Guerrero Alves, Juan Antonio y Martín López, Óscar: Conversación espiritual, discernimiento y sinodalidad. Sal Terrae, 2023. 159 páginas. Comentario realizado por Joaquín Eguren.
Este libro presenta un método de discernimiento mediante la conversación espiritual siguiendo las recomendaciones del Instrumentum Laboris del Sínodo como una herramienta para todos los niveles de la Iglesia desde una perspectiva ignaciana.
Dice el papa Francisco, en el prólogo: «El camino sinodal emprendido por la Iglesia es un camino de escucha en profundidad. Es fundamental y muy necesaria la idea que sugieren (los autores) de una “escucha abierta y vulnerable” que permite que el Espíritu nos mueva y nos cambie, nos haga elegir y nos lleve a concretar».
En el proceso sinodal hay tres palabras clave: comunión, participación y misión. Es precisamente la conversación en el Espíritu -este siempre crea armonía y protege de la polarización- el instrumento que ha comenzado a ser usado en el Sínodo para que la participación de todos contribuya a la comunión y a la misión.
Los autores van desgranando a lo largo del libro los distintos pasos para hacer una buena conversación espiritual, también llamada conversación en el Espíritu, y llevar a buen puerto el discernimiento. El libro contiene siete capítulos, previa introducción y contando al final con los Apéndices. Empieza por explicar el objetivo del libro: ayudar a la comprensión y aplicación del método y profundizar en las disposiciones espirituales que buscan que sea el Espíritu el protagonista verdadero de la conversación espiritual como método sinodal. Es aconsejable la lectura de los apéndices y su utilización ya que complementa la instrucción de los siete primeros capítulos.
En el primer capítulo parte de la reflexión sobre la conversación que tiene carácter cívico y social, como aparece en la encíclica Fratelli Tutti, para abordar luego la conversación espiritual en la que se busca acoger y construir juntos la comunión, integrando la diversidad de sentires en un cauce común.
En el capítulo 2, Al servicio de la sinodalidad, distingue tres tipos de conversación espiritual:
a) La que busca simplemente hablar familiarmente de las cosas de Dios, que se puede mantener con una o entre varias personas. La que se suele mantener en la amistad es la que comparte las experiencias de la acción del Espíritu en lo cotidiano y sencillo;
b) La conversación espiritual, que podemos llamar apostólica, la que trata de suscitar en las personas inquietudes sobrenaturales de mayor entrega y servicio del Reino de Dios. Y muy desarrollada por S. Ignacio y los primeros compañeros para atraer a otros al seguimiento de Cristo.
Y c) la conversación espiritual que se produce en una deliberación en común orientada hacia el discernimiento comunitario.
Aunque el modelo es el que aplicaron Ignacio y sus compañeros, tiene grandes aplicaciones en distintos ámbitos eclesiales. Se busca un bien común para todos.
Dentro de este tipo de conversación existen dos modalidades:
l) Cuando una comunidad debe tomar una decisión muy concreta; por ejemplo, abrir o no una obra apostólica nueva, o cerrar una obra ya existente porque algunos piensan que ya no cumple la función para la que fue creada.
2) Otras veces se trata más bien de buscar juntos orientaciones para descubrir una dirección hacia donde caminar o, incluso, discernir la situación en que se encuentra el mismo grupo. Se trata de una búsqueda más amplia que la anterior. Un ejemplo puede ser preguntarse por las prioridades o las necesidades apostólicas del grupo o comunidad en los próximos años. La primera es una conversación espiritual «abierta» y la segunda «ordenada o pautada». Es en este segundo sentido que la «conversación espiritual sinodal es pautada» porque es siempre grupal, comunitaria y precisa de algunos elementos por los que propiamente se le denomina «pautada».
En el capítulo 3 se aborda como ejemplo de conversación espiritual pautada la deliberación de los primeros jesuitas en 1539. Ignacio y sus primeros compañeros tuvieron que sentarse para conversar, discernir y decidir juntos sobre el camino a seguir en adelante. En la cuaresma de 1539, ya en Roma, tomaron importantes decisiones para la fundación de la nueva orden y su forma de vida. De esta deliberación los autores señalan que ha quedado una especie de acta en la que nos podemos inspirar para un modo de conversar pautado orientado a discernir juntos.
