viernes, 23 de octubre de 2020

Slavoj Zizek: Pandemia. Por Rafael Fraguas de Pablo

Zizek, Slavoj: Pandemia. La Covid-19 estremece al mundo. Anagrama, Madrid, 2020. 148 páginas. Traducción de Damián Alou. Comentario realizado por Rafael Fraguas de Pablo (analista, periodista y sociólogo).

El librito Pandemia de Slavoj Zizek surge en un momento histórico tan singular como el actual. Al modo en que lo hacen las velas de los templos, en él se nos invita a la introspección. Pero en esta ocasión, lo hace para estudiar reflexivamente con sus lectores las causas y efectos de la epidemia global provocada por un patógeno que ha puesto patas arriba el mundo que hemos conocido. Su invitación se muestra hoy mucho más hacedera bajo un confinamiento colectivo como el vivido en la situación presente, en el que el placer de la lectura, aunque sea obligada por las circunstancias, recobra gozosa fuerza como grato consuelo. 

Estamos ante un librito a caballo entre el ensayo y la divulgación, de prosa clara y bien traducida por Damián Alou. El intelectual esloveno, que llegó a ser candidato presidencial de su país, nos sorprende nuevamente con una inteligencia poliédrica que irradia destellos que detectan su fina sensibilidad social; aunque la demuestra no solo mediante un discurso consistente y enterizo, sino salpicada asimismo con sutiles chispazos de ironía, incluso de cierta sorna. Da la impresión de que no tiene otro remedio que el de acudir a cierto comedido histrionismo para soltar la potente carga de evidencias con las que quiere seducirnos primero y persuadirnos después. Es difícil saber en qué clave se mueve, si de drama o de humor cuando enuncia admoniciones de una envergadura lógica de la que no cabe descartar cierta incitación autocrítica a sospechar de sus propias aseveraciones. Ello forma parte de su lúdica relación con sus lectores.

Las bases de su saber se asientan en dos campeones del pensamiento: un clásico ilustrado, el germano G.W.F. Hegel; y un francés, el psicoanalista contemporáneo Jacques Lacan. Dialéctica y psicoanálisis, ambas suavemente pasadas por el cedazo de la cultura de la izquierda real vivida en el Este europeo, coadyuvan a la construcción de su discurso que, en este libro, aflora de manera fluida y espontánea. Ojo pues al autor, que bajo una desenfadada apariencia esconde el cañamazo de un potente estro creativo de alto mordiente crítico, de cuya convincente trabazón será difícil escapar sin llevarse algún hiriente arañazo, tanto es lo afilado de su verbo y su concepto. 

Zizek describe el coronavirus causante de nuestros males presentes de sustantiva manera, altamente descriptiva: “agente infeccioso, generalmente ultramicroscópico, formado por el ácido nucleico, ya sea ADN o ARN (desoxirribonucleico y ribonucleico), dentro de una envoltura de proteínas, que infecta a animales, plantas y bacterias y se reproduce solo dentro de células vivas”. Y remata su definición: “los virus se consideran unidades químicas no vivas y, a veces, organismos vivos”. En esta ambigüedad a caballo entre lo orgánico y lo inorgánico, en el tránsito entre lo heimlich, familiar, conocido y entrañado, orgánico pues, y lo unheimlich, desconocido, extraño, inorgánico, al cabo espantoso —recordemos el Hombre de arena de E.T. Hoffman— parece situar Zizek el potencial de desconcierto que este patógeno arrostra, aquello que parece otorgarle esa furibunda capacidad de autorreplicarse y matar de manera autónoma y atrozmente veloz, como contemplamos en el desarrollo exponencial de sus contagios. 

Slavoj Zizek
Pero Zizek no indaga más en la clínica del asunto, sino que se zambulle en el arriesgado cometido de enhebrar una contundente crítica de su alcance sociopolítico. La primera andanada que suelta se refiere a lo tremendo que resulta el que hayamos necesitados de una hecatombe como la que implica esta pandemia para replantearnos cómo reinventar el modelo de sociedad contemporánea, ahora en jaque, bajo la que hemos vivido. En su segundo embate destaca que la fragilidad humana se encuentra al pairo de que “cualquier estúpida contingencia natural como un asteroide o un microorganismo” pueda acabar con todo lo construido durante siglos de civilización. Y la tercera descarga culmina con la necesidad de aprender a mirar nuestro mundo fuera de las orejeras “que nos imponen el mercado y las leyes del beneficio”, con miras a encontrar otra forma de generar riqueza y recursos necesarios para la vida. 

Todo ello lleva a Zizek a reivindicar una suerte de revolución filosófica que nos permita aprender a guiar nuestras vidas de una manera que tenga en cuenta la certeza de una fragilidad cierta, sometida a incesantes amenazas. Para lograrlo, propone ir más allá de las llamadas a la responsabilidad individual como fórmula única para salir del atolladero en el que nos hallamos, por convertirse estas, asegura, en formas alienadas que esconden cuestiones tan trascendentales, hoy, como la necesidad de cambiar nuestro sistema económico y social de capitalismo financiero. Que a la salida de esta situación la denomine Zizek comunismo poco tiene que ver con el constructo político asociado al Estado socialista internacionalista que hemos conocido en la antigua URSS y hoy, en clave nacionalista, en China; más bien se refiere a un cierto ideal metapolítico, cuyos contornos no define ni sistematiza en modo alguno, lo cual hace pensar que el comunismo de Zizek es una especie de brindis al sol no disímil de cierta provocación, a no ser que persiga que sean los políticos quienes recojan el reto por él propuesto y perfilen el nuevo rostro de lo posible y de lo necesario. Por cierto, sus pinceladas geopolíticas sobre Putin y Erdogan resultan triviales. 

Muchos desafíos teóricos y prácticos se ofrecen, empero, en el breve pero enjundioso trayecto de ideas recorrido por Slavoj Zizek a través de las 148 páginas de este oportuno librito. El más crucial podría ser, quizá, el que coloca bajo el paréntesis de la más desconcertante incertidumbre el futuro de la interacción humana, basamento sustancial de la sociedad. La paradoja según la cual el aislamiento individuado y la distancia interpersonal constituyen hoy la forma suprema de solidaridad social, dibuja un horizonte donde se yergue como borroso e inexorable futuro el magma de lo virtual ultrarreal. Ámbito precisamente éste en el cual se ha movido siempre —como único tiburón en el agua— el vector más irreal de los conocidos, el capitalismo financiero que, a lo largo de esta crisis, reconoce el autor, ha mostrado su incapacidad manifiesta para atajar con eficacia ninguno de los letales ataques con los que el coronavirus nos hiere y nos mata. 


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