miércoles, 13 de noviembre de 2013

Leonardo Boff: Francisco de Roma y Francisco de Asís. Por Javier Sánchez Villegas

Boff, Leonardo: Francisco de Roma y Francisco de Asís. ¿Una nueva primavera en la Iglesia? Trotta, Madrid, 2013 (edición original de 2013). Colección Estructuras y Procesos, Serie Religión. 117 páginas. Traducción de Teodoro Nieto y María José Gavito. Comentario realizado por Javier Sánchez Villegas.

Francisco de Asís no necesita presentación. El Papa Francisco, tampoco. Ni siquiera el autor de este libro: Leonardo Boff. Todo el mundo sabe que, en su momento, fue un religioso franciscano, y que sigue siendo uno de los teólogos de la liberación más importantes. El Vaticano le dio un tirón de orejas y, como consecuencia, ahora publica en editoriales laicas, no de la Iglesia, como esta de Trotta. Otros autores se han visto en las mismas circunstancias, lo cual ha valido para que esta editorial se haya posicionado con fuerza en este mercado tan complicado de la edición de libros, pues ha permitido que muchas "ovejas descarriadas" siguieran sacando a la luz su pensamiento. Trotta se ha convertido en el altavoz de muchos disidentes, heterodoxos o fronterizos teólogos, los cuales ahora levantan la voz reivindicando lo que es de todos: el Papa. Todos hablan de una primavera en la Iglesia, de "brotes verdes" tras un largo invierno de (en su opinión) desolación y fría existencia.
Este libro va en esa línea. Ya solo por el título cualquier lector avezado puede intuir que se trata de un texto en el que se compara la figura del Papa Francisco con Francisco de Asís, aquel joven rebelde que trató de seguir a Jesús desde una pobreza radical, y que llevó a cabo su vocación más profunda: restaurar la Iglesia, en un momento histórico en el que la jerarquía eclesiástica estaba más preocupada por los bienes terrenales que por los celestiales. Francisco de Asís cumplió su misión. ¿La cumplirá el Papa Francisco?

Pero voy a dejar que sea el propio Boff el que presente su obra.
"Ningún papa en la historia de la Iglesia ha escogido el nombre de Francisco. Muchos eligieron, entre otros, los nombres de León, Gregorio, Benedicto y Pío. Escoger el nombre de Francisco, pensando en san Francisco de Asís, hubiera sido para los papas anteriores una gran contradicción. Ellos vivían en palacios, ostentaban muchos títulos honoríficos, concentraban en sus manos todo el poder religioso y, durante mucho tiempo, también el poder civil; poseían territorios (Estados Pontificios), ejércitos, muchos tesoros y bancos. Unían en su persona el Imperium y el Sacerdotium.
Todo eso era precisamente lo que san Francisco de Asís no quería para él ni para sus seguidores. Todos debían ser frailes (fratres, término corrompido derivado de frater, hermano, en latín medieval). Se hacían llamar menores (sin poder) en contraposición con los mayores (los nobles, los grandes señores feudales y los ricos comerciantes). San Francisco y estos frailes optaron por vivir en el suelo de la vida (in plano subsistere), confraternizando con el pueblo, con los pobres y con personas tan rechazadas socialmente como eran los leprosos.
Si un papa venido de la periferia del mundo, fuera de la vieja cristiandad europea, escoge para sorpresa de todos el nombre de Francisco, es porque quiere dar, solo con el nombre, un mensaje a todos: de ahora en adelante se intentará un modo nuevo de ejercer el papado, despojado de títulos y de símbolos de poder, y se procurará poner énfasis en una Iglesia inspirada en la vida y el ejemplo de san Francisco de Asís, es decir, en la pobreza, la sencillez, la humildad, la confraternización con todos, incluidos los seres de la naturaleza y la propia hermana y Madre Tierra. [...]
Por obra y gracia del Espíritu, que siempre acompaña el caminar, a veces tortuoso, de la Iglesia, surgió finalmente un papa venido del fin del mundo, como él mismo dice. Solo por el nombre que escogió -Francisco- representa una nueva esperanza para toda la Iglesia y para el mundo entero.
El día 16 de marzo, en el aula Pablo VI, concedió una entrevista colectiva a los periodistas, y con sencillez explicó el nombre de Francisco, diciendo:
«Cuando se alcanzó el número de votos que me haría papa, se acercó a mí el cardenal brasileño Claudio Hummes, me besó y me dijo: "No te olvides de los pobres". Inmediatamente, con relación a los pobres, pensé en san Francisco de Asís. Después pensé en los pobres y en las guerras. Durante el escrutinio, cuando el resultado de las votaciones se ponía peligroso para mí, me vino un nombre al corazón: Francisco de Asís. Francisco, el hombre de la pobreza, de la paz, que ama y cuida de la creación, un hombre que transmite un sentido de paz, un hombre pobre. ¡Ah! ¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!»
Aquí está dicho lo esencial de su nombre y de la misión que pretende asumir de coordinar y animar la fe y la esperanza de más de mil millones de católicos. Por lo que ha hablado y mostrado con gestos en el comienzo de su pontificado, especialmente con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud [...], augura profundas transformaciones que podrán inaugurar el tercer milenio de la Iglesia católica. Dios lo quiera así."

Poco más se puede decir. Desde mi punto de vista, mucho ha tardado Leonardo Boff en escribir este previsible libro. ¿Llegará la primavera a la Iglesia?



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