viernes, 4 de abril de 2025

Ángel Sanz: Nube de testigos. Por Mª Ángeles Gómez-Limón

Sanz, Ángel: Nube de testigos. PPC, Madrid, 2010. 220 páginas. Comentario realizado por Mª Ángeles Gómez-Limón.

«“Nube de testigos” es una expresión arrancada de la Carta a los Hebreos. Pueden ser hombres o mujeres de la más variada procedencia. Creyentes, agnósticos; acaso ateos militantes que, inesperadamente, se han sentido cuestionados por una Presencia que jamás habían creído posible. Dirigirse a ellos en el estilo coloquial de una carta amistosa es una experiencia impagable. [...] El idioma de los testigos es la vida. Y, como dice el obispo Pedro Casaldáliga en su carta introductoria, “en nuestros tiempos de imágenes e impactos las palabras fácilmente resbalan en una conciencia solicitada por mucha mentira y frivolidad; por eso exigimos tocar imágenes vivas, profetas vivientes, testigos en fin”. Son ellos los que con su forma de pensar, de sentir, de actuar, de amar –también con sus problemas y sus luchas nos permiten asomarnos al otro lado de la vida. La sociedad del siglo XXI corre el riesgo de instalarse en su increencia con media docena de argumentos “evidentes” que no alcanzan el verdadero meollo de la realidad. Acercarse a la raíz de la cuestión suprema siempre produce una inquietud saludable». 

Así se nos presenta una obra sugerente, cargada de vida, porque contiene variadas historias que nos sirven de luces para el camino de la fe y de la mejor humanidad. Su autor, Ángel Sanz Arribas, claretiano, ha ejercido funciones educativas, docentes y pastorales, siendo un «clásico» del Instituto de Vida Religiosa que su congregación dirige en Madrid. Profesor, conferenciante, pastor y formador, ha publicado estudios de vida religiosa y varias obras de espiritualidad. Es autor de El alzar de las manos: parábolas, oraciones, subsidios y Dentro, Dios: poemas del crepúsculo.

La obra que tenemos en nuestras manos, Nube de testigos, con excelente y acertado título, se compone de una serie de cartas a personas que podemos considerar, en el amplio sentido del término, «testigos». Este compendio epistolar va precedido por una Carta de presentación de su hermano y amigo Pedro Casaldáliga. Se concluye con un Epílogo.

Las cuarenta y tres cartas se dirigen a variadas personas. Todas nos han precedido en la búsqueda, en la fe, en la aventura inalienable de hacerse personas por ese camino virgen que Dios propone. Cada una de ellas se convierte en testigo, más o menos directo, de la Luz. Creyentes o agnósticos, cristianos o no cristianos, contemporáneos y de todos los tiempos, de cualquier parte del mundo, nos muestran su búsqueda, sus preguntas, sus hallazgos... Encontramos testimonios incuestionables desde las más variadas «áreas» y formas de existencia creyente: pastores como Agustín de Hipona o John H. Newman; pensadores como G.K. Chesterton o Julián Marías; gobernantes como R. Schuman o el mismo Balduino de Bélgica; literatos como F. Dostoievski, G. Bernanos o A. de Saint-Exupéry; contemplativos como Th. Merton o Edith Stein; testigos del compromiso sociopolítico y servicio de la caridad como Teresa de Calcuta, Dorothy Day o Damián de Molokai; «infiltrados» como Gandhi o Simone Weil. Y testimonios sorprendentes como los de Rafael Lapesa o Narciso Yepes. También los hay inclasificables. 

Testigos. Nube inmensa y traslúcida. Siendo ellos mismos, son a la vez «para nosotros», todos aprendices. Ahí se nos muestran gracias al recurso estilístico del autor. Cada uno nos muestra una sabiduría especial. El género epistolar («cauce de comunicación entre amigos»: p. 217) se convierte así en una forma creativa de transmitirnos algunos apuntes biográficos grávidos de lo mejor de la condición humana. Las personas a las que se dirige el autor recuperan por unos instantes su ritmo de respiración y nos cuentan alguno de sus secretos, pues a veces el tiempo ayuda a desvelar el misterio personal.

«Ayúdame, Señor, a derramar tu fragancia allí donde vaya. Permanece en mí para que sirva de luz a los demás», decía Teresa de Calcuta, haciendo suyo el inicio de una oración del cardenal Newman (cf. p. 217). Contribuyendo a este «contagio» se nos ofrece una auténtica Nube de testigos.


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