Pérez-Reverte, Arturo: Hombres buenos. Alfaguara, Madrid, 2015. 582 páginas. Comentario realizado por Miguel López Sánchez.
Hombres buenos es la última novela de Arturo Pérez-Reverte, que usando unos personajes y acontecimientos reales nos pasea por España y Francia, poco antes de la Revolución.
Personalmente me ha gustado mucho el dibujo de los protagonistas y conductores del estallido revolucionario. El autor hizo el mismo en Un día de cólera de los del levantamiento contra el ejército francés. En el Madrid de Pérez-Reverte fueron otra vez los resentidos, los chulos, de burdel y taberna, las mujerzuelas, la gente de los barrios bajos y algunos militares, los que se levantaron y pelearon en primera línea, arrastrando al resto, a toda España. En el París de Hombres buenos, no fueron los enciclopedistas, académicos o científicos; no fueron los ilustrados reconocidos -iluminados como se llamaban ellos- quienes detonaron la carga social cebada por un Régimen agonizante, ruinoso e injusto, servidor de una nobleza parasitaria, arruinada y tiránica, que sumía en la indigencia y la miseria a campesinos, obreros y burgueses. Voltaire, D´Alambert, Rousseau, Diderot… eran de la clase más alta, convivían con ella, ni en broma imaginaron que sus aportaciones, entre otras cosas, llevarían a miles de los suyos a la guillotina. Fueron los resentidos, la "gentuza”, los parias -¿cómo no?- y muchos de los ilustrados anónimos, quienes protagonizaron la Revolución Francesa, obligando a Europa a liquidar el Antiguo Régimen. Creo que el inicio, en todas las revoluciones, es así. Aunque el saldo final no es valorable hasta pasadas décadas. Me obsesiona personalmente el papel de los últimos, los que llamé "ilustrados anónimos". Estos, en su mayoría, eran seres resentidos por no obtener un reconocimiento social. Marat, Dalton, Saint Just y Robespierre, por ejemplo, eran así. Convencidos de haber hecho los esfuerzos necesarios para obtener lo que les negaron, se quedaron ahí, al pie del cañón (leyendo, escribiendo, conspirando), chisquero en mano, corroídos por la envidia, la estupidez y la mediocridad. Qué difícil debe ser esforzarse para nada, sin que la envidia te carcoma… Qué difícil también “triunfar” inmerecida o merecidamente, sin caer en la vanidad y en la estupidez, o en la mediocridad, reconocida o no.
Por otra parte, la novela cita el caso de Marat e incluso lo introduce como personaje. Pasó a la historia como médico y no lo era, nunca se registró en los colegios médicos ingleses o franceses y sus colegas de la época no le tuvieron como tal. Los informes policiales le citaban como “un truhán y proxeneta que se dice médico y trabaja en ello sin serlo; se piensa que varias personas han muerto por su causa”.
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