Agrelo, Santiago: Emigrante: el color de la esperanza. PPC, Madrid, 2015. 360 páginas. Comentario realizado por Daniel Izuzquiza.
Desde su nombramiento en 2007 como arzobispo de Tánger, el franciscano Santiago Agrelo se ha convertido en una reconocida voz profética que, con la misma contundencia, defiende a las personas migrantes y critica la indiferencia de las sociedades europeas.
Desde su nombramiento en 2007 como arzobispo de Tánger, el franciscano Santiago Agrelo se ha convertido en una reconocida voz profética que, con la misma contundencia, defiende a las personas migrantes y critica la indiferencia de las sociedades europeas.
Frente a tantos muros, vallas y barreras, este libro busca “abrir los ojos y el corazón, de modo que veamos a los invisibles y se nos hagan presentes los ignorados” (p. 6). Se trata de una recopilación de más de 80 escritos breves e incisivos: cartas pastorales, recogidas en la primera sección, “Paz y bien”; homilías, que constituyen la segunda sección, titulada “Queridos”; y artículos y otros textos, que conforman la última parte del libro, bajo el título “Del color de la esperanza con que se mira”. Se trata de escritos cristianos que rezuman evangelio, compromiso y encarnación. Por ello, habla también un lenguaje político. El último de los textos está dirigido a la Defensora del Pueblo y, por ello, en él abandona las formulaciones explícitamente cristianas para emplear el lenguaje jurídico de la legalidad. Pero la convergencia es clara.
Una última observación: desde su atalaya particular en la frontera sur europea, Agrelo vislumbra el sufrimiento de miles de personas que “mendigan, sobreviven, sufren y mueren en los caminos de la emigración” (p. 351). Es una perspectiva básica e imprescindible; recordemos, simplemente, que no es la única, porque los procesos migratorios ni empiezan ni acaban en las fronteras.
Una última observación: desde su atalaya particular en la frontera sur europea, Agrelo vislumbra el sufrimiento de miles de personas que “mendigan, sobreviven, sufren y mueren en los caminos de la emigración” (p. 351). Es una perspectiva básica e imprescindible; recordemos, simplemente, que no es la única, porque los procesos migratorios ni empiezan ni acaban en las fronteras.
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