de su madre: el Padre Thomas Philippe, un dominico que, desde este momento, será crucial en la vida de Jean. El Padre Thomas invita a Jean a vivir con él en un centro de estudios que dirigía en ese momento, llamado Eau Vive, cerca de París. Allí Jean se entrega a la oración y al estudio (Vanier conseguirá el título de doctor en Filosofía defendiendo una tesis dedicada al concepto de “felicidad” en Aristóteles). Como consecuencia, empieza a dar clases en distintas universidades (en Canadá principalmente). Pero su intuición le dice que ése tampoco es su camino.
En el presente artículo nos proponemos dos objetivos: en primer lugar, dar a conocer la figura de Jean Vanier al lector en castellano; y, en segundo lugar, destacar ciertas claves que sirven de fundamento al pensamiento de Vanier y a la vida cotidiana de las comunidades que él ha fundado a lo largo y ancho de este mundo (El Arca y Fe y Luz), cuyo reconocimiento le ha valido la recepción del premio Templeton.
Un hombre de su época
Jean Vanier nació en Ginebra el 10 de septiembre de 1928, de padres canadienses, en el seno de una familia acomodada, culta y religiosa. Desde pequeño, su vida estuvo condicionada por los vaivenes de los destinos oficiales de su padre, Georges, el cual llegó a ser ministro de Canadá en Francia (la posición diplomática más alta). Por otra parte, dado que sus padres eran fervientes católicos y grandes buscadores de la voluntad de Dios en todo momento, su educación se fundamentó en dos principios básicos: la libertad y la responsabilidad. Esto marcará decisivamente, como veremos, a Jean.
A los trece años, en 1942 (en plena II Guerra Mundial), Jean Vanier decide ingresar en el Colegio de la Marina Real británica. ¡Sus padres le dejan! Este detalle es importante, pues él mismo reconoce que, a partir de ese momento, empezó a confiar ciegamente en su intuición.
Esa intuición es la misma que le dice que el ejército no es su sitio. Así, en 1950, decide hablar con el director espiritual de su madre: el Padre Thomas Philippe, un dominico que, desde este momento, será crucial en la vida de Jean. El Padre Thomas invita a Jean a vivir con él en un centro de estudios que dirigía en ese momento, llamado Eau Vive, cerca de París. Allí Jean se entrega a la oración y al estudio (Vanier conseguirá el título de doctor en Filosofía defendiendo una tesis dedicada al concepto de “felicidad” en Aristóteles). Como consecuencia, empieza a dar clases en distintas universidades (en Canadá principalmente). Pero su intuición le dice que ése tampoco es su camino.
En 1963, después de muchos vaivenes entre Canadá y Francia, y sin seguir encontrando su lugar en el mundo, Jean Vanier decide ir a Val Fleuri, un centro de discapacitados cuyo capellán desde hacía poco tiempo era Thomas Philippe. Allí es donde Jean descubre su verdadera vocación: entregar su vida a las personas discapacitadas más pobres. Así, en 1964, adquiere una vieja casa en Trosly-Breuil, un pueblo a unos 100 km de París, y se va a vivir a ella con dos personas con discapacidad: Raphäel Simi y Philippe Seux (prácticamente todos los libros que ha escrito Jean Vanier comienzan con un relato breve de cómo empezó la aventura de El Arca, con Raphäel y Philippe). El hogar, poco a poco, fue creciendo, gracias al apoyo de vecinos y de personas que se fueron acercando paulatinamente, atraídas por la visión y el carisma de Jean Vanier. La comunidad de El Arca acababa de nacer. Desde entonces, la biografía de Vanier se confunde con la historia de El Arca.
Con el paso del tiempo, El Arca fue creciendo. Empezó por Canadá, adonde iba Jean Vanier a dar conferencias de vez en cuando, con la creación de la comunidad Daybreak, conocida por muchas personas en la actualidad por ser el lugar de la conversión profunda de Henri Nouwen (el autor del El regreso del hijo pródigo).
Varios años más tarde, en la Pascua de 1971, Jean Vanier y Marie-Hélène Matthieu (secretaria general de la Oficina cristiana para las personas con una deficiencia) organizaron una peregrinación a Lourdes para las personas discapacitadas y sus familias. Se juntaron unas quince mil personas. Este evento marcó el inicio de las comunidades de Fe y Luz.
