Montero, Santiago (coord.): Los rostros de Dios. Khaf, Madrid, 2011. 304 páginas. Comentario realizado por Saúl López Cuadrado.
El Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense de Madrid presenta, de la mano de Santiago Montero, el segundo volumen de su colección publicada por la editorial Khaf. Si el primer volumen estaba dedicado a «Los rostros del mal», este segundo lleva por título «Los rostros de Dios. Las tríadas divinas».
Los dioses de la antigüedad han aparecido en incontables ocasiones agrupados en número de tres, es decir, formando tríadas divinas. Estas tríadas aparecen en el «panteón indoeuropeo, védico, mesopotámico y bíblico, egipcio, púnico, romano, celta y maya» (p. 5). Y al estudio de las mismas se va a dedicar la práctica totalidad del libro.
El supuesto de partida es la sistematización realizada por Georges Dumézil a lo largo del siglo XX. Sus estudios revelan la existencia de un «patrón recurrente según el cual existen tres “estados” sociales: los sacerdotes, los guerreros y los pastores-cultivadores» (p. 11). Ese patrón se ha mostrado válido para, a partir de las tres funciones descritas, organizar en tríadas las divinidades de un amplio número de religiones. La primera función, donde lo sacral se conecta con el ejercicio de la realeza, puede ser ejercida por una o varias divinidades. La segunda función, asociada de modo general a un único Dios guerrero. La tercera función, en la que entran los dioses domésticos, del comercio, de la reproducción, sanadores..., suele recaer sobre varios dioses, y en varias ocasiones sobre gemelos. Tampoco es extraña la presencia en el panteón indoeuropeo de una diosa que asume las tres funciones y que recibe el nombre de «diosa transfuncional». A modo de ejemplo, destacamos la primera tríada indoeuropea que conocemos, datada en el siglo XIV a.C., donde Mitra y Varuna asumen la primera función, Indra la segunda, y los gemelos Nasatya la tercera (cf. p. 19).
La tríada divina «es, en definitiva, un mecanismo para organizar los panteones mediante algún parámetro que relacione estos grupos de tres dioses. Dicho parámetro puede ser la estructura familiar o, de manera más frecuente en el ámbito indoeuropeo, el parámetro funcional. El resultado de dichas agrupaciones puede dar lugar al modelo estrictamente triádico de dioses que reciben un culto coherente, que se invocan de manera conjunta y que de alguna manera representan la totalidad» (p. 37).
El libro, muy bien escrito, está plagado de ejemplos. Todos los autores, a pesar de las desigualdades propias en extensión y profundidad de los capítulos de una obra de estas características, muestran un amplio conocimiento de las religiones objeto de estudio. Todos ellos nos introducen de manera amena y sencilla en las mitologías de las distintas religiones.
Entre los nombres de dioses que el lector encontrará a lo largo del amplísimo recorrido por los diversos ámbitos culturales y lingüísticos que hace la obra, aparecerán algunos que le resultarán tremendamente familiares, como la tríada arcaica romana (Júpiter, Marte y Quirino) o la más clásica –construida sobre el modelo griego de Zeus, Hera y Atenea– de Júpiter, Juno y Minerva. Pero también tendrá ocasión de tomar contacto con otros dioses, como los escandinavos Thor, Wotan y Fricco, o los Patollo, Perkuno y Potrimpo de la Prusia precristiana del siglo XV, entre otros muchos.
La dificultad que supone para el lector medio, no familiarizado con muchas de las mitologías de las que el libro se ocupa, queda bien salvada por las introducciones que cada autor realiza a las mismas.
Como muy bien menciona el profesor Montero en su introducción, hay una tríada especial que, como tal, no entraría dentro de los límites de estudio de la obra, pero que por su peculiaridad e importancia merece ocupar un último capítulo. Nos referimos, por supuesto, a la Trinidad cristiana. Si en el resto de religiones cada uno de los dioses conservaba su independencia (manteniendo incluso un sacerdocio particular para cada divinidad paralelo al celebrado en grandes complejos en favor de la tríada), al tiempo que se relacionaban en dinámicas tríadas asociadas a la realeza, a ritmos cósmicos, etc., con la Trinidad cristiana, nos vamos a encontrar en la necesidad de explicar cómo surge el dogma de la Santísima Trinidad y qué explicación podemos ofrecer del Dios Uno y Trino presentado por Jesús de Nazaret. Concluye el libro, por lo tanto, con un capítulo dedicado a la Trinidad y el credo cristiano. En él se nos ofrece una «síntesis divulgativa sobre cómo y por qué la mayoría de las iglesias cristianas centran su “teología” (su “decir sobre Dios”) en la revelación de Dios Uno y Trino» (p. 272). Se trata de un primer acercamiento a la historia de la sistematización del dogma trinitario. Acercamiento claramente insuficiente para una comprensión completa de un complejísimo tema, pero que nos pone en contacto con figuras como Justino, Ireneo, Tertuliano, Donato y Arrio, hasta llegar a la sistematización del dogma trinitario llevado a cabo en los concilios de Nicea y Constantinopla.


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