Tatay, Jaime: La llegada de un Dios salvaje. Sal Terrae, Santander, 2018. 192 páginas. Comentario realizado por Ignacio Boné Pina (médico psiquiatra, profesor de Psicología en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid).
Este libro de Jaime Tatay nos ofrece una serie de reflexiones breves y profundas que invitan a leerlas poco a poco, animan a la reflexión y hasta pueden motivar una oración. Para comentarlo voy a hacer tres aproximaciones.
Este libro de Jaime Tatay nos ofrece una serie de reflexiones breves y profundas que invitan a leerlas poco a poco, animan a la reflexión y hasta pueden motivar una oración. Para comentarlo voy a hacer tres aproximaciones.
Primera aproximación personal: sorprende e interesa. No es tan fácil en el discurso sobre lo religioso sorprender e interesar. No pocas veces, todo nos suena repetitivo y poco interesante. Quizás porque yo estoy muy centrado en las ciencias humanas y porque soy demasiado urbano, me atraen y me sorprenden más sus ejemplos tan sensibles a la naturaleza o a las ciencias y a cómo pueden iluminar nuestra fe. A mí nunca se me ocurriría pensar la encarnación a partir de la introducción del lobo en Yellowstone, pero me resulta muy sugerente la reflexión del autor. También me llaman la atención muchos otros ejemplos tecnológicos (también lejos de mi imaginación), de observación de costumbres, de fina introspección.
Segunda observación: ayuda e interpela. He comprobado con el libro y con otras intervenciones del autor que suele despertar cierta curiosidad y admiración por lo que escribe o dice. Lo he observado en personas muy distintas en sus procedencias y caracteres, en personas muy afectivas y emocionales y en otros con perfil mucho más racional y científico. Muchos encuentran en escritos como los de este libro sugerencia, interpelación e invitación a ahondar la propia fe. Seguro que a otros lectores les va a pasar lo mismo.
Interesa, por ejemplo, la original relación que establece el autor entre nuestros abuelos, nuestro síndrome de Peter Pan y la Resurrección de Jesús, y hace preguntarse por la propia madurez (p. 146). Interpela, también sólo como ejemplo, la imagen del depredador introducido en un ecosistema que lleva a la pregunta por la irrupción de Dios en nuestra historia personal y colectiva (p. 18). La guía de preguntas al final del libro también apoya estas conexiones e interpelaciones.
Tercera valoración respetuosa: lectura de los signos de los tiempos. La valoración final es respetuosa con el serio intento que hay tras estas páginas —en apariencia “fáciles” y sencillas—. Decía un superior de mi juventud que hay que distinguir lo “fácilmente difícil” de lo “difícilmente fácil” en un juego de palabras inexplicable. Él lo aplicaba a compañeros que deseaban marchar a Latinoamérica con la apariencia de lo heroico y lo difícil y lo comparaba con la vida aparentemente fácil de quedarse en España y pelear con los estudios cada día, con la insignificancia social, con el fracaso de los intentos de evangelizar. Cuando queremos reflexionar sobre la fe tocando realidad, el esfuerzo es difícil —muy difícil— hasta notar que pocos tienen el don de lograrlo.
Así pasa también en teología o en los escritos religiosos. Hay trabajos que parecen muy sesudos, serios y rigurosos, pero que se limitan a repetir o a explicar mejor lo ya conocido. Es bueno, y es necesario profundizar en nuestra tradición, explicar bien la propuesta cristiana, pero necesitamos más personas con sólida fe, sólida formación y que mantengan contacto con los tiempos, con la realidad. La Teología necesita entrar en diálogo con la “situación” —en el sentido fuerte de Paul Tillich— y poner su “texto” en diálogo con un nuevo “contexto”. Este esfuerzo que Jaime Tatay realiza es mucho más que divulgación con “ejemplitos”. Estamos ante un esfuerzo por leer los signos de los tiempos con fe, con inteligencia y pasión, con lucidez e imaginación, sobre bases sólidas. Como afirmó el Concilio Vaticano II:
“Corresponde a todo el Pueblo de Dios, especialmente a los pastores y teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, los diferentes lenguajes de nuestro tiempo y juzgarlos a la luz de la palabra divina, para que la Verdad revelada pueda ser percibida más completamente, comprendida mejor y expresada más adecuadamente…” (GS 44).
¿Qué muestra este libro? Muestra a Jaime Tatay, sacerdote jesuita y creyente en búsqueda apasionada. Muestra a un hombre inteligente e imaginativo, capaz, desde su fe, desde su pasión y desde su formación, de leer los signos de los tiempos y movernos a todos a avivar nuestra fe. Su audacia nos anima también a no ser sólo espectadores sino a arriesgarnos para comunicar mejor nuestra fe para conectarla con nuestro contexto. El libro invita a la gratitud. Termino agradeciendo la lectura de un libro que me habla de Dios, agradeciendo esta “llegada de un Dios salvaje” y animando a su lectura reposada que puede llevar a esa gratitud que nos salva:
“Sin el agradecimiento, no solo olvidamos a Dios y olvidamos quiénes somos; llegamos, incluso, a creernos lo que no somos. Es por eso por lo que, quizás, sea el agradecimiento, en último término, quien nos salve” (p. 92).
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