viernes, 3 de julio de 2020

Nikos Kazantzakis: Cristo de nuevo crucificado. Por Marta Millà Bruch

Kazantzakis, Nikos: Cristo de nuevo crucificado. Acantilado, Barcelona, 2018. 533 páginas. Colección Narrativa 309. Traducción de Selma Ancira. Comentario realizado por Marta Millà Bruch.

Georges Auric, Mikis Theodorakis y Peter Gabriel: tres conocidos músicos que coincidieron en el reto de añadir a sus biografías el encargo de componer bandas sonoras para la adaptación cinematográfica de tres de las más conocidas novelas del escritor griego Nikos Kazantzakis. En 1965 se estrenó Zorba, el griego. ¿Quién no ha escuchado el famoso sirtaki que nos dejó en herencia Mikis Theodorakis? En 1988, Peter Gabriel nos deleitó una vez más con una banda sonora para una de las versiones cinematográficas de la vida de Jesús, adaptación de la controvertida novela La última tentación de Jesucristo. Tres décadas anteriores, en 1957, Georges Auric compuso la música para la adaptación cinematográfica de la novela de Kazantzakis Cristo de nuevo crucificado, film conocido con el título El que debe morir. A través de estas tres novelas, nos acercamos a uno de los grandes escritores griegos de la historia de la literatura. Si la creación cinematográfica de estas tres obras fue dilatada en el tiempo, abarcó más de 30 años, su origen escrito se encuentra condensado en cinco años correspondientes al trayecto casi final de la vida del escritor. 1946, Zorba, el griego; 1948, Cristo de nuevo crucificado; y 1951, La última tentación de Cristo. Escritos en plena madurez, la lectura de los tres libros puede ser una interesante incursión en la vida y pensamiento de Nikos Kazantzakis. 

El efecto multiplicador de la literatura hacia distintas disciplinas artísticas tiene, sin duda, un claro ejemplo en cada una de estas novelas. De la escritura de cada una de ellas surgen seis grandes obras: tres películas y tres bandas sonoras integradas en la cultura y la tecnología del siglo XX. A estas creaciones hay que añadir una ópera, con música del compositor checo Bohuslav Martinů, adaptación de la novela Cristo de nuevo crucificado. Siguiendo la trayectoria vital de Nikos Kazantzakis, interior por lo que tiene de espiritual y exterior por la geografía recorrida en sus viajes, esta obra aúna muchos de sus elementos biográficos. Jesucristo ha sido personaje de interés en sus escritos y su experiencia de viajes podemos contemplarla en el continuo movimiento de sus personajes.

El libro parte de dos realidades: una, trágica; otra, lúdica. La primera queda descrita a través de las vivencias de un pueblo griego que se ve obligado a huir de su tierra debido a la ocupación turca. La segunda es, de hecho, el núcleo del que parte la historia narrativa del libro: el pueblo griego de Likóvrisi está preparando ya la representación de la Pasión de Jesucristo que se celebra cada 7 años. A un año de llegar dicho evento, en pleno día de la celebración de la Pascua, asistimos a la reunión en la que deciden quién representará cada uno de los personajes. Todo ello convierte esta novela de Kazantzakis en una sátira o tragicomedia que, a ratos, nos hará sonreír, y a ratos, sumergirnos en nuestra realidad más directa, despertando sentimientos de rechazo y de incomprensión. 
“Reuní a cuantos encontré vivos, aquí están, estos que se arrodillan frente a vosotros, unos cuantos hombres, mujeres, cantidad de niños… Cogimos los iconos y el Evangelio y el estandarte de san Jorge, cogimos también cuanto pudimos, me coloqué al frente, comenzó el éxodo…Persecución, hambre, enfermedades, hace tres meses que andamos, muchos morían por el camino. (…) Cada noche caíamos agotados, yo sacaba fuerzas de flaqueza, les leía el Evangelio, les hablaba de Dios y de Grecia, nos reponíamos y a la mañana siguiente continuaba la marcha… Nos enteramos de que en un lugar, cerca del monte Sarakina, había una aldea pudiente, Likóvrisi, habitada por hombres buenos. Son cristianos, dijimos, son griegos, tienen sus graneros llenos, poseen muchas tierras, no nos dejarán morir. Y vinimos. ¡Bienhallados seáis!” (p. 51). 

