miércoles, 1 de julio de 2020

Carl Honoré: Elogio de la experiencia. Por Fernando Vidal

Honoré, Carl: Elogio de la experiencia. Cómo sacar partido de nuestras vidas más longevas. RBA, Barcelona, 2019. 303 páginas. Traducción de Francisco J. Ramos Mena. Comentario realizado por Fernando Vidal (@fervidal31).

Ann Lamott escribió que “una de las grandes ventajas de ser mayor es que contenemos todas las edades que hemos ido teniendo”. RBA publica en 2019 este libro cuyo título original es Bolder, “Más audaz” y el subtítulo es idéntico al de la traducción española. La editorial ha preferido cambiar el título de la obra y elegir Elogio de la experiencia, porque habla más del contenido y también porque inmediatamente nos remite a quién es el autor: el famoso creador de Elogio de la lentitud, un éxito internacional que puso palabras al profético movimiento nacido en la Plaza de España de Roma. Efectivamente, se trata de Carl Honoré, el periodista escocés-canadiense dedicado a escribir y hablar por todo el mundo. En esta ocasión, su foco está centrado en abrir un nuevo modo de vivir la vejez, liberado del edadismo y los prejuicios. El edadismo es la exclusión por razón de edad, específicamente por ser mayor. Nos lo va a contar con numerosos ejemplos, recurriendo a entrevistas que ha hecho alrededor del mundo y con un modo de escribir de baja densidad que permite una lectura fácil y rápida. 

“El siglo XX ha desencadenado una revolución de longevidad” (p. 15): en el mundo la esperanza de vida al nacer era de 32 años en 1900 y en 2018 era ya de 71,4 años. En algunos países como España y Japón alcanza los 85 años. Cada vez hay más gente centenaria: más de 450.000 personas en la actualidad. Se está produciendo lo que se ha denominado un “tsunami plateado” por el advenimiento de mayores cohortes de personas mayores a la sociedad de modo que las pirámides poblacionales se hacen más altas y anchas en las partes superiores. Japón ha propuesto cambiar el término “mayor” y aplicarlo a las personas mayores de 75 años, igual que los jóvenes son ya hasta los 35 años.

Parte del libro de Honoré está dedicado a desmentir los argumentos edadistas que restan valor a las personas mayores. Se debe “aprender a ver la fragilidad y la vulnerabilidad como parte de la vida y no como una señal de fracaso” (p. 69). Hay numerosos ejemplos históricos que muestran lo contrario: Sófocles escribió Edipo rey a los 71 años, Miguel Ángel terminó sus frescos de la capilla Paulina a los 74 años, Verdi estrenó Falstaff a los 79, Frank Lloyd Wright creó su Guggenheim a los 91. Estos casos nos hacen pensar que es cierto el proverbio africano: “Cuando muere un anciano, se quema una biblioteca”. En el fondo, “el edadismo comporta una considerable dosis de desprecio por uno mismo” (p. 35). 

En una encuesta estadounidense, el 47% de los encuestados entre 18 y 39 años declararon que es “normal deprimirte cuando eres viejo” (p. 172). Sin embargo, solo el 10% de los mayores de 60 años describieron la vejez como una etapa deprimente de la vida (p. 172). Tienen razón estos últimos. Según un estudio de la Universidad de Chicago, “nuestras probabilidades de ser ‘muy felices’ aumentan un 5% cada diez años” (p. 173). Varias encuestas británicas muestran que “quienes declaran tener niveles más altos de felicidad y satisfacción con la vida son los adultos de más de 60 años” (p. 173). “La felicidad sigue una curva en forma de “U”, tocando fondo alrededor de los cincuenta y tantos para volver a aumentar de nuevo a partir de esa edad” (p. 173). 

En 2016 Getty Images hizo un estudio que demostró que en Internet las imágenes de mayores los presentan más solos, menos felices y más sedentarios, o realizando actividades estereotipadas como con nietos, hacer punto o tomar té en la cama. “No visualizamos a las personas mayores con la misma riqueza y diversidad que utilizamos para visualizar a la gente más joven. En lugar de representar el envejecimiento con autenticidad, estamos reforzando los estereotipos” (p. 127). “Cuando se ignora a las personas mayores o se las presenta como caricaturas… se ejerce un efecto de coacción en quienes ya han llegado a la tercera edad” (p. 118). 

Carl Honoré cuenta un experimento curioso realizado en la Universidad de York. La investigadora Rachael Stone hizo subir a un grupo de mayores un tramo de escaleras. Luego les dio a leer un texto prejuicioso sobre personas mayores y al volver a invitarlos a subir el mismo tramo de escaleras “su rendimiento empeoró en todos los indicadores, desde la velocidad hasta la precisión y el equilibrio” (p. 128). Otro caso es el de la memoria. “Al envejecer, con frecuencia asimilamos la idea de que nuestra memoria es peor de lo que realmente es” (p. 128). 

