viernes, 15 de diciembre de 2023

Miguel Amadeo López Sánchez: Un cuento familiar - Textos

López Sánchez, Miguel Amadeo: Un cuento familiar. Texto inédito. Marzo de 2023.



“Una guerra es una guerra. Y no hay nada más que entender”.
“Los héroes solo son héroes cuando se mueren o los matan. No hay héroes vivos”.

(Palabras de Miralles en Soldados de Salamina, de Javier Cercas).
Robert Capa: Muerte de un miliciano.


Como mínimo, entre 1914 y 1945 seis de cada cien, de los que vivían, murieron por las guerras. No podemos saber si algo parecido ocurrió antes. Todo apunta a que sí, casi seguro pasó más veces. En Europa, se ha dado el único caso conocido de extinción de toda la población de un continente.

Bien sabido es que en España hubo sobremortalidad entre 1936 y 1942. Después no. En 1971 Juan Díez Nicolás en La mortalidad de la Guerra Civil Española dio la primera cifra de víctimas digna de ser tenida en cuenta. Quinientas sesenta mil. En 2005, en el extenso y profundo estudio de Ortega y Silvestre: Las consecuencias demográficas de la Guerra Civil, llegó a las mismas conclusiones que el profesor Díez Nicolás. Hubo sobremortalidad entre 1936 y 1942 y les salió una cifra de 539.590 muertes. Ciento treinta y tres mil seis mujeres y cuatrocientos seis mil quinientos ochenta y cuatro hombres.

La Guerra Civil de 1936 y los sucesos que la desencadenaron, acompañaron y sucedieron, quedaron grabados atávicamente. Tengo claro que al 80% la marea les arrastró, sin tirarse al rio, y se agarraron donde pudieron para salvar el pescuezo. Más o menos lo que pasaría ahora sí ocurriera de nuevo. Que, en el 80% de los casos, los pueblos, y las personas, suelen recibir lo que ellos se proporcionan. Según siembres, y adonde te agarres, recogerás y guardarás la ropa. Por supuesto que tienen importancia la posición de tu familia, la riqueza de tus padres, etc., por supuesto. Pero mayoritariamente y en lo íntimo, en lo que individualmente atañe a cada uno. Si trabajas duro, estudias duro, si “te lo curras”, recogerás. Y, por supuesto, si tu familia es pobre, procura, mucho más, esforzarte. Resumiendo. En el devenir actual de España quien más influye es el propio pueblo español, consintiendo en tener, y votar, lo que tiene y vota. Cada pueblo tiene lo que merece. Y en mi devenir quien más he influido he sido yo. Yo. En el de los demás ni lo sé ni me importa. Ninguno de los resultados posibles, de aquella Guerra, hubiera cambiado mucho mi vida a día de hoy.

De lo que voy a narrar nada es inventado. Es trágico, terrible, tétrico más bien. De hecho hasta que murió el protagonista, en 1997, jamás hablé con nadie de ello y esta es la primera vez que lo llevo al papel. Era un secreto familiar. “Nunca contéis esto a nadie”, nos decían... El miedo atávico.

El hermano mayor de mi madre se llamaba Manuel, familiarmente Manolo, el Tío Manolo. Nació en 1916. De la quinta del 36. Tuvo suerte con la “mili”. Incluso podrían haberle mandado a África, pero le tocó en Galicia. En casa. No le interesaba la política, nunca le interesó. Pero simpatizó toda su vida con la izquierda, al menos en la parte de su vida que conocí. No sé si lo que vio y vivió fue la causa de lo último o no. No sé si las simpatías eran anteriores al “fregao”. En cualquier caso, solo es una circunstancia menor en lo que voy a contar. En las guerras a muchos les debe pasar como a Manolo; forzado a tomar un fusil por una causa con la que no simpatizaba, contra otra que no entendía demasiado bien y por la que tampoco estaba dispuesto a sufrir, mucho menos morir. Pasarse de bando, ni de lejos, Galicia cayó del lado rebelde y hacerlo supondría no ver a la familia durante toda la Guerra. Y suerte que no lo hizo. Le habría costado el paredón. Sin duda.

Manolo era hijo de campesinos, pequeños propietarios. Apenas fue a la escuela. Se hizo sastre y de ello vivió toda su vida. Parco de palabras, amable con los clientes, seco en el trato. Socarrón cuando quería, con una retranca muy gallega. Con gracia. Mucha. De niños le rodeábamos fascinados para que nos hablara de la Guerra y, él, creo recordar, o eso me parece, disfrutaba mucho con los pequeñajos alrededor. Siempre ejerció de “super-tío”. Nos regalaba por los cumpleaños y reyes. Íbamos con frecuencia a su casa. Nos quedábamos a dormir allí… Sentía un cariño tremendo por su madre y especial por su hermana Pilar, nuestra madre, de ahí que, en aquellos años, nos viera a nosotros, los tres hijos varones de Pilar, como una prolongación sanguínea de algo que hoy en día no tiene el menor sentido ni explicar. Quedó viudo pronto, a los 49 años. Solo tuvo una hija. Y cuatro nietos. Tres de ellos varones.

