viernes, 17 de febrero de 2023

Juan Antonio Estrada: Los ejercicios de Ignacio de Loyola. Por Luis López-Yarto

Estrada, Juan Antonio: Los ejercicios de Ignacio de Loyola. Vigencia y límites de su espiritualidad. Desclée de Brower, Bilbao, 2019. 406 páginas. Comentario realizado por Luis López-Yarto.

Cita el autor en su texto las palabras de Karl Rahner que desafían a los jesuitas a mostrar la vigencia de la espiritualidad ignaciana. Rahner cree que se sigue echando de menos “una teología propiamente dicha de los Ejercicios Espirituales”. El presente denso y completo volumen podría ser una respuesta al gran teólogo. Los Ejercicios, para el autor, que no disimula su veneración por el libro de Ignacio, son literatura devocional que va mucho más allá de los principios abstractos de la teología. Repitiendo palabras de Rahner, afirma que “pueden constituirse como un objeto de la teología de mañana, y en cierto modo ser una fuente de ella”. Se trata de ir con Ignacio más allá de Ignacio. 

La situación que vivimos hoy hace urgente una palabra nueva. Hoy día “la búsqueda de la felicidad y la de Dios se separan. Ahí se enclava la crisis de identidad y de orientación, la crisis de valores en la sociedad…”. Los Ejercicios (no los “ejercicios predicados”, sino aquellos ignacianos que son un proceso altamente personal, cuyo protagonista absoluto es el ejercitante) pretenden, ya desde las dos semanas iniciales, que éste –el ejercitante– vea nacer dentro de sí “una nueva identidad, la consolide y profundice,… se abra a un nuevo horizonte y se integre en un proyecto de vida”. Proponen un proceso con “pretensiones de universalidad, propia de una teología que desborda la confesionalidad católica, a partir de una concepción global de la criatura y de la persona”. El ejercitante se verá impulsado a buscar a Dios desde su proyecto personal, no como una instancia externa, ajena a sí mismo. A encontrar una vida con sentido como forma inmanente de vivir la salvación y a afrontar la vida con esperanza.

Pretensiones tan altas requieren hoy día, y así lo refleja el subtítulo de este volumen, analizar la vigencia y los límites de la espiritualidad ignaciana. Con no disimulado entusiasmo, expone el autor los innumerables aspectos que confirman la vigencia de la religiosidad que transpira, de manera más o menos explícita, la espiritualidad y aún la teología de un hombre del siglo XVI como es Ignacio. Es hoy vigente la capacidad de riesgo que muestra Ignacio al ofrecer su propia experiencia como punto de partida, de mantener su libertad y ser fiel a lo vivido, a pesar de la necesidad de integrar su experiencia personal en la elaboración teológica de su tiempo. Es vigente la revolución provocada por la Primera Semana, que apunta a dar un fin a la nueva libertad conquistada tras el desmantelamiento del pecado y del perdón. Es centralmente vigente la cristificación que propone la Segunda Semana, como lo es la apertura a la llamada de Cristo, invitación a un radical seguimiento tras haber aceptado la propia contingencia y vulnerabilidad, desvelados por el Tercer Grado de Humildad. Es de vigencia central la cruz, que pone ante nuestros ojos un Jesús que muere por fidelidad a su arriesgado e implacablemente honesto proyecto personal. Es vigente la certeza gozosa (hoy vivida de modo tan problemático) de la Resurrección y se recibe aún con entusiasmo el broche de oro de la Contemplación para Alcanzar Amor. El lector pierde su miedo normal al inmanentismo actual, haciéndose consciente del ‘panenteísmo’ cristiano de Ignacio que le motiva y llena de sentido su vida futura de relación con Dios, consigo mismo y con las cosas. 

¿Y los límites? La palabra ‘límites’, nos sitúa ante algo irremediable, de modo quizá poco acertado. El autor, hablando desde la cátedra filosófica y desde un considerable dominio de la Teología, propone reorientaciones, carencias a llenar, giros teológicos a incorporar. ‘Nuevos horizontes que deben ser incorporados’ quizá reflejara la realidad del texto mejor que el término ‘límites’. El autor desea sin duda una intelección más cristológica del Principio y Fundamento, así como desea una revisión de la exposición de la salvación, el pecado, el castigo y el perdón, con explícita alusión al prójimo y al pecado estructural, como uno de los orígenes importantes del pecado. Introduciría también una puntualización de los conceptos de imitación y seguimiento de Cristo, insistiendo en una cristología pneumática, demasiado ausente en la Segunda e incluso en la Cuarta Semana (en la que echa a faltar, con urgencia, una meditación sobre Pentecostés), así como una cristología de la Encarnación menos vinculada al pecado y a la cruz, y más concebida como culminación de la Creación (a lo Scoto). El autor desearía la presencia explícita de una teología ascendente, que permitiera fijar los ojos del ejercitante en la realidad implacable de la humanidad de Cristo y de los pobres concretos, Cristos actuales, con las consecuencias obvias para el cambio de su sensibilidad y de su orientación personal, a la hora de discernir su proyecto de vida. No es lugar esta breve reseña para hacer una enumeración exhaustiva. Las sugerencias son numerosas y expuestas con rigor y seriedad. El lector deberá juzgar de su muy diverso peso teológico o pastoral. 

El libro se cierra con un detallado apéndice sobre la Reglas para sentir “en” (mejor que “con”) la Iglesia. Oportuna llamada de atención hacia un documento, si bien muy vinculado al clima de la Reforma, importantemente vinculado a la grupalidad y ordinariamente olvidado en la práctica habitual de los Ejercicios. 

Los Ejercicios, podemos decir como cierre, conjunto de meditaciones y contemplaciones que transforman la identidad personal y asignan un fin a la persona, para que emprenda una vida con sentido, no solo son hoy un instrumento vigente. Son un instrumento necesario, y más que nunca. Acentuando su teocentrismo cristo-céntrico harán que el ejercitante, tras haber vivido una experiencia personal de Dios (toma el autor palabras de Ignacio Ellacuría), “asuma la realidad, cargue con ella y se encargue de ella”. 


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