miércoles, 7 de mayo de 2025

Albert Vanhoye: La Misa, vida ofrecida. Por Marta Sánchez

Vanhoye, Albert: La Misa, vida ofrecida. San Pablo, Madrid, 2011. 116 páginas. Comentario realizado por Marta Sánchez.

El libro que Albert Vanhoye ha escrito para esta nueva colección es una joya. En apenas unas pocas páginas, el lector vislumbra el misterio de la Eucaristía. El afamado teólogo sabe explicar de forma sencilla y clara cada uno de los pasos y símbolos que acontecen en este rito. La misa es la fuente y culmen de la vida cristiana. 

El libro se articula en pequeños apartados. Comienza explicando la propia etimología de la palabra. «Eucaristía», o acción de gracias, es celebrar el don de Dios. El Amor encarnado en su Hijo, Jesucristo, y la venida del Espíritu Santo al mundo. Por eso empieza a celebrarse el sacramento con un acto de penitencia, a fin de disponer el corazón para recibir la gracia de Dios derramada sobre todos los corazones. Después, en la liturgia de la palabra, el Antiguo Testamento es la raíz del Nuevo. Mediante la lectura de cada día, el fiel oye cómo el texto cobra vida y es la palabra actual que Cristo dirige a los hombres. Con el Evangelio, Jesús transforma la experiencia del oyente en verdadera vida. A continuación, en la profesión de fe, se realiza un acto comunitario. Y en el rito del ofertorio se da gracias a Dios por los dones recibidos. El pan y el vino son el alimento de la vida cristiana. Jesús llegó para darnos el vino de la Nueva Alianza. Las cuatro oraciones que dice el sacerdote mientras prepara el banquete representan las nuevas dimensiones del Misterio Eucarístico. El agua en el vino es símbolo de la inmensidad del Amor de Dios derramado sobre los hombres. Con el gesto de las manos se purifica el alma. Y cuando el sacerdote invita a la comunidad a orar, se orienta el corazón a contemplar el Sacrificio de Cristo, y toda la comunidad responde: «el Señor reciba de tus manos...», Con la plegaria eucarística se da gracias a Dios por sus dones. El Santo expresa que es en Dios en quien se pone toda la confianza. Con la plegaria eucarística se entra a formar parte del cuerpo de Cristo y a reconocer que todo es «Por Cristo, con él y en él». Por eso, la misa es don de las tres personas divinas, es un acontecimiento de reconciliación, es un acto que santifica. Invita a renunciar al egoísmo y es el memorial de la gloriosa resurrección y ascensión de Jesús. Por eso, al rezar el Padrenuestro, pedimos la relación filial. Esta es la oración de los hijos de Dios. Y este dinamismo profundo del misterio eucarístico impulsa al fiel a sentirse enviado de Cristo en todos los aspectos de su vida: familiar, profesional, social, nacional e internacional. Finaliza la misa con un acto de bendición, fuente de paz y felicidad y expresión de que esta será la misión que Dios confía al hombre: ser testigo de la gracia y el amor de Dios en medio de todos los hombres; tal como Jesús hizo en su paso por el mundo y fue recogido por sus apóstoles: «Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis» (Rom 12,14).


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