Por los sinsentidos y mentiras de las guerras, Manolo fue un héroe, reconocido y condecorado. Con paga asignada. Aseguraba que peleó en todos los frentes; “hice turismo por toda España gracias a Franco”, decía. Vivió siempre, y tenía la sastrería, en la ribera del Manzanares, al lado del Puente de Segovia en medio de una zona que era “colonia de militares”. Militares de graduación, comandantes a coroneles eran la mayoría de sus clientes. Observaba y me sorprendía el tremendo respeto y camaradería con que le trataban esos clientes con los que, incluso, se tuteaba. Él nos consiguió buenos destinos en la mili. Pese a todo pensé mucho tiempo que exageraba cuando decía que “había estado los tres años de la guerra en primera línea”, hasta que leí, en la obra de Anthony Beevor La Guerra Civil española, que las fuerzas de choque del bando sublevado eran la Legión, Regulares y los cuerpos de ejército de Navarra y Galicia. Estos últimos formaron el Ejército del Norte. No exageraba. Debió estar en primera línea en todos los frentes. Fue un héroe. Sufrió dos heridas por hierro, llevó un trozo de metralla en el cuerpo toda su vida, y se le congelaron los pies en Teruel. La batalla de Teruel se desarrolló en el invierno de 1938 y hubo temperaturas de -20º centígrados. Según decía, lo bueno de las heridas eran las convalecencias, porque le mandaban a casa de permiso tras el alta hospitalaria. Aunque casi pierde algún dedo, las congelaciones fueron lo más grave y la convalecencia más larga. Le libró de la ofensiva de Levante y de la batalla del Ebro.

Era un héroe, pero en los tres años que duró “el fregao” solo, y únicamente, se preocupó, y ocupó, de salvar el pellejo. Contaba que al poco de llegar le “iluminaron la sesera”. Estando guarecidos en alto tras unos árboles, un sargento rodó ladera abajo, “iluminada la sesera”, por asomarla, un poquito, para mirar. Desde entonces, al ordenarles avanzar, solo se fijaba en donde estaba el árbol, piedra, agujero… más cercano para esconderse detrás. Y si ordenaban disparar, sacaba el fusil y tiraba, a retambufa, asomando lo mínimo posible del cuerpo. En otra, vadeando un riachuelo bajo el fuego, uno, que iba delante de él, salto por los aires porque un proyectil dio en las bombas de mano que llevaba colgadas del correaje. Pasaron por debajo de sus intestinos, colgados en las ramas de la orilla. Por eso, por si las moscas, les quitaba el fulminante a todas las bombas de mano que le entregaban. Y si decían de tirarlas; las tiraba…

Un héroe, reconocido y condecorado con paga asignada. Tras las congelaciones, fue de enlace al Alto Mando. En el capítulo final. En Cataluña. Andarían escasos de héroes. Siempre estaba en el bunker de los altos jefes y generales, dentro o fuera. Le entregaban órdenes que tenía que llevar a los batallones, a veces escritas, muchas verbales. Tenía a su disposición una moto. No estaba exento de riesgo, no era la retaguardia, pero era mucho mejor que las trincheras.

Le entregaron una verbal que debía llevar a un comandante para que avanzara hasta una cota. Se presentó y la transmitió “A la orden de usted, mi comandante. Que avance usted hasta la cota tal”. El comandante puso una cara extraña, pero se calló y le ordenó retirarse. Manolo volvió al bunker. Cuando llegó había mucha agitación, una agitación extraña. Oyó: “¿Qué hace ese hombre?”. “Está loco”. “Qué valor, pero está loco”. Manolo quedo sin aliento, ¿Cota tal o cota pascual? Me he equivocado al trasmitir la orden. Estuvo temblando de miedo todo el día hasta que vio pasar al comandante en una camilla con el pecho cubierto de sangre. No respiraba, estaba “heroicamente” muerto. Manolo sí respiró y siguió siendo un héroe. Un héroe.

Pero el acontecimiento que más impresionó a Manolo de los vividos en la Guerra fue uno que jamás nos contó, seguramente muy doloroso para él. Lo contó mi madre con ciertas imprecisiones. Seguramente al poco de acabar la Guerra, o estando a punto de hacerlo, Manolo estuvo custodiando un grupo de presos, probablemente cerca de Madrid. Allí se encontró con alguien de Sarria, su pueblo. Alguien a quien conocía y de su edad que, por los motivos que fueran, luchó con el bando republicano y en ese momento estaba preso. Hablaron, compartieron -más bien, Manolo le ayudó-. Ambos volvieron finalmente, de nuevo, al pueblo; Manolo antes, el otro algo después. El hermano de aquel hombre no le esperaba en la heredad familiar; los padres ya no vivían y ese hermano se creía dueño y señor. Tenían disputas. El otro le instaba a irse porque allí ya no pintaba nada. Y este le decía que ¨¿adónde iba a ir si no a su casa?" -porque aquella era su casa tanto como del otro-. El caso es que una noche sin saber muy bien cómo, pero sí porqué, el hermano le asesinó. Lo pagó con años de prisión y, lógicamente, se perdió la heredad, que supongo pasaría a manos públicas y de abogados. El caso es que el asesino nunca volvió por el pueblo. Contaba mi madre que a Manolo, hablando de ello, le saltaban las lágrimas. -"Canalla, asesino. Si lo hubiera visto como lo vi yo. Adónde podía ir si no a su casa".

Manolo, como dije, murió en 1997 a los 81 años. Padecía la enfermedad de Alzheimer y cirrosis. Un día sufrió una caída en la calle y le llevaron al hospital, del que ya no salió. Le diagnosticaron también neumonía. Murió a los veinte días. Pudimos oír cómo en las ensoñaciones (pesadillas) de inconsciencia previas a la muerte soltaba frases de la Guerra: “a la orden mi teniente”, le oí decir. En un despertar repentino, le dijo a mi hermano: “yo nunca maté a nadie”. El infierno de la guerra le acompañó hasta el final. Y la que más recuerdo es una frase que repetía constantemente cuando de chiquillos nos sentábamos a su alrededor para que nos contara…: “Solo le pido a Dios que vosotros nunca paséis por algo así, que nunca conozcáis una guerra”.


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