A partir de ese momento, tanto El Arca como Fe y Luz no han hecho más que crecer por todo el mundo. El Arca como hogares de convivencia con personas con discapacidad, y Fe y Luz como comunidades de acompañamiento a personas con una deficiencia y a sus familias. El Arca actualmente está formado por unas ciento treinta comunidades presentes en treinta países de los cinco continentes. Por su parte, Fe y Luz está constituida por unas mil ochocientas comunidades, en casi ochenta países del mundo.
Con el paso del tiempo, El Arca fue creciendo. Empezó por Canadá, adonde iba Jean Vanier a dar conferencias de vez en cuando, con la creación de la comunidad Daybreak, conocida por muchas personas en la actualidad por ser el lugar de la conversión profunda de Henri Nouwen (el autor del El regreso del hijo pródigo).
Varios años más tarde, en la Pascua de 1971, Jean Vanier y Marie-Hélène Matthieu (secretaria general de la Oficina cristiana para las personas con una deficiencia) organizaron una peregrinación a Lourdes para las personas discapacitadas y sus familias. Se juntaron unas quince mil personas. Este evento marcó el inicio de las comunidades de Fe y Luz.
A partir de ese momento, tanto El Arca como Fe y Luz no han hecho más que crecer por todo el mundo. El Arca como hogares de convivencia con personas con discapacidad, y Fe y Luz como comunidades de acompañamiento a personas con una deficiencia y a sus familias. El Arca actualmente está formado por unas ciento treinta comunidades presentes en treinta países de los cinco continentes. Por su parte, Fe y Luz está constituida por unas mil ochocientas comunidades, en casi ochenta países del mundo.
Viajes, conferencias, retiros… Jean Vanier no ha parado hasta el momento actual.
La vida está en las raíces
«En los jardines de El Arca, en Trosly-Breuil, trabajaba un hombre que estaba en paro y cuyo pasado era un poco oscuro. De él se decía que había sido un delincuente. Estaba sembrando unas plantas. Con un esqueje en la mano, de repente se para y dice: “Es increíble, toda la vida está en las raíces”. A Jean Vanier le gusta contar esta historia, porque esa intuición provenía de alguien que estaba justamente desprovisto de raíces.»
Ya hemos destacado anteriormente el papel que juegan en la vida de Vanier tanto su familia como el dominico Thomas Philippe, sobre todo a la hora de comprender la importancia que éste le da a la intuición. Sin embargo, Jean reconoce que ha habido otras influencias notables en su vida, que le han servido de base para fundamentar no sólo su pensamiento, sino también su forma de entender su compromiso en el mundo. De entre todas ellas, queremos subrayar la importancia de las siguientes:
- Madre Teresa de Calcuta. Invitado por ésta, Vanier va a Calcuta y se queda muy impresionado tanto por la espiritualidad de Madre Teresa como por el sentido práctico con el que habla de amor a los excluidos de este mundo. La miseria le impacta, pero se siente misteriosamente atraído por ese lugar de sufrimiento y de muerte que es, al mismo tiempo, un lugar de vida. Jean comprende la importancia que tiene el cuerpo, que el hecho de tocar a una persona rota y cuidar de ella puede conducir a un verdadero encuentro.
- Mahatma Gandhi. Jean Vanier se sintió tremendamente atraído por su espiritualidad y por su forma de entender el mundo. Insufló en él radicales anhelos de justicia y paz, sintiendo cómo su mayor preocupación eran los “intocables”, a los que él trataba como lo que son: harijans, hijos de Dios. A Gandhi le preocupaban la paz y la unidad, y éstas sólo pueden provenir del encuentro, de la aceptación y del respeto.
- Thomas Merton. A partir de la lectura de La montaña de los siete círculos, Jean Vanier conoce la comunidad Friendship House en Harlem, Nueva York. Su estilo de vida, unido a la espiritualidad que allí percibe, le llevan a dejar la Marina y a entender que sólo podrá haber verdadero encuentro con el otro desde la sencillez de vida y la entrega total y radical a los demás.
