López Barrio, Mario: Dios se hizo humano. La Humanidad de Jesús en el Evangelio Joánico. Gregorian & Biblical Press, Roma, 2016. 154 páginas. Comentario realizado por Eduard López.
Hildegard von Bingen (1098-1179) aparece como una de las figuras medievales tan fascinante como representativa por su afinidad con la experiencia joánica o del Cuarto Evangelio. Bajo la pluma de Theodorich von Echternach, quien elaboró su Vida (Siruela, 2012), leemos: «Un tiempo después vi una visión maravillosa y misteriosa, de tal modo que todas mis vísceras fueron sacudidas y apagada la sensualidad de mi cuerpo. Mi conocimiento cambió de tal modo que casi me desconocía a mí misma. Se desparramaron como gotas de suave lluvia de la inspiración de Dios en la conciencia de mi alma, como el Espíritu Santo empapó a san Juan evangelista cuando chupó del pecho de Cristo la profundísima revelación, por lo que su sentido fue tocado por la santa divinidad y se le revelaron los misterios ocultos y las obras, es decir: “En el principio era el verbo, etcétera”».
La experiencia de la Sibila del Rin introduce tres verbos característicos del Cuarto Evangelio: ver, conocer y dar testimonio. En este sentido, Mario López Barrio, jesuita mexicano, dibuja este evangelio como un itinerario. Aquí no se trata de analizar ni el Jesús histórico ni el Cristo de la fe; cuestión, por otra parte, ya superada y mucho menos pertinente para este evangelio. Por lo tanto, el recorrido joánico es fundamentalmente una experiencia creyente, la cual debe penetrarse, a la cual los ojos del discípulo (visión) se dirige a lo largo del libro de los signos (Jn 1-12). Las bodas de Caná, el encuentro de Jesús con Nicodemo, con la samaritana en el pozo, con la multitud agolpada en la multiplicación de los panes, con el amigo Lázaro o bien en la unción de Betania, son algunos de esos signos que transportan el ojo del discípulo hacia Jesús y su mensaje: “Yo soy el Buen Pastor”, “Yo soy el Pan bajado del cielo”, “Yo soy la Resurrección”. Como si fuese una recurrencia sistemática, “Yo soy”, el ojo va conociendo lo que se va revelando mediante ese hombre que camina, de aquí para allá, parafraseando el título de Christian Bobin.
A partir del libro de la gloria o de la hora (Jn 13-21), lo que se ve y se conoce, lo que se conoce viendo o lo que se ve conociendo adquiere su sentido más álgido cuando el ojo del creyente o del discípulo se adentra en la Pasión y en la Gloria de Cristo, dos términos indisolubles para el Cuarto Evangelio. En el libro de la hora o de la gloria, la revelación es la entrega “Yo soy”, repetido hasta dos veces en el huerto de los olivos. Finalmente, el testimonio es otro de los rasgos joánicos. Mejor dicho: ese deseo inextinguible de dar a conocer a Cristo a quien se ha visto y se ha conocido. Damos la enhorabuena a Mario López Barrio, quien no se enzarza en los laberintos exegéticos sino que, por el contrario, teje con ciencia y sabiduría el itinerario de la fe mediante la luz joánica para que el creyente se vea reflejado, se vaya conociendo y vaya dando testimonio de Dios, quien “se hizo humano”.
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