Por el contrario, quien tiene una visión positiva sobre uno mismo, se cuida más. “Las personas que tienen una imagen más optimista del envejecimiento… viven una media de 7,5 años más. Si podemos hacer que la gente conciba el envejecimiento de una manera mucho más positiva y no como una inevitable cascada de declive, podríamos empezar a ver logros funcionales realmente impresionantes” (p. 129). Un estudio de Becca Levy en la Universidad de Yale demostró que entre un grupo de personas que tienen genéticamente antecedentes de demencia, quienes tienen una visión favorable del envejecimiento tienen un 50% menos de probabilidades de desarrollarla. 

“Para evitar retratar el envejecimiento como un juego de ganadores y perdedores, debemos representarlo en todos sus matices… Producir una imagen honesta e inclusiva del envejecimiento implica describir el declive, la discapacidad y el sufrimiento de una forma que tranquilicen y dignifiquen, en lugar de culpar a quienes lo sufren” (pp. 144-145). 

El término “antienvejecimiento” está siendo criticado por sus implicaciones edadistas. Trata a la edad como algo que tuviese que curarse. La revista americana de moda Allure anunció en 2017 que iba a dejar de usar ese término. 

La poetisa May Sarton dijo: “¿Por qué es bueno ser viejo? Soy más yo misma de lo que nunca he sido”. “El envejecimiento puede hacer que nos sintamos más cómodos con nosotros mismos… reconciliarnos con nuestros puntos fuertes y nuestras debilidades, a sufrir mejor los tiros de la fortuna adversa” (p. 165). El envejecimiento nos libera de preocupaciones. “Si se aplica en la dosis correcta, la actitud de preocuparse menor representa un billete para vivir la vida que uno quiere vivir” (p. 167). “Es como si me estuviera convirtiendo en la persona que siempre debería haber sido” (p. 204). Goethe decía “lo que uno anhela en la juventud lo encuentra en la vejez”, y Frank Lloyd Wright: “cuanto más vivo, más bella se vuelve la vida”. Es lo que lleva a que el autor, al final del libro, concluya: “Estoy deseando convertirme en la persona que siempre debería haber sido” (p. 286). 


Creatividad 

Ser mayor sigue siendo un tiempo de aventura y creatividad. El edadismo dice que cuando entramos en la sesentena nos volvemos conservadores, nos relajamos, nos volvemos torpes, perdemos percepción, contacto con la realidad y, por tanto, no podemos cambiar ni introducir innovación. 

En realidad, “el envejecimiento altera la estructura del cerebro de una manera que fomenta la creatividad. Parece que la descomposición de la vaina de mielina relaja la arquitectura neuronal, lo que permite que las ideas fluyan con mayor facilidad” (p. 81). No hay inhibidores frontales y se ensamblan las cosas de modos más innovadores. “La neurociencia nos dice que el envejecimiento puede reconfigurar el cerebro de forma que nos haga aún más creativos” (p. 82). En EE.UU., la media de edad de quienes presentan patentes es de 47 años y las más lucrativas son las de las personas mayores de 55 años. Edison patentó hasta los 84 años en que murió. En realidad, “los seres humanos pueden ser creativos a cualquier edad porque hay diferentes tipos de creatividad” (p. 82). El escritor George Saunders publicó su novela primera cuando se acercaba a los sesenta años.

Entre los muchos casos que va contando, pone un ejemplo curioso: en Londres el examen de taxista requiere aprenderse 25.000 calles y 100.000 monumentos y lugares de interés en el mapa. La gente lo prepara en tres años. La edad lleva a que la experiencia lo sea casi todo: hay muchos taxistas septuagenarios y alguno ha entregado el taxi a los 92 años. 

Para alentar la creatividad, hay que adoptar “una mentalidad experimental, lo que implica esforzarse en buscar nuevos retos y probar cosas nuevas” (p. 87). Para seguir creando en la tercera edad, hay que seguir aprendiendo” (p. 88). “Cuando a sus 91 años un alumno le preguntó al violoncelista Paul Casals por qué seguía practicando, respondió: ‘porque sigo haciendo progresos’” (p. 89). Decía Henry Ford: “Quienes dejan de aprender se vuelven viejos. Quienes siguen aprendiendo se mantienen jóvenes” (p. 90).

El principal obstáculo para aprender procede de “los estereotipos edadistas, que erosionan nuestra confianza y nos desincentivan ya de entrada para probar cosas nuevas” (p. 88). 


Nueva tecnología 

Un aspecto importante es el uso de la tecnología. “La tecnología nos iguala a todos”, sostiene Honoré. (p. 151). “Muchas de las interacciones que se producen en la Red se basan únicamente en el texto y, en consecuencia, realzan precisamente aquellos rasgos que tienden a mejorar con la edad: el conocimiento, la perspicacia social y el dominio de la palabra. El mundo digital también nos ofrece la oportunidad de reinventarnos de maneras que no existían en el pasado” (p. 151). 