Y es que la realidad de la guerra grecoturca de principios del siglo XX que nos describe y narra Nikos no está lejos de lo que vivimos en nuestra sociedad en pleno siglo XXI: grandes (y pequeñas) travesías de exiliados en todo el mundo que huyen de sus tierras en guerra, así como grandes episodios de racismo que no se curan a pesar del transcurso del tiempo y, por supuesto, la pandemia que ha llegado para iniciar una segunda década llena de interrogantes e incertidumbres. 

Cómo nos va adentrando el escritor en el papel que cada uno de los habitantes de la población representará en la Pasión a través de la realidad que les toca vivir, puede expresarse a través del procedimiento tomado de la edición cinematográfica: un largo encadenado hasta llegar al final de la novela. Y es que, a medida que avanza la novela, la lectora y el lector perciben cómo la ficción va mordiendo la realidad y nos hace digerir episodios que avanzan y nos adentran de manera fascinante en una nueva “historia sagrada”. No hace falta pisar los escenarios donde la representación de la Pasión tendrán lugar, ni realizar ningún ensayo… la Pasión llega con todo su derroche de sentimientos, ilusiones, amoríos y luchas a la vida de Likóvrisi y sus paisajes se convierten en tierra fértil para la bondad humana. 

Pedro, Jacobo, Juan, Judas, Magdalena y Cristo son los personajes encarnados por seis de los habitantes; pero, no son los únicos protagonistas, los habitantes de Likóvrisi, los exiliados y la jerarquía de la Iglesia trazan con igual importancia la historia de esta nueva crucifixión. Esta diversidad de territorios, paisajes y personas es la que permite a Kazantzakis abordar la escritura con una gran riqueza de vocabulario e, incluso, con la creación de neologismos: agüitado, narguilé, lukumí, alharaquear, demogeronte, chibuquí, albardero, orzar, amané, ocás… Interminable la lista de vocablos que ayudan a mantener viva las lenguas de cada territorio. También es digna de mención la descripción de cada una de las estaciones, la comida, los apóstoles, el despertar de los elementos naturales de una montaña junto al mar, el mes de mayo en el monte Sarakina… 
“Mayo también entró en el Sarakina, pero en ayunas y harapos; unas cuantas flores silvestres entre las piedras, unos cuantos matorrales florecidos y un montón de lagartijas verdes y cenicientas que salían al sol de mayo a calentarse… Ni olivos, ni viñas, ni huertos; nada más que parajes inhóspitos e indómitos; aquí y allá algún que otro árbol fustigado por el viento, torcido y atormentado, con frutos que dejan un regusto amargo en la boca y vienen repletos de semillas: olivos salvajes, algarrobos, perales silvestres, llenos de espinas y de odio por el hombre” (p. 190).

En medio de estas descripciones y nuevas palabras, Kazantzakis nos deleita con la presencia del sentido del olfato. Los olores… la posibilidad infinita que este sentido nos regala para trasladarnos no sólo a tierras y lugares quizás desconocidos, sino también para trasladarnos a momentos vividos y que guardamos en nuestro recuerdo: olor a almizcle, a pachulí, a almáciga, a tierra después de la lluvia, con su aroma húmedo y cálido, olor a pan recién hecho, olor a agua del azahar, a incienso, a nuez moscada, a tomillo, a ajedrea, a menta silvestre, a poleo, a salvia… Atravesar este libro es nadar en medio de sentimientos, recuerdos y sensaciones. Pero, os dejo con la frase que Cristo pronuncia a Manoliós (sí, el “Elegido”): “No te detengas, camina” (p. 246). 

Toca, pues, caminar…

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