jueves, 26 de abril de 2018

Rafael Lazcano: Lutero. Por Pedro Zamora

Lazcano, Rafael: Lutero. Una vida delante de Dios. San Pablo, Madrid, 2017. 272 páginas. Comentario realizado por Pedro Zamora.

El autor califica esta obra de «vita brevis de Lutero» (p. 15), pues está pensada como introducción a Lutero con vistas al V Centenario de la Reforma Protestante (1517-2017). De ahí que huya del tecnicismo tanto histórico como teológico. 

La disposición de la obra se ciñe a la vida de Lutero, de modo que el índice de sus 38 capítulos (con una extensión media de seis a siete páginas) sirve de tabla cronológica de sus actividades y de su teología, y los encabezamientos de cada capítulo entrelazan aquéllas con ésta. Los capítulos 15 a 31 se dedican a los años de su vida teológicamente más convulso pero también más significativo (de 1517 a 1525) por definir tanto las bases teológicas como asentar las estructuras de las futuras iglesias evangélicas. Este tratamiento diacrónico, más la práctica ausencia de juicios de valor, otorga al conjunto de la obra un carácter de objetividad factual. Lutero es presentado según la comprensión que él tenía de sí mismo como doctor en Teología al servicio de la verdad de la Iglesia (cf. p. 112), poniéndose de manifiesto que no siempre fue entendido correctamente, como en el caso de la propia bula Exsurge Domine de León X (cf. p.158). Es en el capítulo 36 donde el autor nos ofrece una evaluación sobre el legado de Lutero, que proyecta a futuro en el capítulo 37 dedicado a las nuevas perspectivas ecuménicas.

El autor considera que la teología de Lutero es vivencial y no puede reducirse a conceptos abstractos. Y desde esa “vivencialidad”, Lutero supo ligar su teología, vinculada al concepto de libertad (de autoridades humanas, las eclesiásticas incluidas) sustentada sobre la autoridad última de las Escrituras, con una predicación cercana al pueblo por su sencillez discursiva y su vigor experiencial. De ahí también que su traducción de la Biblia al alemán coadyuvara a la consolidación de esa lengua, sino a la transformación de la identidad alemana. Y desde aquí, el autor propone un decálogo para el avance del ecumenismo (p. 241ss). 

A pesar del positivo acercamiento del autor a la teología de Lutero, afloran de modo disperso valoraciones que deberían abordarse desde un contexto mayor. Una de ellas es la calificación de la exégesis y la teología de Lutero como novedosas y estrechamente vinculadas a su experiencia personal (por ejemplo, en p. 81). Este juicio no puede emitirse desvinculado de la doctrina católica que se concibe como progresiva, esto es, abierta al desarrollo de una formulación dogmática que responda a los signos de los tiempos. Desde esta teología, cabe preguntarse por qué no fue capaz de dar una respuesta de unidad a la ‘novedad’ de Lutero, que, a fin de cuentas y más allá de su subjetividad, aglutinaba el sentir de tantos pueblos católicos de la época. Pero se trata de valoraciones tan dispersas que en nada alteran el hilo objetivo y positivo de la obra.

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