En una reciente encuesta en el Reino Unido, el 89% de los jóvenes de 18-24 decía que Internet era indispensable en sus vidas. Lo mismo decía el 84% de los mayores de 65 años. Hay encuestas que muestran que los mayores llegan a dominar las nuevas tecnologías con la misma capacidad que los jóvenes (p. 154). Lo que ocurre es que se necesita una curva de aprendizaje. Honoré hace algo interesante: fijarse en cómo los jóvenes se enfrentan a las viejas tecnologías que no conocen. Se refiere a un experimento que se realizó y los resultados son muy expresivos: algunos no fueron capaces de resolver cómo funciona un tocadiscos. “Otros palidecieron cuando se les pidió que sintonizaran una radio manual” (p. 157). 


Mayores y trabajo 

Otra dimensión que explora es la relativa a la relación entre edad y trabajo. En 1965, el 60% de las empresas estadounidenses tenían por norma no contratar a nadie superior a 45 años. Actualmente, cada año que suma el candidato a su trabajo, reduce sus probabilidades de ser contratado entre un 4-7%. No es cierto que los trabajadores mayores les quitan el empleo a los jóvenes. En los países de la OCDE donde hay más mayores trabajando, hay también más jóvenes (p. 117). 

Ser mayor aporta cosas positivas para el desempeño laboral. “Cuando se afrontan problemas en un ámbito familiar, los cerebros más viejos son más rápidos a la hora de detectar las pautas y los detalles que abren la puerta a encontrar una posible solución… Cuando las empresas establecen buzones de sugerencias… las mejores propuestas tienden a venir de los mayores de 55 años… El envejecimiento tiende a potenciar nuestra inteligencia emocional. Mejora nuestra capacidad de conocer a la gente… a comunicarnos mejor y asimismo mejora nuestra capacidad de cooperar y de negociar” (pp. 101-102). “La paciencia, la calma y la empatía que se ha adquirido en la tercera edad constituyen un activo en cualquier trabajo” (p. 105). Los mayores son capaces de relacionarse de un modo más empático y paciente, más enfocado en el otro y eso les convierte, por ejemplo, en mucho mejores comerciales (p. 105). El mundo laboral necesita “el tipo de inteligencia social que acompaña al envejecimiento” (p. 107). 

“La mayoría de las tareas laborales implican múltiples formas de cognición, lo que significa que el cerebro más viejo puede recurrir a sus puntos fuertes para compensar el déficit de velocidad” (p. 109). “Ir fluido es ir deprisa” (p. 109). “La experiencia nunca envejece” (p. 116). 

La ética del trabajo no flaquea con la edad. Una encuesta de Towers Perrin a 35.000 empleados demostró que los mayores de 50 años están más motivados a superar expectativas que los demás y los jóvenes (p. 107). “La tolerancia al riesgo varía de una persona a otra, pero, en cambio, se mantiene constante al envejecer” (p. 112). Una encuesta en 104 países demuestra que los que están más dispuestos a arriesgarse para montar una empresa son los mayores de 65 años (p. 112). “Todas las pruebas apuntan a que los fundadores especialmente exitosos montando empresas son los de mediana edad o mayores” (p. 114).” Nunca eres demasiado viejo para marcarte una nueva meta o acariciar un nuevo sueño”, decía C.S. Lewis. 


El ejercicio 

El libro tiene un componente práctico, busca orientar sobre cómo preparar un buen envejecimiento. El ejercicio es una de las cuestiones. No propone convertirse en un gran deportista: meramente con 25 minutos diarios de actividad aeróbica moderada es suficiente o simplemente acumulando diez mil pasos al día. Cualquier momento es bueno para comenzar. Quienes comienzan a hacerlo en la cincuentena corren el mismo riesgo cardiovascular que quienes llevan haciéndolo toda su vida. Hay que introducir el ejercicio en la vida de todos y dar forma a la ciudad para que eso sea posible. Incluso las casas, como ocurre en Japón, donde se hacen suelos inclinados e irregulares para obligar a moverse con esfuerzo (p. 66). Llevar una vida activa es otra de las vías: en EE.UU., los mayores de 50 años son ya el 40% de quienes realizan viajes de aventura. 

Aborda otras cuestiones en el libro como el sexo. En una encuesta, “los ingleses sexualmente activos de más de 80 años declararon que experimentaban una mayor cercanía sexual y emocional que aquellos cuyas edades oscilaban entre los 50 y 69 años. Esto resulta especialmente cierto en el caso de las parejas a largo plazo, cuya intimidad aumenta con los años” (p. 220). 

También defiende que con la edad aumenta la solidaridad. Nos importa menos lo que la gente piensa de nosotros, pero somos más solidarios con ella (p. 235). Esto es clave porque en realidad lo que propone Honoré es la solidaridad intergeneracional, la participación de todas las personas en la sociedad, acorde a sus capacidades y proyectos, sin marginar por la edad. Quienes se niegan a ser confinados ni excluidos por la edad son definidos por la empresaria tecnológica Gina Pell como “los perennes”: “personas relevantes a cualquier edad, siempre florecientes, que saben lo que ocurre en el mundo, se mantienen al día en tecnología y tienen amigos de todas las edades” (p. 281). Víctor Hugo escribió: “hay un amanecer indescriptible en la vejez feliz”. 

Si alguien está pensando en hacerse mayor algún día, este es un buen libro para comenzar a pensarlo bien.

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