martes, 3 de mayo de 2022

Gabino Uribarri Bilbao: El Hijo se hizo carne. Por Rosa Ruiz Aragoneses

Uríbarri Bilbao, Gabino: El Hijo se hizo carne. Cristología fundamental. Sígueme, Salamanca, 2021. 384 páginas. Comentario realizado por Rosa Ruiz Aragoneses.

“No ofrezco aquí un libro de divulgación, y menos de carácter edificante o piadoso, sino una monografía propiamente teológica” (p. 10). Así expresa Gabino Uríbarri, con la nitidez que le es propia, qué vamos a encontrar en su último libro El Hijo se hizo carne. Cristología fundamental.

Es fruto de sus casi 30 años de experiencia docente como profesor de Teología Dogmática en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), pero especialmente de sus clases de cristología y la decantación que ha ido haciendo de su propio pensamiento al respecto. Así lo va señalando en varios momentos cuando explicita las diversas versiones que ha ofrecido a lo largo de su trayectoria en temas tan controvertidos como la relación del Espíritu Santo y la humanidad de Cristo o los temas que considera más candentes a la hora de esbozar los restos más acuciantes de la cristología en diálogo con el mundo y la historia. Sin duda, el lector que conozca su pensamiento teológico, podrá contrastar el equilibrio entre continuidad y novedad con obras anteriores del calado de La singular humanidad de Jesucristo (2008), La espiritualidad de Jesucristo (2011, en Mil gracias derramando. Experiencia del Espíritu ayer y hoy y el más reciente La mística de Jesús. Desafío y propuesta (2017).

El rigor académico y científico de este libro no deja fuera otro de los polos de pensamiento habituales en Uríbarri: el diálogo y sana confrontación entre el dogma y los elementos que considera más acuciantes en el hoy de la historia y de la sociedad. Algunos de los más repetidos en su trayectoria tienen aquí espacio propio, como los cuestionamientos sobre la investigación histórica de Jesús (capítulos 3 y 4) o el creciente pluralismo religioso —y pseudo religioso añadiría yo— (capítulo 5). Es evidente que ser miembro de la Comisión Teológica Internacional desde el año 2014 y de la Comisión asesora de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe desde 2012, imprimen también en su discurso una fina sensibilidad por la fidelidad dogmática en el fondo y en la forma de su propuesta cristológica. “No en vano, Tertuliano llegó a afirmar que convenía que hubiera herejías” (p. 304), dice él, como estímulo continuo para la tarea teológica. Algo que no sólo expresa, a mi juicio, el convencimiento de una necesaria fidelidad al dogma, sino que también confiesa la imprescindible creatividad del teólogo para ser fiel al dinamismo humano que busca dar razón de su esperanza. Equilibrio no siempre fácil que Uríbarri resuelve mostrando siempre sus cartas: “tanto la historia del dogma como la génesis de la cristología y una correcta hermenéutica bíblica piden la primacía de la lente kerigmática, dogmática o de la confesión de fe cristológica en el enfoque sistemático de una cristología crítica” (p. 315).

El libro se estructura en tres partes: diagnóstico, discusión y propuesta, aunque cada uno de los 8 capítulos que lo forman pueden leerse independientemente, en parte por la claridad pedagógica del autor y en parte por tratarse, la mayoría de ellos, de trabajos previos. El conocimiento del recorrido cristológico en sus distintas corrientes a lo largo de toda la tradición, ofrece una visión global y, a la vez, detallada, de los matices y consecuencias que cada postura aporta a la comprensión cristológica.

Podríamos decir que son tres las claves de su propuesta para una cristología actual significativa. La apuesta por volver a Calcedonia sin lecturas superficiales; estela marcada por K. Rahner, frente al neocalcedonismo que abandera J. Ratzinger (capítulo 6). Uríbarri sigue a A. Grillmeier y se inspira en la teología de Máximo El Confesor, subrayando el necesario dinamismo que la encarnación imprime en el Hijo hecho carne hasta la glorificación final y la imprescindible (y quizá pendiente) articulación de la unidad personal de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. En otras palabras, “es necesario abrir espacio teológico sustantivo (…) a la vinculación de una cristología del Logos con una cristología del Pneuma típica de los prenicenos” (p. 265). Por eso, este capítulo 6, último de la sección llamada “Discusión”, deja perfectamente situada la tercera, donde se hacen dos propuestas explícitas.

La relevancia de la humanidad de Jesucristo y de la acción del Espíritu Santo en Él (capítulo 7) se propone como imprescindible articulación entre la cristología y la fe trinitaria: “indago qué puesto ocupa el Espíritu Santo para comprender tanto la persona de Jesucristo como su obra” (p. 269). Y elige entre los caminos posibles para exponer esta relación la oración de Jesús y el devenir terrenal de Cristo, impulsado por el Espíritu en su humanidad. Sigue aquí a la escuela antioquena, especialmente a Teodoro de Mopsuestia y las intuiciones de Justino e Ireneo al respecto. De nuevo, asumir este principio nos abre a la última de sus claves: el dinamismo que el Espíritu Santo imprime en la humanidad de Jesús, como continua espiritualización, algo que Uríbarri profundiza desde una teología de los misterios de la vida de Cristo: encarnación, bautismo, unción, tentaciones y vida pública hasta la Pascua.

En definitiva, se nos propone una “cristología teleiótica o del dinamismo encarnatorio” (p. 303) con lo que nuestro autor pretende dar respuesta a los retos mayores de la cristología actual (capítulo 8). Cobran especial relevancia la libertad humana de Jesús, la novedad pascual que ilumina la encarnación, la acción continua y teleiótica del Espíritu, la dimensión histórica y escatológica de la salvación, etc.

“No le corresponde a cada época en el quehacer teológico elegir según su capricho y sus deseos las cuestiones candentes, sino recibir las del momento con amplitud de miras, profundidad creativa, coraje para pensar, apertura crítica, sensibilidad para la cultura del momento, discernimiento lúcido y fidelidad a la tradición” (p. 313). Si Gabino Uríbarri lo ha conseguido o no en este libro, lo juzgará cada lector. De lo que no cabe duda es de su honestidad intelectual, creyente y teológica a la hora de ofrecer sus propias reflexiones, logros y límites con claridad pedagógica y profundidad. Creo que tiene un gran valor haber publicado esta primera parte para caer en cuenta del enorme peso que tiene la metodología y presupuestos que cada cual elige antes de hablar de cualquier tema. También antes de hablar de un modo concreto de entender a Jesucristo, Hijo de Dios hecho carne.


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