Andueza, José Manuel: La misericordia, los pobres y el Reino de Dios. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2016, 224 páginas. Comentario realizado por Daniel Izuzquiza.
Ha terminado ya el Año Jubilar de la Misericordia. Pero esperamos que no desaparezca la centralidad de la misericordia en la vida de la Iglesia. A ello pueden contribuir libros como este, publicado en el tramo final de este Año especial. ¿Cuál es la contribución específica de este libro, en medio de la abundante producción de estos meses? Creo que se puede responder así: si hiciésemos una sencilla encuesta acerca del libro o autor teológico que más ha influido en este Año Jubilar, la inmensa mayoría mencionaría, con razón, a Walter Kasper y su obra de 2012, La misericordia. Muy pocos serían capaces de recordar otro libro, El principio-misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos crucificados, publicado por Jon Sobrino en 1992. Sin que haya contradicción entre ambos libros o ambos teólogos, hay subrayados diferentes y complementarios. Sobrino, en línea con la teología de la liberación, vincula la misericordia a la justicia y al Reino de Dios. Esta perspectiva es la que recupera Andueza, teólogo laico y educador social, en un libro bien ubicado en la colección “Biblioteca Manual”. No se trata de una obra de gran pensamiento original, sino una presentación ordenada de la temática enunciada en el título.
La primera parte aclara la noción de la misericordia cristiana, desde la teología bíblica, la teología de la revelación del misterio de Dios y, muy particularmente, desde la cristología. Se llega de «un Dios-con-nosotros a un Dios-para-nosotros hasta llegar a un Dios-a-merced-de-nosotros» (p. 63), que podemos reconocer como “omniamante, misericordia suprema” (p. 82).
La segunda parte del libro expone dos claves que cualifican la misericordia. Primero, los pobres, en tanto que receptores y emisores de misericordia, verdaderos sujetos de misericordia; desde ahí, la opción misericordiosa por los pobres, primero de Dios y luego nuestra. En segundo lugar, el Reino de Dios como promesa de esperanza que permite reconstruir la creación desde la misericordia; se nos invita a participar en ese proceso, «convirtiendo así el camino de Dios en camino hacia Dios» (p. 204). Digamos, para terminar, que llama la atención la ausencia de referencias a lo publicado y ocurrido en la última década. Más allá de rigores académicos, si la teología de la liberación ha de ser una teología de la realidad histórica, es difícil hablar de estas cuestiones sin incorporar la realidad de la creciente desigualdad, de la crisis global, de la violencia sectaria o de los efectos del cambio climático, por ejemplo.
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