Rubio Fernández, Juan: «Hubo una vez un Concilio...». Carta a un joven sobre el Vaticano II. Khaf, Madrid, 2012. 134 páginas. Comentario realizado por Lázaro Sanz Velázquez.
Nos encontramos ante un libro original en el que prima la reflexión personal, «con algunos datos y con mucho de opinión». Está escrito en forma de carta a un joven, al que el autor, Juan Rubio, director de Vida Nueva, da el nombre de Chancho y que personaliza a los jóvenes de 18 a 30 años, gente de una generación distinta de la que vivió el posconcilio. El estilo del libro es directo. Se aleja de la erudición, pero algunas veces hace incursiones en informaciones que el autor considera válidas para que el libro pueda ser usado en las clases de religión en los centros de enseñanza. El libro-carta está dirigido a quien tenga cierta preocupación por saber, no a jóvenes ateos o agnósticos. Los jóvenes necesitan conocer hoy aquella primavera conciliar.
Lo que Juan Rubio va a contar en esta carta es una experiencia de vida, de luz y de belleza que la Iglesia emprendió hace cincuenta años con el Concilio Vaticano II, para que los jóvenes no olviden que en la Iglesia ha habido y hay gentes con vigor e ilusión que han entregado sus vidas para «darte una razón de vivir y de soñar». «No creo que hoy se pueda vivir en la Iglesia sin conocer y estudiar toda la riqueza que encierran los documentos que salieron de aquel Concilio, pero sobre todo su espíritu. Esa es la razón que me ha impulsado a escribirte esta larga carta» (p. 26)
Con sentido periodístico, el autor parte de la realidad, de la historia que vivimos, del momento político, económico, cultural, religioso. Esta realidad se convierte en el punto de partida de una reflexión iluminada con el pensamiento, con las fuentes de la verdad, tratando de buscar sentido y ofreciendo soluciones.
El momento en que Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II era delicado. Había mucho miedo a lo de fuera. Se estaban produciendo unos cambios profundos, había hostilidad hacia la Iglesia. El secularismo y la indiferencia religiosa crecían a marchas forzadas. En la Iglesia no se sabía qué hacer.
En ese momento el Espíritu de Jesús, en la persona del papa y de los obispos en comunión con él, escuchando el rumor del pueblo de Dios, se puso en medio y realizó un nuevo Pentecostés. Eran momentos en que se dibujaba el futuro.
A lo largo de los capítulos, Juan Rubio va presentando una serie de hechos que describen la realidad juvenil. Habla, por ejemplo, del desconocimiento que los jóvenes tienen de los textos conciliares, pensando que el Vaticano II fue el causante de muchos de los males que asolan los ámbitos religiosos. El autor refuta el argumento con contundencia: «El Concilio fue un nuevo Pentecostés que reformó a la Iglesia y la renovó por dentro, lanzándola hacia fuera con fuerza y esperanza. Eso fue lo más importante del Concilio».
A continuación, en cada capítulo, va desgranando algunos de los entresijos del anuncio, de la puesta en marcha y de la celebración del Concilio. Nos define qué es un concilio y cómo fue el Vaticano II, intercalando anécdotas desconocidas.
Pasa revista luego a los concilios celebrados en la Iglesia, para hablarnos después de cómo se encontraban el mundo y la Iglesia en aquellos años 60: «No eran tiempos fáciles. Las reformas llamaban con fuerza a todas las puertas». Y, enseguida, presenta los cuatro documentos clave del Concilio, resultado de estudios previos, discusiones, arreglos y acuerdos. Se detiene, desmenuza y presenta con claridad la Lumen Gentium («Entender este documento, en el que la Iglesia se piensa a sí misma y se estructura según una teología más de comunión y misión, es importante»), la Gaudium et Spes («El texto de esta Constitución fue una auténtica revolución en el mundo en general»), la Sacrosanctum Concilium («Aunque parecía que era el menos importante de los documentos, fue el primero que se aprobó, aunque solo fuera por razones prácticas») y la Dei Verbum («De entre los documentos emanados del Concilio Vaticano II, es uno de los que gozan de mayor rango normativo en la Iglesia católica»). Tras una síntesis diáfana de cada uno de ellos, el autor ofrece a los jóvenes un capítulo de gran interés: «Algunas preocupaciones personales con respecto a los ritmos de aplicación del Concilio». («Y ahora deseo hacerte un resumen de algunas preocupaciones que tengo con respecto al Concilio. Las señalo porque a veces temo que se estén olvidando o perdiendo. Me preocupa que se devalúe el concepto de Iglesia como Pueblo de Dios... Me preocupa también nuestro deseo de tener la última palabra en el mundo, de querer saber de todo, de opinar de todo y de querer que lo nuestro sea lo más importante. Me preocupa una Iglesia del “no”... Otra cosa que me preocupa es que no sabemos repartir culpas... Otro aspecto preocupante es el ecumenismo»). Lo que viene a decirnos es cómo «bajar el Concilio a nuestros afanes cotidianos, insertarlo en nuestras preocupaciones concretas de cada jornada, colocarlo junto a nuestros pasos y nuestro caminar». En el Epílogo nos ofrece su «Credo personal», su visión de la Iglesia, del Pueblo de Dios, de su caminar por la historia, de los jóvenes de hoy. A continuación el libro nos presenta el mensaje del Concilio Vaticano II a los Jóvenes y acaba con algunos artículos periodísticos del propio autor sobre el Concilio.
El libro ofrece dos núcleos de reflexión muy interesantes y bien relacionados entre sí: el análisis de la situación de los jóvenes en la actualidad, con sus problemas y sus interrogantes principales; una presentación no erudita, pero muy bien sintetizada, de los puntos esenciales de los principales textos conciliares, cosa que favorece su utilización práctica en clases de religión o en otros tipos de reuniones de formación.
Por último, señalar que su estilo epistolar, directo, hace que la lectura se convierta en un atractivo dialogo entre autor y lector, lo que permitirá a los jóvenes que lo lean profundizar en las enseñanzas del Concilio y en su aplicación actual.

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