Madrigal Terrazas, Santiago: Protagonistas del Vaticano II. Galería de retratos y episodios conciliares. BAC, Madrid, 2016. 714 páginas. Comentario realizado por María Jesús Fernández Cordero (Profesora de Historia de la Iglesia en la Edad Moderna, Universidad Pontificia Comillas de Madrid).
Pudiera ocurrir que, ante el título y el subtítulo de este libro, el lector creyese que se encuentra ante un más o menos interesante conjunto de semblanzas de padres y teólogos conciliares. Ciertamente, la obra de Santiago Madrigal, profesor en la Universidad Pontificia Comillas y destacado experto en la historia y la eclesiología del Concilio Vaticano II, se corresponde con ambos, título y subtítulo, por inspirarse en el criterio ignaciano de contemplación: “Ver las personas, oír lo que hablan, mirar lo que hacen”, o evocar el arte pictórico para trazar un «paisaje conciliar con figuras». Pero el objetivo es más profundo de lo que pudiera parecer: estamos ante una amplia investigación que aplica el método prosopográfico a una cuidada selección de figuras, los «miembros más activos» del Concilio, con la intención de descubrir las redes de relaciones entre personas, grupos y organismos protagonistas, rastrear las líneas de fuerza que entraron en juego y descubrir la dinámica interna del acontecimiento. Si la ocasión para esta obra la ofreció el quincuagésimo aniversario de la inauguración y clausura del Concilio, satisface el interés de quienes deseen acercarse desde la curiosidad por conocer las personalidades que lo hicieron posible, y, a la vez, presta un valioso servicio al “conocimiento interno” —si se me permite emplear de nuevo la inspiración ignaciana— del Vaticano II. La obra se estructura en seis secciones con un total de 18 capítulos, más una conclusión y un apéndice de listados. Las fuentes son los diarios, crónicas, apuntes personales de los protagonistas.
La primera sección, “El Concilio de Juan y de Pablo. Anuncio y preparación, desarrollo y espíritu del Vaticano II”, sondea la intencionalidad, espíritu y significación que imprimieron al Concilio tanto el papa que lo convocó, Juan XXIII, como el que lo continuó hasta su clausura, Pablo VI. Se aborda la inspiración y el sentido del proyecto, sus etapas ante-preparatoria y preparatoria, el ensayo general que supusieron los debates en la Comisión central preparatoria y la clarificación del espíritu del aggiornamento pastoral. Las dos líneas esenciales que determinarán las tensiones del Concilio aparecen ya aquí desde sus organismos y protagonistas principales: la Comisión Teológica del cardenal Ottaviani (prefecto del Santo Oficio), con su secretario Tromp, y el Secretariado para la Promoción de la unidad de los cristianos del cardenal Bea, con su secretario Willebrands. Las memorias del arzobispo sudafricano Hurley y los testimonios del filósofo J. Guitton, primer auditor laico en el Concilio, sirven de hilo conductor, mientras que los documentos y discursos de ambos papas permiten ahondar en sus perspectivas. El concepto de aggiornamento pastoral y el espíritu que Juan XXIII quiso insuflar en un concilio que debía usar la medicina de la misericordia hallaron su continuidad en Pablo VI, que concibió el concilio como «un acto de amor» a Dios, a la Iglesia y a la humanidad (p. 115) y quiso que la caridad pastoral guiase sus actuaciones en relación con su desarrollo.
La preparación del Concilio estuvo en manos de la curia. La segunda sección del libro nos abre a la alternativa planteada: “El Concilio de Ottaviani y de Bea: ¿Defender la doctrina o proclamar la buena nueva?”. Nos acercamos a la personalidad de estos dos cardenales, que alcanzaron su madurez durante el pontificado de Pío XII y estaban llamados a encarnar la minoría y la mayoría conciliar respectivamente. Contemplamos cómo se abre camino la dimensión pastoral del Concilio y cómo, en los ámbitos del ecumenismo, la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas y la libertad religiosa, «el Vaticano II ha sido el concilio del cardenal Bea» (p. 196).
La tercera sección, “El Concilio en manos de los moderadores: ¿Quién dirige y organiza la marcha de la asamblea?”, atiende a la evolución de los órganos directivos y estudia el desarrollo del acontecimiento desde la acción de los cuatro moderadores designados por Pablo VI: los cardenales Döpfner, Lercaro, Suenens y Agagianian. Especialmente logrado está el capítulo dedicado al liderazgo carismático de Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas —a quien se debe el enfoque esencial del Concilio en torno a la reflexión sobre la Iglesia ad intra y ad extra— y Lercaro, arzobispo de Bolonia, con una visión del Concilio profundamente litúrgica, mística y comprometida con los pobres.
La sección cuarta aborda la influencia de las agrupaciones informales del Concilio bajo el título “La fisonomía interna de la asamblea: Conferencias episcopales y agrupaciones internacionales”. Aunque se identifican hasta siete grupos (págs. 354-355), la figura profética de Dom Helder Cámara, arzobispo de Olinda-Recife (Brasil), nos guía en dos direcciones importantes: el esfuerzo del grupo de “la Iglesia de los pobres” por incluir los temas de la pobreza y el tercer mundo, y la puesta en práctica de la colegialidad mediante las reuniones de “La Ecuménica”, que agrupaba a representantes de las conferencias episcopales. El capítulo dedicado a “Los líderes de la nación italiana (Siri, Ruffini, Carli) y la minoría conciliar”, nos asoma, con cuidados matices, a un episcopado italiano fragmentado, pero cuya identidad pretendía ser orientada y liderada por quienes serían los representantes de la minoría conciliar, tendentes a asociar al episcopado trasalpino con los peligros de novedad y modernismo.
La quinta parte, “Los teólogos del «aggiornamento». Fragmentos de reflexión conciliar”, selecciona las figuras de Gérad Philips, Henri de Lubac, Karl Rahner y Giuseppe Dossetti, con visiones y reflexiones teológicas sobre el Concilio de gran riqueza en su diversidad. La sexta y última parte, “Los papas del Postconcilio, nos acerca al proceso de recepción del Concilio Vaticano II”. Nos permite ahondar en las perspectivas de Juan Pablo II y Benedicto XVI (Wojtyla y Ratzinger en los tiempos conciliares) desde la preocupación por la aplicación del Concilio a la vida de la Iglesia y por la hermenéutica para su interpretación.
De la conclusión final, que aporta interesantes reflexiones para una teoría conciliar, rescatamos una apreciación que expresa uno de los muchos valores de esta obra. Aunque aparezcan reiteraciones al acercarse a los mismos hechos desde distintas perspectivas, el conjunto permite conocer “la base humana” del Concilio (al que ponemos rostros y experiencias profundas) y a la vez captar “la realidad más honda” del mismo, como acontecimiento de gracia y «momento de concentración de la conciencia de la Iglesia en el acto de vivir su fidelidad al Señor» (Congar), de modo que sus dos dimensiones, sociológica y teológica, se pueden distinguir, pero no separar (pág. 674).
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