miércoles, 28 de octubre de 2020

Anónimo: Libro de Alexandre. Por Javier Sánchez Villegas

Anónimo: Libro de Alexandre. Cátedra, Madrid, 1995 (2ª edición). 667 páginas. Edición de Jesús Cañas. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.

Desde hace ya algún tiempo vengo fraguando la idea de leer Literatura de verdad, con mayúscula. Sí, ese tipo de libros en toda su variedad (prosa, lírica y teatro) que ha sido capaz de superar el filtro del tiempo. Me estoy refiriendo a los clásicos. Después de haber tenido la experiencia de leer a Homero y a Virgilio (que me han fascinado), me planteo si no merece la pena dejar tantas obras como pueblan las mesas de novedades de nuestras librerías y dedicarme por completo (el tiempo que me permite el resto de quehaceres) a los clásicos castellanos. De esta forma, y siguiendo cierto orden, aunque no seré estricto, comenzaré por la Edad Media para, poco a poco, ir avanzando en la historia de la Literatura hasta nuestros días.

El objetivo último es disfrutar de la buena literatura, no agobiarme ni marcar plazos de lectura. Por otra parte, yo no soy filólogo, y no es mi deseo el analizar las obras literarias como si fuera a presentar un trabajo de Bachillerato o de universidad. No. Las obras son lo que son (y algo habrá que decir en este sentido), pero siguen diciendo cosas a los lectores. Ahí me quiero situar yo.

Hace muchos años, cuando comencé mi periplo como docente, me dieron unas clases de Literatura de 2º de BUP (actual 4º de la ESO) para completar horario (¡qué temeridad!). Disfruté mucho de aquellas clases, sobre todo porque me obligaron a leer a los clásicos. Como no había internet, ni había posibilidad de "piratear" los libros (salvo hacer fotocopias, que eran caras), me vi en la obligación de sacar libros de la biblioteca (creo que todavía existen -es una broma-) y también de comprarlos. Así me hice con una pequeña biblioteca de clásicos castellanos. De vez en cuando releo cosas y recuerdo aquella etapa tan estupenda de la vida, en la que todo era nuevo y todo (bueno, casi todo) me parecía maravilloso.

Bien. La publicación de obras de Literatura española será esporádica. Libris Liberi seguirá con la publicación de reseñas actuales de libros de teología, filosofía, economía, sociología, etc. Que no se turben vuestros corazones. Sin embargo, me gustaría invitar a todo el mundo a colaborar con las reseñas de Literatura de una manera especial. Estoy convencido de que todos, alguna vez, hemos leído algo clásico. Bueno, simplemente se trataría de compartirlo con los demás. Sí, también cualquier otro libro tiene cabida, sea del tema que sea. No hace falta seguir un eje cronológico. Pero, al final, podríamos conseguir tener una buena base de títulos clásicos en lengua española o castellana. ¡Animaos!




El Libro de Alexandre

Esta obra es del primer tercio del siglo XIII, y es la primera anónima escrita que se conserva del llamado mester de clerecía. Este "oficio de clérigos" surgió en el siglo XIII y comprende una serie de obras con características comunes: se trata de textos narrativos, de tipo religioso o heroico principalmente, aunque no solo, también hay otras que tienen un tono predominantemente lírico; tienen una intención moral o didáctica; casi todas las obras poseen un trasfondo libresco, es decir, se inspiran en fuentes latinas medievales identificables; están escritas en verso con una métrica regular: la cuaderna vía.

La cuaderna vía surge en Castilla a comienzos del siglo XIII hasta finales del XIV. Consiste en estrofas de cuatro versos de rima consonante de catorce sílabas (versos alejandrinos) con cesura tras la séptima. Os pongo un ejemplo del propio Libro de Alexandre donde se explicita en la estrofa segunda:

"Mester traigo fermoso,     non es de joglaría;
mester es sen pecado,     ca es de clerecía:
fablar curso rimado     por la cuaderna vía
a síllavas cuntadas,     ca es grant maestría"
(2).

La cuaderna vía es utilizada en otras obras, como el Libro de Apolonio y el Poema de Fernán González (de las que ya hablaremos en su momento). También es utilizada por Gonzalo de Berceo, del que ya hablaremos también en otro momento.

Visión del mundo

Cuando te acercas al Libro de Alexandre, lo primero que llama la atención no es que se hable de la vida de Alejandro Magno, sino de cómo se le caracteriza. Este se presenta como un caballero medieval, más aún, como un rey, valiente y sabio, dotado de una personalidad fuera de lo común en la que sobresalen la ambición y la falta de mesura. De hecho, es destacable su insaciable búsqueda de fama y de gloria, que nunca se ve satisfecha. Casi aparece como salido de El Príncipe de Maquiavelo, donde el fin justifica los medios.

Sin embargo, todo tiene sentido, dado que la obra tiene un fin didáctico: Alejandro ha intentado conocerlo todo y conquistarlo todo. Por su soberbia, será castigado. La historia de Alejandro es presentada como un ejemplo de la “vanidad” de las cosas de este mundo. Como dice Jesús Cañas en la introducción, Alejandro es un personaje tipo “que fue capaz de alcanzar el dominio sobre toda la tierra, pero al que, en última instancia, todas sus hazañas de nada le valieron: murió como el resto de los mortales y su gloria sólo le sirvió para quedar en la simple memoria de los hombres” (p. 78). Esto vendría a ser un vanitas vanitatum et omnia vanitas, que dice el libro del Eclesiastés en sus inicios.

Pero conviene no olvidar que Alejandro era un personaje pagano y nacido varios siglos antes de Cristo. Si Dios, en su bondad, escucha las oraciones del macedonio, con mayor motivo escuchará las oraciones del cristiano:

“Quando Dios tanto fizo    por un ome pagano,
tanto o más farié    por un fiel christïano;
por nos non lo perdamos,    desto só yo çertano:
qui en Dios ave dubda    torpe es e villano” (2116).

O al final de la narración exclama refiriéndose a Alejandro:

“Non podría Alexandria    tal tesoro ganar,
por oro nin por plata    non lo podrié comprar;
si non fuesse pagano,    de vida tan seglar,
deviélo ir el mundo    todo a adorar” (2667).

Y por si no nos hemos enterado bien del vanitas vanitatum:

“Alexandre que era    rey de grant poder,
que nin mares nin terra    non lo podién caber,
en una foya ovo    en cabo a caer
que non pudo de término    doze piedes tener” (2672).

Así pues, nos encontramos con una obra en la que se pretendía plasmar cuál debería ser el comportamiento adecuado de un soberano, un texto dedicado a la educación, a través de la observación directa de unos hechos, de un modo de comportamiento determinado, de un príncipe o un monarca. Es posible que esta obra estuviera dirigida a Fernando III el Santo o a su hijo Alfonso X el Sabio. Ya sabemos, a falta de modelos de caballeros medievales y más aún de príncipes o de reyes, los clérigos del mester de clerecía echan mano no de santos (aunque hubo buenos hagiógrafos, como Gonzalo de Berceo), sino de personajes históricos que pudieran servir de ejemplo. Esto, si lo traspasamos a hoy, me da que pensar. ¿Cuáles son nuestros modelos en los que puedan verse reflejados nuestros políticos o nuestros jefes de Estado? No quiero entrar en debates, pero me da la sensación de que los futbolistas poco tienen que decir; los actores y cantantes, tampoco; y los superhéroes (a los que yo tanto quiero), rien du tout. ¿Por eso da la sensación de que vamos un poco a la deriva? Hasta la próxima.


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