En dicha deliberación hubo tres pasos importantes que pueden iluminar nuestras deliberaciones sinodales:
1) decidir bien la materia de elección;
2) cuidar las actitudes interiores;
y 3) un modo de comunicarse sin confrontación. Todo ello realizado en un clima orante.
Respecto al punto 2, Cuidar las actitudes interiores, se remiten a lo establecido en el primer presupuesto de las Anotaciones de los Ejercicios Espirituales: «Se ha de presuponer que todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquiera cómo la entiende, y, si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve». Se propusieron tres proposiciones del ánimo siguientes:
La primera: pedir a Dios lo contrario al propio sentir, estar dispuesto a todo, «que cada cual de tal modo se preparase, y de tal suerte se diese a oración, meditación y sacrificios, para esforzarse en conseguir un gozo y paz en el Espíritu Santo acerca de la obediencia, trabajando de su parte por tener la voluntad más inclinada a obedecer que a mandar, siempre que fuese de igual gloria y alabanza de su divina Majestad».
La segunda: asumir hasta el fondo ante Dios la propia libertad y responsabilidad, y «que ninguno de los compañeros hablase de este punto con otro, ni preguntase razones, a fin de que ninguno fuese arrastrado por la persuasión de otro, y se inclinase más a obedecer que a no obedecer o, al contrario; sino que cada uno buscase solo aquello que de la oración o meditación sacase como más conveniente».
Y la tercera: «ponderar con distancia lo mejor, de modo autónomo disponiéndose a asumir como propia la decisión tomada por el grupo». Esta tarea se realizó mediante la doble vuelta: todos buscan el bien común sin enfrentarse. Es decir, un día todos están a favor y se disponen interiormente a ello y otro día todos se ponen en la posición contraria, en el caso concreto era sobre si aceptar o no tener un compromiso de obediencia «a alguno de nosotros».
El cuarto capítulo, Un modo de compartir y escuchar para acoger el Espíritu, señala que en la conversación espiritual no se trata tanto de alcanzar la unanimidad de posturas o tener una perspectiva común como la comunión de los corazones en la búsqueda de la voluntad de Dios. Dos habilidades o prácticas básicas componen la conversación espiritual: escuchar activamente y hablar intencionalmente. Se trata de escuchar empáticamente, sin filtros ideológicos o prejuicios, siempre tratando de comprender y acoger lo que otros dicen, lo que quieren decir o lo que han experimentado interiormente que, con frecuencia, solo se consigue expresar torpemente. Esto significa «salir del propio amor, querer e interés», buscando compartir «despojadamente» lo que uno cree que es don del Espíritu para el tema que ocupa la conversación y el discernimiento.
Dentro de los beneficios de la conversación espiritual está el de crecimiento personal y el conocimiento mutuo de los miembros del grupo. La conversación puede ser una buena ayuda para resolver conflictos, para que se reconcilien los desavenidos, para vencer la polarización de un grupo, para crecer en comunión y fortalecerlo y, si comparten misión, reforzarla o encontrar nuevos caminos inspirados por el Espíritu. La conversación en el Espíritu cuando se hace hábito es una escuela de virtudes.
El quinto capítulo atiende a las disposiciones interiores. El proceso iniciado, ayudado por la conversación espiritual, nos puede hacer crecer en disposiciones evangélicas, en tener una escucha más profunda y en curar heridas y divisiones. La primera de ellas es que nos ayuda a hablar y escuchar en pie de igualdad. Porque en dicha conversación todos somos hermanas y hermanos discípulos en la escuela del Espíritu en la que se dejan fuera las jerarquías, los roles y las funciones. En la conversación rige el tema de la misma, que es un bien común donde la autorreferencialidad no tiene lugar. Otra disposición es la humildad en el modo de compartir y de escuchar. Por otra parte, la discreción es una virtud en la conversación espiritual orientada al discernimiento, lo cual exige la virtud de la renuncia a la voluntad propia. También que exista la disposición de disminuir el ruido exterior que se internaliza. Por último, si la misión de la Iglesia es uno de los temas de conversación centrales en el proceso sinodal, una disposición espiritual esencial será un modo de mirar el mundo al modo de la Santísima Trinidad como excéntrico y patético.