- Aristóteles. En él descubre Jean Vanier que toda persona se enfrenta a dos preguntas fundamentales en su existencia: ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cómo puedo ser feliz? Y estas cuestiones fue capaz de proyectarlas cuando se fue a vivir con Philippe y Raphäel: ¿Qué necesitan para ser felices? ¿Qué buscan? ¿Solamente un trabajo, un sitio en la sociedad, dinero, una vida autónoma en un piso? ¿Cuál es su forma de felicidad? Como vemos, El Arca surge como una respuesta a estas preguntas. Por supuesto, vivido desde una espiritualidad, pero siempre con los pies en la tierra. Se trata de mi felicidad, pero también de la de ellos. ¿Cómo podemos caminar juntos para conseguirla?
Hasta ahora hemos visto cuál ha sido la intuición de Jean Vanier y cómo se ha ido gestando a partir de las influencias recibidas. En este momento vamos a tratar de concretar su propuesta de vida y a centrarnos en sus aportaciones, lo cual nos llevará a entender por qué le han concedido el premio Templeton.
Un profeta de nuestro tiempo
Jean Vanier, y la propia comunidad de El Arca, entienden así su proyecto (puede leerse íntegramente en www.arche-france.org):
«La misión de El Arca es dar a conocer el don de las personas con una deficiencia mental a través de una vida compartida y de permitirles que ocupen su justo lugar en la sociedad. Esta misión invita a comprometerse con los demás para trabajar en la construcción de una sociedad más humana, más justa y más respetuosa con ellos.
La vida en una comunidad de El Arca se hace desde el servicio al crecimiento de cada uno de sus miembros. Se construye a partir de un proyecto común. Forma una red de relaciones con y en torno a la persona con una deficiencia.
Para responder a la necesidad de la persona con una deficiencia, El Arca no procura simplemente ayudarla, sino que la invita a salir de la soledad profunda en la que con frecuencia se encuentra sumida, ofreciéndole un lugar central en el cuerpo de una comunidad; un lugar en el que pueda dar y recibir, en el que sea plenamente reconocida como persona.
Desde su fundación, las comunidades de El Arca integran tres dimensiones distintas pero inseparables:
- La dimensión comunitaria. Se caracteriza por los encuentros y las relaciones que se tejen entre los miembros de una misma comunidad. Contribuye a una vida fraterna que se fundamenta en la acogida del otro, el don de sí y la visión del valor único de cada persona. Responde a la necesidad de amistad y de pertenencia de todo ser humano.
- La dimensión profesional. Supone y requiere competencias humanas y técnicas. Saber, saber-hacer y saber-ser son necesarias para acompañar a las personas con una deficiencia mental. Todas las personas que intervienen en El Arca deben procurar desarrollar sus competencias.
- La dimensión espiritual. Afecta sobre todo al deseo que todo ser humano tiene de profundizar en su capacidad de amar, de vivir relaciones de comunión verdaderas con los demás y con Dios, según la tradición que le es propia. Todas las comunidades de El Arca son comunidades de fe insertas en una tradición religiosa o interreligiosa. Todos, creyentes o no, son bienvenidos y respetados en su libertad de conciencia.»
Estas tres dimensiones que integran el ser de las comunidades de El Arca pivotan, como el propio Jean Vanier reconoce y expresa continuamente, sobre los siguientes puntos:
El misterio de Jesús
En el centro de la espiritualidad de El Arca está Jesús, como fuente de inspiración. La comunidad quiere hacer realidad el mensaje evangélico y sus valores, mirar el mundo y a cada persona con su lógica: la de la humildad, la compasión y la comunión. También quiere dar respuesta al dolor del mundo, y al de cada persona en particular, creando relaciones de alianza.
El misterio del pobre
El pobre es el centro de la comunidad. Y, en un sentido profundo, es importante reconocer que todos somos pobres. Lo somos porque todos llevamos dentro una herida, que es la base del sufrimiento humano: no sentirse amado y, como consecuencia, pensar que es imposible amar.
Pero conviene no caer en ciertos idealismos. Vanier es consciente de que ser amigo de un pobre es muy exigente, porque nos introduce en la realidad del sufrimiento. El pobre exige que se tomen decisiones, que se interiorice en uno mismo para que el amor sea el centro de la relación. El pobre también pone de manifiesto todos los conflictos que hay dentro de nosotros. Siempre plantea la misma cuestión: ¿Me amas?, y exige una respuesta. La única posible es la comunión. Desde ahí se puede entender que el pobre tiene la gracia de revelar todo lo mejor que hay en nosotros, pero también todo lo peor. Sólo desde el conocimiento y la aceptación de la realidad de uno mismo y del otro es posible entender que las heridas son lugares de la presencia de lo divino en nosotros.
