lunes, 17 de mayo de 2021

Víctor Gómez Pin: El honor de los filósofos. Por Javier Sánchez Villegas

Gómez Pin, Víctor: El honor de los filósofos. Acantilado, Barcelona, 2020. 598 páginas. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.

Nunca se había escrito una historia de la filosofía cuyo leit motiv fueran las consecuencias dramáticas que puede llegar a tener un pensamiento libre fiel a sus propias exigencias. De hecho, a lo largo del tiempo, siempre ha habido pensadores que se han negado a aceptar, e incluso han llegado a rechazar, postulados religiosos, científicos o de cualquier otra índole, con independencia de qué persona o institución los mantuviera. Pensadores que “dieron testimonio de que, si bien la libertad es efectivamente el horizonte al que aspira todo proyecto humano, no hay sin embargo que esperar a que la libertad sea efectiva para reivindicar las facultades que hacen la especificidad de nuestra condición en el orden animal, y esforzarse en darles alimento” (p. 13). 

Este es el objetivo que se plantea Víctor Gómez Pin (Barcelona, 1944), catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Barcelona; autor de numerosos ensayos, entre los que destacan, entre otros, El orden aristotélico (1984), El drama de la ciudad ideal (1995) y Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen (2008). A lo largo de su trayectoria filosófica, es destacable la creación del Congreso Internacional de Ontología (desde 1993), cuya finalidad es retomar los viejos problemas de la filosofía griega para contemplarlos a la luz de la reflexión contemporánea. Así, por ejemplo, se recogen sus aportaciones en obras como Tras la Física. Arranque jónico y renacer cuántico de la filosofía (2019). La obra que estamos presentando, El honor de los filósofos, sigue la estela iniciada hace ya años, en la que se percibe una total madurez, fruto del precipitado de todo su itinerario intelectual.

El honor de los filósofos es una exposición del pensamiento de personas (en concreto, sesenta y cuatro) que, por unos motivos o por otros, tuvieron problemas con el orden establecido a causa de su pensamiento. No hay un orden cronológico, y ni siquiera se vinculan a los autores por afinidad de problemática o de escuela. Los criterios de agrupación son muy diversos. De hecho, cada una de las ocho partes de que se compone este libro responde a un criterio concreto; por ejemplo, ingratitud y repudio (primera parte); el panteón y el cadalso (segunda parte); en efigie… y en presencia (tercera parte); etc. Así, por la obra pasan autores que perdieron la vida a causa de su pensamiento (Sócrates, Moro, Bruno, Hipatia, Servet…); otros fueron abandonados o traicionados (como es el caso de Leibniz); otros murieron como consecuencia de su condición (como Alan Turing)… 

Muchos son los pensadores que son reunidos en esta obra. Y es de agradecer que Víctor Gómez Pin, después del prólogo (“Pensar y ser”), quiera presentar, aunque sea mínimamente, el elenco de personajes que van a ser tratados posteriormente. El orden, no podía ser de otra forma, es objetivo, exclusivamente de aparición: Aristóteles, Calístenes de Olinto, Baruch de Spinoza, Gottfried W. Leibniz, René Descartes, etc. Todos ellos forman el “Dramatis personae”, parte fundamental sobre todo para los lectores que no conozcan a todos los “personajes” que pueblan el bosque tupido de la historia del pensamiento. Y tras la presentación de todos los pensadores, solo queda entrar en la llamada “causa de la filosofía”. 

El autor es consciente de que no están todos los que son, pero nadie dudará de que sí son todos los que están. En el fondo, de lo que se trata es de evocar “la obra, la vida y en ocasiones la prematura e injusta muerte de personas que, habiendo ellas mismas centrado sus capacidades en lo más duro, simplemente nos ayudaron a pensar, pero quizá algo más: pues por la dignidad de su disposición, su indomable resistencia a la dificultad, su exaltación de logros y su entereza ante el fracaso, […] simplemente nos brindaron una lección de moral sin necesidad de redactarla” (p. 26). 

De esto va el libro: de moral. Y de libertad. Y de resistencia. Y, si me apuran, de dignidad. Todos los pensadores (para que luego digan que las ideas no son importantes) dieron una lección magistral de, a juicio del autor (p. 27), al menos cinco virtudes: rigor en el pensamiento; firmeza ante sus previsibles consecuencias; prudencia, para superar los momentos de flaqueza; autoestima, para mantenerse en pie a pesar de la exclusión o marginación; andreía, para mantener la entereza. Todos ellos, por otra parte, simplemente buscaban la verdad desde la mera razón. Es decir, en el fondo se trata de entender la realidad (y a nosotros mismos como parte integrante de ella). De desentrañarla para poder ubicarse en ella. De descomponerla y volverla a componer para poder trenzarla con retazos de humanidad. De esto va el pensamiento, de humanizar la realidad, de progresar en el proceso de apropiación de la misma. En el fondo, forma parte de nuestro ser natural (Aristóteles dixit). 

Tensar el entendimiento. Conocer la realidad. Exponerla al mundo. ¿Hay algo más humano que esto? Sin embargo, ¿hay algo más peligroso que esto? El extraordinario libro de Víctor Gómez Pin tiene razón: el principio de inercia funciona en física, pero también en psicología social: todo lo que está en reposo tiende a seguir en reposo; es decir, cuesta integrar el movimiento de las ideas, incomoda, te hace salir de tu zona de confort, de tus estructuras establecidas, de lo de “siempre”. Pero también todo lo que está en movimiento tiende a seguir en movimiento. Este es el tema de la filosofía, hacer realidad el pensamiento de Heráclito: “Todo fluye, nada permanece”. Para ello, nada mejor que pensar en libertad, tratando de apropiarse en cada momento de una pizca más de verdad. Poco a poco. Caiga quien caiga. Porque, al final, se trata de una cuestión de honor, el honor de los filósofos.


2 comentarios:

  1. Dejando sentado que la obra me parece estupenda, he de señalar el error recurrente de utilizar el verbo "infringir" cuando debería usarse "infligir".
    Varias veces a lo largo de la obra.
    Lo he comunicado a la editorial y ahora hago lo propio con el autor.

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    1. Gracias por tu aportación, anónimo lector.
      Un saludo cordial.

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