lunes, 11 de agosto de 2025

George Augustin: El problema de Dios, hoy. Por Ramón Alfonso Díez Aragón

Augustin, George (ed.): El problema de Dios, hoy. Sal Terrae, Santander, 2012. 200 páginas. Comentario realizado por Ramón Alfonso Díez Aragón.

Esta obra recoge algunas ponencias de un simposio sobre el problema de Dios organizado en 2008 por el Instituto de Teología, Ecumenismo y Espiritualidad «Cardenal Walter Kasper» de Alemania. La anima una doble convicción. En primer lugar, como reza el título de la contribución del propio Kasper, la de que es «tiempo de hablar de Dios»: no en vano, en la cultura occidental –desengañada de los grandes ideales y entregada al relativismo y lo inmanente– aumenta el número de quienes, anhelando sentido y orientación, emprenden la búsqueda religioso-espiritual y se abren a la trascendencia. Y en segundo lugar, la de que, como se afirma en el prólogo, «el problema de Dios no es solo... la pregunta fundamental de la teología, sino de la totalidad de la existencia humana» (p. 11). Por eso, puesto que se trata de una pregunta que nadie puede acallar por completo, la idea de Dios ofrece una posibilidad de diálogo con las personas de buena voluntad, incluidos los ateos, siempre que los creyentes estemos también dispuestos a confrontarnos a fondo con ella. 

El problema de Dios constituye, pues, un eje fundamental de la nueva evangelización: además de proporcionar un prometedor punto de encuentro con quienes se han alejado de la Iglesia o no se deciden a creer, hablar de Dios (y experimentarlo) es condición indispensable para que la Iglesia se re-evangelice a sí misma y recupere la energía y el entusiasmo misionero que tanto se echan en falta. Pero ello, por supuesto, no puede hacerse en abstracto, sino que ha de tener como referencia el mensaje y la vida misma de Jesucristo. El Dios cristiano no es el Dios de los filósofos, sino el Dios bíblico, el Dios trinitario que se ha revelado en la historia. 

El libro consta de seis capítulos. Se abre con la ponencia del cardenal Kasper, que gira en torno a la convicción de que la disputa sobre Dios constituye, en el fondo, una disputa sobre si es la fe o, por el contrario, la incredulidad la que conduce a un mejor conocimiento de la realidad (cap. 1). La contribución del cardenal Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, tiene dos partes bien diferenciadas: la primera se centra en el análisis de los retos que la «dictadura» del relativismo plantea a la fe cristiana; la segunda interpreta la crisis de la Iglesia como crisis de Dios y previene contra los peligros del pluralismo religioso y la difuminación de la figura de Jesucristo (cap. 2). 

El texto de monseñor Müller, nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es de índole pastoral e incide en que, a pesar del hoy generalizado olvido de Dios, todavía existen vías para experimentar la cercanía divina, como, por ejemplo, la entrega por amor y el encuentro personal (cap. 3). El cardenal Lehmann, obispo de Maguncia, subraya que la realidad divina es un misterio que nunca deja de ser tal: ni cuando Dios se revela ni cuando, finalmente, llegue a ser todo en todo. Un aspecto esencial de este misterio divino radica en que su omnipotencia es justamente el poder del amor (cap. 4).

Las dos contribuciones finales, a cargo del exégeta Thomas Söding (cap. 5) y el teólogo George Augustin (cap. 6), son de carácter más técnico, por lo que su lectura exige algo de esfuerzo. Thomas Söding estudia algunos pasajes de la Carta a los Romanos, esforzándose por mostrar cómo, según Pablo, únicamente el monoteísmo de la fe puede suscitar esperanza en la justificación. El gran problema es conciliar la justicia de Dios con el carácter inmerecido de la gracia. Por último, el artículo de Augustin, el más extenso, es una magnífica presentación de las valiosísimas reflexiones de Wolfhart Pannenberg sobre la unidad y la trinidad de Dios. Uno de los rasgos que hacen atrayente el planteamiento de este teólogo luterano es la clara conciencia de la problematicidad de la idea de Dios, cuya verdad no se evidenciará sino al final de los tiempos: hasta entonces no quedará irrefutablemente manifiesta la propia divinidad de Dios, su condición de realidad que todo lo determina. 

En conjunto, sobresalen tres grandes ideas, subrayadas desde diferentes perspectivas por los autores. La primera es la insistencia en el monoteísmo trinitario como lo distintiva e irrenunciablemente cristiano. El monoteísmo cree en Dios como realidad absoluta, lo que contrasta con el relativismo hoy dominante. El que se trate de un monoteísmo trinitariamente concretado posibilita que el vínculo de Dios con la historia sea mucho más estrecho que en las otras dos religiones monoteístas, como se evidencia en el hecho de la encarnación y en la afirmación de que la cruz de Jesús se halla inscrita en la propia vida divina. La segunda idea está ya contenida en lo que acabamos de decir: la doctrina de la Trinidad es condición indispensable de la afirmación de la divinidad de Jesús, esto es, sin Trinidad no hay cristología. De ahí el reiterado interés en prevenir contra la tentación de renunciar a la doctrina trinitaria en aras del diálogo interreligioso, sobre todo con judíos y musulmanes. La tercera idea es que el sufrimiento humano constituye una importante piedra de toque de esa disputa por la interpretación de la realidad que es la disputa por Dios. La doctrina de la Trinidad no ofrece una explicación del misterio del sufrimiento (¿cómo podría?), pero sí una imagen que es fuente de esperanza: la del Dios que, haciéndose uno de nosotros, comparte el sufrimiento humano en libre autodeterminación por amor. Esta manifestación suprema del poder divino nos permite confiar en que el amor y la libertad constituyen también el sentido último de nuestra vida y de la realidad toda. 

Lo mejor de este libro es que demuestra que merece la pena volver a poner a Dios en el centro de nuestras reflexiones y de nuestro anuncio. ¡Hagámosle caso a Kasper y hablemos sin cesar de Dios!


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