Heidegger, Martin: Cuadernos negros (1931-1938). Reflexiones II-VI. Edición de Peter Trawny. Trotta, Madrid, 2015. Colección «Estructuras y Procesos. Serie Filosofía». 420 páginas. Traducción de Alberto Ciria. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.
Pocas veces una obra filosófica ha provocado tanta polémica como esta de los Cuadernos negros. Pocas veces ha habido tanta expectación por conocer el contenido de los cuadernos que un autor ha ido escribiendo en paralelo a la publicación de sus obras. Y ante los cuadernos, los interrogantes: ¿Por qué Heidegger ha querido que fueran los últimos en ser publicados? ¿En qué sentido son una especie de “coronación” de su trayectoria intelectual? ¿Podremos encontrar en ellos algo de luz para determinar su supuesto antisemitismo o su relación con el nacionalsocialismo?
Bajo el título de Cuadernos negros, se recoge el contenido de una serie de cuadernos forrados en hule de ese color que Heidegger escribió desde 1931 hasta su muerte. En total, treinta y cuatro cuadernos. Publicados todos ellos en Alemania entre 2013 y 2015, ahora ve la luz en España este primer volumen, en el que se incluyen los primeros catorce cuadernos, los correspondientes a los años 1931-1938 (incluido el período en que fue rector de la universidad de Friburgo): Señas x reflexiones (II) e indicaciones, Reflexiones y señas III y Reflexiones IV, V y VI. En ellos, Heidegger utiliza una forma que resultaba todavía desconocida en la vasta obra del autor. Por momentos, uno puede pensar en los aforismos de Nietzsche, pero los Cuadernos van más allá. Sin enmiendas ni tachaduras, podemos intuir que Heidegger trataba de poner la guinda a una trayectoria intelectual sin parangón con una obra “diferente”, con entidad en sí misma. De hecho, no se trata de una recopilación de apuntes o anotaciones que le pudieran servir como base para escribir sus lecciones o conferencias, sino de reflexiones teóricas al hilo de los acontecimientos históricos que le tocó vivir: la situación de la filosofía, la ciencia, la historia, la universidad, la política… Podríamos decir, siguiendo al editor Peter Trawny en su epílogo, que Heidegger quería que se publicaran sus cuadernos al final de su obra porque “los tratados que versan sobre la historia del ser no debían ser publicados hasta después de haberse editado todas las lecciones. Pues las lecciones que intencionadamente no hablan de aquello que contienen los escritos sobre la historia del ser preparan lo que en esos viene a decirse con un lenguaje que no se rige en función de una exposición pública”.
«¿Qué debemos hacer? ¿Quiénes somos? ¿Por qué debemos ser? ¿Qué es lo ente? ¿Por qué sucede el ser? Desde estas preguntas hacia delante en unidad: así es el filosofar». De esta manera comienza Heidegger el primero de sus cuadernos, en coherencia con su opera magna Ser y tiempo. Desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta que «los tiempos no son lo bastante maduros para la comprensión de la pregunta por el ser» (p. 28), el autor recorre la situación de la filosofía y la ciencia y su repercusión en Occidente. Desde su punto de vista, es necesaria una “refundación” que lleve al hombre a ser hombre en plenitud (muy al hilo de la voluntad de poder de Nietzsche). Y esto únicamente es posible desde una metafísica que solo puede entenderse como metapolítica, más allá de lo que los ideólogos del régimen proclaman. De hecho, Heidegger se mostrará muy crítico con ellos, desmarcándose, por ejemplo, de su “biologismo”, de su inmovilismo intelectual y de lo que él llama el “nacionalsocialismo vulgar”, frente a su propuesta de “nacionalsocialismo espiritual” (p. 113). Una de las claves para lograrlo es la educación, tanto en las escuelas como en la universidad (en este punto conviene aclarar que Heidegger estuvo solamente un año como rector en Friburgo). Desde un sentido auténtico del ser se producirá un “hundimiento” de lo dado en aras de un pleno y profundo “campar del ser” (p. 196). Para ello, faltan los grandes seductores del espíritu: Hölderlin, Nietzsche…, aquellos que pueden ayudar a preparar otro comienzo, aguardando con paciencia un final (p. 301). Solo así volverá a acontecer la historia (¿nacionalsocialista?). Y lo hará, a partir del esfuerzo en convertir en superflua la noción misma de sujeto. Heidegger es pródigo en sus críticas a la religión cristiana y al concepto de Dios, que tan funestas consecuencias ha tenido en la historia de la filosofía occidental (se mostró contrario al Concordato firmado en 1933 entre Hitler y la Santa Sede), convirtiéndose de esta manera en un claro precursor del pensamiento postmoderno. La clave de todo está, a juicio de Heidegger, en la “diferencia de ser” (p. 328): «el rehusamiento en cuanto que el estremecimiento del campar del último dios en su divinidad. El estremecimiento es el mantener abierto, es más, incluso lo abierto mismo del margen de tiempo y espacio que el “ser ahí” tiene para su “ahí”» (p. 335). El tiempo parece que le está dando la razón en este punto. Por este motivo, parece que Heidegger quiere preparar el camino para lo que Richard Rorty llamó “la gran cadena del ser”. ¿Será posible esto algún día?
A modo de cuadro impresionista, los Cuadernos negros van recogiendo como pinceladas del pensamiento de Heidegger a la luz del acontecer histórico. Sus seguidores encontrarán en ellos motivos para exculpar, y sus detractores, elementos para acusar. ¿Tendría razón Hegel cuando afirmaba que, en filosofía, no importa tanto quién dice algo, sino lo que se dice? Ustedes juzgarán.
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