Festugière, André-Jean: Sócrates. San Esteban, Salamanca, 2006. 111 páginas. Traducción de Javier Martín Barinaga-Rementería. Comentario realizado por Jesús Sanjosé del Campo.
Difícilmente se pueden decir, en poco más de cien páginas, tantas cosas y tan bien dichas sobre un personaje del mundo antiguo como hace A. J. Festugière sobre Sócrates. Y es que, por más que mantengamos la importancia del conocimiento de los clásicos para nuestra cultura, bien a menudo, cuando se ve un título que hace alusión a un filósofo antiguo, la mayoría lo deja de lado y busca otras lecturas «más provechosas». Sin embargo, en esta ocasión, merece la pena parar y leer este trabajo por más que el personaje sea de sobra conocido: estamos ante un libro interesante y su interés radica, no en las novedades interpretativas o nuevas críticas que aporta a otros estudios sobre el personaje, sino en la claridad expositiva con la que el autor aborda todos y cada uno de los aspectos de un tema conocido.
Difícilmente se pueden decir, en poco más de cien páginas, tantas cosas y tan bien dichas sobre un personaje del mundo antiguo como hace A. J. Festugière sobre Sócrates. Y es que, por más que mantengamos la importancia del conocimiento de los clásicos para nuestra cultura, bien a menudo, cuando se ve un título que hace alusión a un filósofo antiguo, la mayoría lo deja de lado y busca otras lecturas «más provechosas». Sin embargo, en esta ocasión, merece la pena parar y leer este trabajo por más que el personaje sea de sobra conocido: estamos ante un libro interesante y su interés radica, no en las novedades interpretativas o nuevas críticas que aporta a otros estudios sobre el personaje, sino en la claridad expositiva con la que el autor aborda todos y cada uno de los aspectos de un tema conocido.
Ya desde el punto de partida, mediante una apretada síntesis se ofrece una buena lección de historia con la que sitúa al lector en la Atenas del siglo IV. A base de unos rasgos rápidos y efectivos, se presenta al lector la ciudad de Atenas en la que coexisten dos grupos, el de los propietarios y el de los comerciantes, bajo un régimen político democrático, de democracia directa. En esta ciudad, como en otras, los ciudadanos de ambos grupos tratan de transmitir a sus hijos lo mejor de su modo de vida a través de la educación. Una educación que, en su nivel básico y siguiendo métodos tradicionales, consiste en la transmisión de la propia cultura reflejada en los escritos de los poetas, pero que pronto se muestra insuficiente para gobernar una sociedad que ha adquirido un nivel de desarrollo superior. Vista la necesidad de más conocimiento, los ciudadanos comienzan a enviar a sus hijos a una educación superior contratando para ellos a un nuevo tipo de maestro, el sofista, que enseña por dinero. El contenido principal de la nueva enseñanza será la retórica, arte de bien hablar, y la dialéctica, arte de bien discutir, de esta manera los hoy jóvenes, así educados, mañana de adultos podrán ser capaces de defender sus intereses, en la plaza pública o ante los jueces.
Se presenta de esta manera uno de los problemas filosóficos sobre los que han corrido ríos de tinta desde los orígenes mismos de la filosofía: ¿fue Sócrates un sofista, como interpretan algunos contemporáneos, o no lo fue como nos han trasmitido sus discípulos Jenofonte y Platón?
Planteado el problema crítico de la doble interpretación de Sócrates, avanza el autor desarrollando el singular método socrático de la mayéutica, cuyo primer paso es la ironía. Es éste un método activo por el que, en un primer momento, el maestro, convencido de que en el interior del discípulo es donde se encuentra la verdad, mediante un hábil interrogatorio, va refutando sus argumentos hasta llevarle a una doble conciencia: la de por una parte no saber nada y por otra estar interesado en saber.
Una vez que el maestro ha inducido al discípulo a esa situación, viene la parte creativa del diálogo; en ella se ayuda a separar las razones falsas de las verdaderas y a jerarquizar éstas hasta hacer aflorar el conocimiento verdadero. Para que se pueda dar este diálogo pedagógico, hace falta una condición básica: que exista una empatía y aceptación mutua entre discípulo y maestro.
Una nueva contextualización histórica, los desastres bélicos de Atenas y sus continuas guerras, de las que no sale bien parada, sirve al autor para situarnos en el escenario en el que es posible el juicio de Sócrates, su condena, su negativa a huir y su despedida… Todo ello sirve de marco para hablar de la entereza moral del sabio que, en vez de huir como habría hecho en el caso de ser un sofista, se enfrenta de forma digna a su muerte, a pesar de que es consciente de que la ciudad no tiene razón, ya que no ha probado la veracidad de las acusaciones por las que le ha condenado. Entre todas estas consideraciones está muy presente la interpretación que la tradición cristiana de herencia griega hace de la muerte de este justo.
La lectura de este libro proporciona una buena síntesis acerca de la aportación de Sócrates a la historia del pensamiento. Es un libro recomendable tanto para los que conocen el pensamiento socrático, como para los que se acercan por primera vez a la figura de este autor tan significativo dentro de la cultura occidental.
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