miércoles, 4 de septiembre de 2024

Juan María Uriarte: La reconciliación. Por María Dolores López Guzmán

Uriarte, Juan María: La reconciliación. Sal Terrae, Santander, 2013. 148 páginas. Comentario realizado por María Dolores López Guzmán.

Rezuma experiencia y reflexión pausada. Juan María Uriarte, obispo emérito de San Sebastián, dedica las páginas de esta obra a un tema de gran actualidad –la reconciliación–, al que considera, a pesar de las resistencias que todavía despierta, un irrenunciable para seguir dando pasos hacia la paz. En la fe cristiana se trata, además, de un asunto central, pues Cristo es considerado el reconciliador. «Verdad, justicia, diálogo, reconciliación, perdón son mensajes que la Iglesia no puede esconder sin traicionar la misión recibida de su Señor» (p. 12). 

Para afrontar este asunto tan delicado en nuestro contexto actual, con el trasfondo de los cincuenta años de terrorismo de ETA sufridos, el autor divide su análisis en seis capítulos que pueden agruparse en tres partes. La primera parte (capítulos uno y dos) estaría destinada a analizar la reconciliación desde un plano antropológico y filosófico, con el fin de intentar sentar las bases para una definición de la reconciliación, así como clarificar sus objetivos: restaurar la humanidad desgarrada de las víctimas, desactivar la espiral de violencia, facilitar la autocrítica del agresor y reconstruir el tejido destrozado de los diversos tipos de vínculos y relaciones. Sin embargo, el autor considera que dicha aproximación al concepto de reconciliación resulta insuficiente si no se asienta en principios universales con un fundamento ético. Por ello señala dos postulados básicos que habría que defender siempre: «el primado de la persona humana, por encima de cualquier otra causa o formulación», y el reconocimiento de «nuestra común condición como personas» (pp. 35-36). Para completar esta mirada general dedica un espacio a analizar las relaciones de la reconciliación con la verdad, la justicia, el diálogo y el perdón (realidades fundamentales en este proceso). 

La segunda parte del libro (capítulos tres y cuatro) se centra en el análisis de este concepto, pero desde el punto de vista de la fe. Primero, deteniéndose en la doctrina y el testimonio de Jesús y el pensamiento de Pablo (dos figuras que le sirven de hilo conductor para explicar el gran proyecto reconciliador de Dios realizado en Cristo). Segundo, destacando la misión reconciliadora de la Iglesia: un ministerio encargado a la comunidad eclesial entera, aunque adquiera una dimensión particular en los Apóstoles.

Por último, la tercera parte (capítulos cinco y seis) destaca el papel de las instituciones sociales en la praxis real de la reconciliación y concede una importancia fundamental a la educación a través de un principio metodológico por excelencia, que es el diálogo.

Esta obra nace en un contexto particular fruto de las reflexiones de un Pastor al que le ha tocado vivir en una sociedad desgarrada. No se trata de un estudio académico, ni es esa su pretensión, tal y como el propio Uriarte señala en el prólogo. Pero sí tiene el valor de ser el fruto de una combinación del pensamiento y la vida de un obispo que ha participado activamente en intentos de pacificación y reconciliación. 

En este sentido, las aportaciones de este libro de J. M. Uriarte son múltiples. Algunas de las más llamativas serían las siguientes: por un lado, estaría la presentación del tema de la reconciliación con «conocimiento de causa», atendiendo especialmente al ámbito social (una de las dimensiones de la reconciliación que más interés suscitan en este momento); por otro lado, es destacable el tono equilibrado, extremadamente difícil de conseguir cuando se conocen casos cercanos de las distintas partes en conflicto sin por ello perder objetividad a la hora de situar los problemas y establecer criterios que distingan unas realidades de otras (muestra, por ejemplo, una gran delicadeza al hablar de las diferencias entre víctimas y sugiere una «atención diferenciada y de grado distinto», según las circunstancias [p. 29]); un tercer valor de la obra sería el cuidado del lenguaje, comedido y considerado, donde se nota el esfuerzo por ajustar las expresiones al máximo, tratando de ser conciliador a través de la palabra; otra aportación significativa es la visión sobre el papel de la Iglesia con respecto al terrorismo de ETA, tan criticado y a la vez tan desconocido. Aporta y recuerda documentos y textos episcopales que muestran la reprobación de la violencia y la apuesta por la paz, pero reconoce abiertamente que a dicha condena no le siguió un cuidado de las víctimas como realmente merecían. «Las víctimas de ETA, que son las que más han sufrido en su carne y en su espíritu el zarpazo violento, fueron también para la Iglesia, al igual que para la sociedad, un descubrimiento que debería haber sido más temprano. [...] Nuestra sensibilidad evangélica debería haber sido más fina y más activa con todas las víctimas» (p. 91). Por último, merece la pena mencionar otra aportación significativa: la apuesta por un futuro pacífico a través de la educación, donde apunta no solo principios fundamentales de una educación reconciliadora, sino tareas concretas para llevar a cabo. Pero es necesario el compromiso de todos para que se pueda materializar. 

Un libro que merece la pena. Síntesis acertada entre reflexión y praxis, que con realismo destila esperanza y que no solo apuesta por una «pedagogía de la paz» (en expresión de Juan Pablo II que Uriarte refrenda), sino que la destila ya en sus palabras.



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