lunes, 7 de julio de 2025

Carlos Ros: Juan de la Cruz, celestial y divino. Por Saúl López Cuadrado

Ros, Carlos: Juan de la Cruz, celestial y divino. San Pablo, Madrid, 2011. 542 páginas. Comentario realizado por Saúl López Cuadrado.

De nuevo el sacerdote e historiador hispalense Carlos Ros nos entretiene con un libro que, como él mismo dice, «no es un libro piadoso ni lectura de edificación, sino un libro de historia» (p. 467). En la línea de lo ya realizado con Jerónimo Gracián, María de San José, Ana de Jesús y Teresa de Jesús, cuatro de las figuras punteras del comienzo del Carmelo descalzo, es ahora el turno de San Juan de la Cruz, el Santo de la nada, el trovador del cielo, el poeta por la gracia de Dios, el maestro del camino de la Cruz y buscador de Dios, el hombre celestial y divino, tal como lo llamó Teresa de Jesús (p. 7). 

Nos asalta la duda sobre la conveniencia y la necesidad de una nueva biografía del santo. ¿Qué puede aportar Ros que no hayan dicho ya los biógrafos de los últimos cuatrocientos años? Según el mismo autor, objetividad, pues no es carmelita ni está guiado más que por un cariño grande a la descalcez y a la verdad. Por lo tanto, es de alabar su intento de «narrar linealmente las cosas que le han sucedido a él (fray Juan) y a su entorno descalzo, cosas que otros han soslayado» (p. 482). Y aquí encontramos una pista para ponderar la dificultad de afrontar desde un punto de vista simplemente histórico la vida del santo de Fontiveros. En primer lugar, por la falta de documentos; perdidos unos, destruidos otros... Y, en segundo lugar, por el ocultamiento de su figura realizado por los mismos carmelitas a raíz de la humillante persecución que tuvo que sufrir en sus últimos días por parte, fundamentalmente, de Nicolás Doria y Diego Evangelista, los mismos que consiguieron quitar el hábito a Gracián, el hombre de Teresa, y que a punto estuvieron de lograrlo con fray Juan de la Cruz si no hubiera muerto antes. 

La presentación de la figura de San Juan de la Cruz a lo largo de todo el libro aparece salpicada de historias y referencias a la santa de Ávila, a la reforma teresiana y a los tumultuosos comienzos de la descalcez masculina. Si bien es cierto que se antojan necesarias las continuas alusiones a estos importantes capítulos de la historia para el lector no avisado, en algunos momentos del libro parecen excesivas, haciéndonos perder la pista de fray Juan mientras recorremos los caminos de Castilla y Andalucía de la mano de Teresa o asistiendo a los arrebatos y obsesiones de un Doria neurótico.

Comienza el libro relatando la difícil infancia de nuestro santo y cómo, tras recaer en Medina del Campo, decide hacerse fraile carmelita. Después de realizar sus estudios en Salamanca, va a encontrarse con quien cambiaría su vida: Teresa de Jesús. Elegido por esta para, junto con Antonio de Heredia, comenzar la reforma del Carmelo, su deseo de una vida retirada dedicada a la oración se tornará imposible, excepto en algunos cortos periodos de su vida. Bien sea acompañando a la Madre en alguno de sus viajes fundadores, bien sea como confesor de las monjas de la Encarnación, bien recorriendo Andalucía y Castilla, su intensa vida, en la que se entremezclan prisiones con cargos de gobierno en la orden descalza, es todo un escaparate de la situación social, eclesial y religiosa de la España del siglo XVI. No entraremos aquí en más detalles acerca de sus peripecias, que el autor narra con un estilo ameno y directo, a la vez que salpica el libro de recuerdos y testimonios de aquellos que participaron de primera mano en las aventuras de este santo andariego, incluidos quienes estuvieron presentes en la hora de su muerte en Úbeda. Pero sí me gustaría destacar un aspecto que aparece, si no señalado, sí al menos recogido a lo largo de todo el libro: la veneración que tanto monjes como monjas descalzos tenían a fray Juan y la mala relación que, en general, se observa en nuncios, provinciales y generales con el monje entero de ese «monje y medio» con el que Teresa comenzó la descalcez masculina. Es una figura singular la de San Juan, abstraído del mundo e imbuido en sus profundas vivencias místicas. Libre en extremo, pues solo de una cosa necesitaba, y esa era Dios. Quizá esta libertad fue la que le hacía ser tan incómodo para los superiores. 

Es este, en definitiva, un libro sin grandes pretensiones que no trata de abordar la figura de San Juan de la Cruz desde todos los frentes posibles, sino que se limita al ámbito histórico, con algunas pinceladas espirituales y literarias. Un libro que quizá deba leerse en último lugar tras los cuatro del mismo autor referidos anteriormente y a los que de vez en cuando se alude en el texto. Un libro sencillo para quien pretenda acercarse a la figura de San Juan de la Cruz, pero también, y gracias a la prolijidad de notas y a la extensa y bastante actualizada bibliografía, un primer paso para el futuro estudioso de algún punto concreto de la historia sanjuanista.


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