Ares Mateos, Alberto: Hijos e hijas de un peregrino. Hacia una teología de las migraciones. Cristianisme i Justícia (Cuaderno n. 206), Barcelona, 2017. 32 páginas. Comentario realizado por Santi Torres Rocaginé.
Seguramente, si hay un tema que marcará en el futuro las agendas sociales y políticas, será el de la inmigración. No por ser un tema nuevo, pero sí porqué el desplazamiento de personas, ya sea forzoso o voluntario, ha adquirido unas dimensiones que lo convierten en “el rostro humano” del complejo fenómeno de la globalización.
El autor, el jesuita Alberto Ares, buen conocedor del tema en su calidad de doctor en Migraciones internacionales y cooperación al desarrollo, pero también por haber sido durante los últimos años delegado del sector social de la Compañía de Jesús en España, explicita dos motivaciones principales a la hora de escribir el cuaderno. La primera el constituir las migraciones un auténtico “signo de los tiempos”. Una realidad que está transformando la vida de millones de personas, que cambia nuestras calles, nuestro modo de relacionarnos, el modo de interpretar nuestra identidad...; una realidad que está condicionando también la política europea a través del nacimiento de partidos y movimientos que han hecho de este tema su centro y su razón de ser (véase el reciente caso italiano). Resulta imposible mantener la teología al margen de este terremoto, a menos que esta renuncie a dialogar con los nuevos tiempos y se encierre en una abstracción o un espiritualismo estériles. Y en segundo lugar, porque las migraciones no son algo ajeno a la teología cristiana, sino que en palabras del mismo autor “esta hunde sus raíces en los orígenes y en la comprensión del Pueblo de Dios [...]. Una peregrinación que recorre la Sagrada Escritura, la tradición y el magisterio”. Y esto es precisamente lo que hace el cuaderno. De una manera clara y pedagógica recorrer los hitos fundamentales de una fe que se concibe a si misma desde los orígenes como peregrina y en movimiento.
El autor en este sentido apela sobre todo a la categoría de “memoria”, para recuperar esta dimensión perdida en el momento en que el cristianismo se institucionaliza y se hace sedentario. Siendo necesaria esta dimensión de inculturación, nunca deben renunciar la fe y la teología a dar respuesta a preguntas relacionadas con aspectos esenciales para el momento presente: la identidad (¿quién es mi familia?), la dignidad (¿cómo nos ha creado Dios?), la justicia (¿cuándo te vimos forastero y te acogimos?), la hospitalidad (¿con quién comparte mesa Jesús?) o, finalmente, la integralidad de la creación (¿está todo conectado?). Preguntas que debe hacerse la teología para responder de alguna manera a los principales retos del momento presente, y sobre todo por qué algunas de las respuestas que se están extendiendo llevan más bien a un incremento de las desigualdades, de la xenofobia y de la hostilidad hacia el que es diferente, y a una creciente criminalización de la inmigración.
Seguramente el texto, por su brevedad, no es suficiente para desarrollar en profundidad todos los temas que allí se plantean, pero tiene la virtud de ser claro y de dibujar una especie de guión que puede ayudar de un modo inestimable a la reflexión que se realice en los próximos años no solamente en la academia, sino también en las comunidades y grupos de base. Sin ingenuidades ni “buenismos”, la verdad es que las migraciones pueden ser una buena oportunidad para recuperar una fe y una teología más atrevidas, más vivas, más desarraigadas y más abiertas, que nos hagan volver a aquello que es esencial en el mensaje evangélico. No en vano, como señala el autor todos somos de alguna manera “hijos e hijas de un peregrino”.
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