De esta forma, cada persona es una historia sagrada. Igual que Moisés se descalzó ante la zarza ardiendo, porque el lugar que pisaba era sagrado, todos estamos llamados a descalzarnos ante los demás, a reconocer en ellos el lugar de la presencia, a entender que todo lo que configura a una persona (tanto el cuerpo, que ha de ser tratado con amor y respeto, como lo más espiritual que hay en ella) es digno ser amado. Sólo es posible entrar en comunión con otra persona (sea como sea y esté como esté) desde un reconocimiento, en el que no caben ciertos prejuicios, y desde una reciprocidad. “Eres importante porque existes”. No se trata, por tanto, de mantener una relación asimétrica con el pobre. En el fondo, es reconocer que todos somos pobres y que nos necesitamos unos a otros: “Tú me aportas lo que yo no tengo y yo te aporto lo que tú no tienes”. Lo demás es secundario.
Vida en comunidad
Sólo desde la fractura de ciertos prejuicios que separan a las personas es posible vivir en comunidad. Ésta es un cuerpo vivo en el que se quiere hacer realidad un cambio total y radical. Se pretende que los últimos sean los primeros y que éstos configuren el corazón y el centro de la comunidad. Los más débiles son indispensables en el cuerpo. Se trata, por tanto, de vivir la unidad a través de la acogida, los cuidados, el trabajo y la comunión con los más débiles.
Jean Vanier es consciente de que el objetivo es llevar una vida cotidiana con el pobre. Se trata de “comer a la mesa de las personas con una deficiencia mental”, convertirse en sus amigos, trabajar por la unidad, por la reconciliación y por la paz. Se trata de vivir la amistad desde su raíz más profunda, integrando dos elementos claves en su realización: la experiencia del perdón, fundamental para la aceptación y la sanación de las heridas, y para la reintegración de las personas, y la celebración festiva de la alegría del encuentro. La comunidad es un lugar de perdón y de fiesta. Es el ámbito en el que se puede vivir en alianza. Corazón a corazón.
Las comunidades de El Arca, por tanto, no son un movimiento orientado a “hacer cosas”, organizar escuelas, talleres ocupacionales o incluso catequesis. No son hogares asistenciales en los que se acoge a personas con una deficiencia. El Arca es una comunidad donde las personas están unidas en el amor y están llamadas a cuidar unas de otras (porque, en el fondo, todos tenemos nuestras limitaciones, nuestras “deficiencias”), y a ser testigos de que otro mundo es posible.
Por eso, El Arca es una red de comunidades distribuidas por todo el mundo especialmente sensible a estar bien insertas en cada cultura. El respeto a las distintas culturas, y a las diferentes manifestaciones religiosas, es máximo. Si bien nació en Francia, en un contexto católico, El Arca no pretende trasplantar una cultura europea ni colonizar de ninguna forma. Cada comunidad está llamada a vivir lo esencial de El Arca y de Fe y Luz en su propia cultura, con todo lo que esa cultura ofrece. El Arca no puede renunciar a su vocación ecuménica, lo cual le lleva a buscar fórmulas en las que todos sus miembros se sientan acogidos y cómodos. Esto se vive como un reto, pero también como una fuente de vida y esperanza. No hay unión sino en la diversidad. No hay comunión si no hay acogida de la diferencia. Sólo desde aquí cabe la posibilidad de pensar en un mundo mejor, en un mundo de paz.
A modo de conclusión
El misterio de Jesús, el misterio del pobre y la vida en comunidad son los fundamentos de El Arca y de Fe y Luz. A éstos hay que unir la profunda vocación que sienten las comunidades a vivir el encuentro desde el respeto y la aceptación de la diferencia, lo cual se traduce en una llamada a ser ejemplo de ecumenismo y de paz. “Caminar siempre al ritmo del más lento” bien podría ser su lema. ¿Es que acaso hay otro?
En el año 2009, Jean Vanier fue propuesto como candidato al Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, no lo obtuvo. El premio fue concedido a otro candidato: a Barack Obama. La Academia sueca tendría sus motivos. Desde mi punto de vista, se equivocó. ¿Rectificará algún día? Pero, ¿es necesario, de verdad, que rectifique?
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