lunes, 19 de mayo de 2025

Juan María Laboa: Por sus frutos los conoceréis. Por José Luis Pinilla Martín

Laboa, Juan María: Por sus frutos los conoceréis. Historia de la caridad en la Iglesia. San Pablo, Madrid, 2011. 384 páginas. Comentario realizado por José Luis Pinilla Martín.

Asistí a la presentación del libro de Juan María Laboa, Por sus frutos los conoceréis. Historia de la caridad en la Iglesia, en la abarrotada sala de conferencias de la Universidad Pontificia Comillas. Intuía que la buena predisposición que llevaba quedaría reforzada por su lectura y suponía un enriquecimiento que iba más allá del que habitualmente producen los clásicos libros de historia. Pronto el autor manifestó las intenciones que luego saboreé: «A veces nos convertimos en una escuela de verdades, pero no de amor vivido, aunque nunca han faltado los cuarenta justos, ni tantos seguidores de Jesús ocultos con él y en él». 

No quedé defraudado. Hasta el punto de que dudé, al final de su lectura, si los 48 capítulos, tan bien trabados con el fino hilo de la caridad, dejaban en mí la sensación de haber leído o de haber «orado». 

El libro no es un tratado al uso, no es una historia del cristianismo (solo) ni es un libro teológico (solo), aunque en el libro haya sistematización y mucha y buena teología que fundamenta el amor del que permanentemente se habla, surgido del misterio de Dios revelado a través de la Palabra y expresado en Jesucristo como un grito que desvela la fuente del amor. Ahí se puede apoyar toda la creación cuando uno la «contempla desde el amor» que señala el horizonte de toda la historia humana iluminando y acompañando a la Humanidad entera. (Recomiendo al respecto el primer párrafo del capítulo 46). Casi se puede decir que es un libro predominantemente cristológico, porque el hilo conductor ha sido la verdad y el ejemplo de Cristo, que nos invitó a enfrentarnos a cualquier manifestación y cantidad de dolor (si este se puede graduar), padecimiento o efecto de la injusticia. La identificación de la Iglesia está en su combate y derrota, si fuera posible, o atenuándolo con la compañía y, a veces, con el «solo estar» o con el «solo coger» la herida de su mano para que invada la nuestra. Así lo narran casi sin solución de continuidad los capítulos 23, 25, 26... Dejémoslo en «un libro de Teología como temática Pastoral», como lo califica la editorial San Pablo, cuyo autor no solo utiliza métodos históricos, sino que no rehuye desvelar su honda creencia espiritual en la misma redacción del texto. 

El criterio evangélico de unir el amor a Dios trino –el amor de las tres personas entre sí y hacia la humanidad– con el amor a los hombres se va desarrollando, poco a poco –en entregas de seis páginas más o menos por capítulo– y con una cuidada y selecta selección de momentos cronológicos que construye una narración no primordialmente «lineal», sino «en espiral» donde va apareciendo ese amor que se entrega hasta dar la vida. Unas veces los capítulos se suceden correlativamente con contenidos y hechos enmarcados en épocas concretas; pero los hechos, otras veces «se hacen» nombre y rostro. Por ejemplo, y sin citar a los «famosos», las anónimas figuras de las religiosas enfermeras muertas por contagio en África, los traperos de Emaús y tantos otros. Ellos disparan la narración hacia la evocación de muchas y breves biografías de tantas mujeres y hombres que han servido para identificar singularmente a la Iglesia, porque no han trasmitido palabras ni discursos ni dogmas; han transmitido que la caridad es el «alma» de la Iglesia. 

Ese amor sencillo –luego reconocido por otros y con otros– va salpicando todas las hojas con amenidad y eficacia, tomado como si fuera un eje transversal que rompiera cualquier despiste para los que buscan autobombo o propaganda sin autocrítica. Es un libro que no sirve para hacerse la foto entregando nuestro donativo a Caritas, sino para descubrir en el anonimato, la humildad, la sencillez y la pobreza los adornos de la auténtica caridad cristiana. 

Para ello, en cada capítulo el autor parte de un «acontecimiento» de la caridad que surge como una gracia (cualquier hecho histórico cuando se viste de autentica caridad es un acontecimiento), lo amplía documentalmente y luego lo hace atravesar por tiempos y lugares, para presentarlo en otras épocas y en otras latitudes. Como si fuera un mapa de todos los continentes, configurado no por las fronteras, sino por la superación de las mismas a través de la obra de hombres y mujeres tan buenos. Esa es la intención del autor: la identificación de la Iglesia, en cualquier coordenada de espacio y tiempo, por la caridad, con la pregunta intencionadamente buscada: ¿Somos –es la Iglesia– coherentes con el mensaje evangélico del amor? ¿Hemos sido humildes al reconocer fundamentalmente en los laicos a los principales agentes de la caridad a lo largo de los dos mil años de historia? Como si hubieran captado que esa es su principal vocación. 