El capítulo 6 se explaya sobre las notas teológicas, que se resumen en cinco. La primera es la de discernir más allá de normas generales y de lo ya dado, lo cual supone superar el análisis de las normas generales que nos rigen y lo dado que hemos recibido y que podemos pensar que es con lo que hay que contar. Pero Dios va más allá. La segunda es la disposición para ser enseñados por Dios. Es propio de la dinámica sinodal el que todos somos iguales y somos diferentes y por eso somos necesarios en la vida eclesial. Y por ello estamos invitados a participar en la vida de la Iglesia con vistas a fortalecer la comunión y renovar la misión por la escucha del Espíritu. Finalmente, sobresalen dos conceptos teológicos fundamentales muy cercanos al discernimiento en la conversación espiritual: el sensus fidei y el sensus fidelium. Si el sensus fidei es de carácter más personal, el sensus fidelium apunta a la capacidad de todo el pueblo de Dios para discernir juntos la verdad de la fe y para transmitirla. Pero no hay que confundirlo «con la realidad sociológica de la búsqueda de una opinión mayoritaria».
En el capítulo 7, La realización de la conversación en el Espíritu, se presenta el esquema básico que ha propuesto el Instrumentum Laboris del Sínodo sobre el método para la conversación espiritual. El método se articula en tres etapas fundamentales llamadas rondas. En las tres rondas se indica que siempre en un clima de silencio y oración «la primera está dedicada a que cada uno tome la palabra a partir de su propia experiencia releída en la oración durante el tiempo de preparación. Los demás escuchan sabiendo que cada uno tiene una valiosa aportación que ofrecer, sin entrar en debates ni discusiones».
En la segunda ronda, «se invita a cada persona a abrir en sí misma un espacio para los demás y para el Otro. De nuevo, cada uno toma la palabra: no para reaccionar y contrarrestar lo que se ha escuchado, reafirmando su propia posición, sino para expresar lo que durante la escucha le ha conmovido más profundamente y por lo que se siente interpelado con más fuerza».
El tercer paso, quizá más complejo que los anteriores, «de nuevo en un clima de oración y bajo la guía del Espíritu Santo, es identificar los puntos clave que han surgido y construir un consenso sobre los frutos del trabajo común». No se trata de buscar un denominador común o mencionar los puntos más citados. Es necesario un discernimiento que preste atención también a las voces marginales y proféticas y no pase por alto la importancia de los puntos en los que surgen desacuerdos. El proceso culmina con agradecimiento y alabanza.
El capítulo recalca el papel de las personas facilitadoras para adaptarla a la situación de cada grupo. Recomienda dedicar un tiempo a presentaciones si no se conocen y van a trabajar un tiempo juntos. En ese momento introductorio conviene también que los participantes compartan el momento espiritual que vive cada uno.
Dependiendo de si hay que tomar una decisión o no, pueden utilizarse las tres rondas o quizás baste solamente con dos rondas. En el caso de que sea tomar decisiones muy difíciles y no son suficientes las tres rondas, puede hacerse como hicieron los jesuitas en la deliberación de 1539, recurriendo al sistema de las dos vueltas como veíamos en el capítulo 3. Luego el texto atiende al tema del discernimiento dando más detalles del mismo, así como el examen que es muy importante para discernir las mociones, también cómo tomar las decisiones y termina resaltando la tarea del facilitador.
Finalmente, en los Apéndices, intitulado «Modelos de esquemas de conversación en el Espíritu para el discernimiento», viene una serie de apuntes sobre distintos aspectos del proceso de discernimiento en diversos apartados. Pautas para la conversación en el Espíritu en un grupo (después de haber hecho la oración personal), Método general de discernimiento en común, Esquema breve del método general de discernimiento en común, Método particular para la toma de una decisión, y finalmente se presentan algunos textos bíblicos que pueden ayudar a profundizar en los trabajos de grupos.
Este libro es muy recomendable no solamente para las distintas comunidades y grupos eclesiales que participan en la dinámica sinodal sino también y muy especialmente para las comunidades y grupos de la Comunidades de Vida Cristiana, ya que lo esencial de las mismas es el discernimiento. En este sentido es iluminador y práctico. Es iluminador porque tiene una profundidad espiritual reseñable y práctico porque contiene una serie muy útil de consejos prácticos para llevar a cabo un discernimiento.
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