La articulación del libro está confeccionada no solo a partir de los datos, sino también desde un conjunto de reflexiones y preguntas que valen para hoy día (p.ej., en el capítulo 7 parece que fue Juan el Apóstata quien copió de los primeros cristianos lo que hoy llamaríamos las «redes sociales» de la caridad). Estas reflexiones comienzan en el capítulo 5, y de vez en cuando van saltando inesperadamente hacia el lector no sólo para que acepte con naturalidad gozosa esta «diferente» apología de la caridad, sino para que además sienta la interpelación para actuar en su entorno. Todos los capítulos podrían ser o son proposiciones del tipo: «anda, ve tú y haz lo mismo», dirigidas hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia misma. 

El libro tiene una fuerte actualidad para los sucesos de nuestros días. Escuchamos proclamas como «En tiempos de crisis, comunidades fraternas», «Crisis prolongada, solidaridad reforzada»...; y así podríamos seguir con numerosos eslóganes que nos situaran en la respuesta cristiana ante la situación tan aberrante de una crisis tan fuerte como la actual, que está produciendo unos de los mayores empobrecimientos recientes. La historia y el Espíritu que la invade, tan subrayado en el capítulo 37, se hace presente para romper uniformidades tan actuales en «el diálogo con los diversos y con los cristianos incómodos», despertando la imaginación para no repetir los errores y aprender de las virtudes. Repasar el recorrido de la enorme cantidad de hechos (sin contarnos «batallitas» al uso), aspectos, figuras, momentos, bajo la guía sabia del autor de la obra, nos permite a los lectores acceder a un excelente compendio de la historia de la caridad, en el que se ofrece esta historia bajo la guía que ofrece su título: Por sus frutos los conoceréis, proclama del imperativo evangélico, tanto hacia dentro como hacia fuera de la Iglesia. 

Las obras caritativo-sociales no pueden ser más que una permanente novedad y un fruto de la imaginación y creatividad de aquellos que, con una mística encarnada, se encontraron con Cristo «pobre y humillado» en las distintas situaciones históricas que les tocó vivir. Y así se recogen tantas formas nuevas en cada una de las incontables obras y figuras de la caridad. Ninguna de ellas imita a las otras. Sus matices diferenciadores (finos o gruesos) no hacen más que enriquecer al Dios del Amor (¿acaso hay otro Dios?), que con eficacia y perseverancia se va manifestando y encarnando en personas, obras y épocas. Los datos se van acumulando, casi diríamos, como un leve soporte que sostiene lo más importante de sus capítulos: la hondura de una reflexión sobre la caridad y sus distintos «nombres»: la ternura, la solidaridad, el diálogo, la corresponsabilidad, la acogida, la fraternidad, la misericordia, la enseñanza, la justicia, la paz o el martirio. 

Las fechas (imprescindibles), los personajes (abundantes), los concilios (buen resumen y presentación), las obras de caridad (casi todas), las luces (muchas) y las sombras (no ocultadas), las tentaciones y pecados (el capítulo 14 es fundamental), todo o casi todo lo que hemos cometido contra la caridad, que ha sido suplida en ocasiones ayer y hoy, por la arrogancia, el falso poderío, el juridicismo y el legalismo sin corazón...: todo ello va introduciendo al lector en una Historia de las historias de la caridad, hasta casi convertirlo en protagonista anónimo junto al común de los mortales que van apareciendo, porque hablan mucho de aquello de lo que uno más ama en la vida de la Iglesia: la caridad puesta en ejercicio por «nosotros pecadores». Porque «el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras», según la máxima ignaciana.

El autor aborda la caridad en todas sus dimensiones: religiosa, social, cultural, política; todas ellas conduciendo la realidad hacia la instauración de esa «civilización del amor», en la que tanto han insistido los últimos papas y que es necesaria tanto dentro como fuera de la Iglesia misma. 

Merece la pena leer esta obra de Juan María Laboa, entre otras cosas porque demuestra que pecado es «no conocer el amor y no ser capaz de amar», y porque ayuda a reconocer a la Iglesia como la principal generadora de justicia y caridad en la historia globalizada de la humanidad. 


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