Moltmann, Jürgen, y Moltmann-Wendel, Elisabeth: Pasión por Dios. Una teología a dos voces. Sal Terrae, Santander, 2007. 118 páginas. Traducción de Milagros Amado Mier. Comentario realizado por Juan Antonio Irazabal.
La teología cristiana es siempre «a varias voces», puesto que se desarrolla en el seno de una comunidad. Por ello, igualmente, «a voces mixtas», como hoy, de nuevo, lo están poniendo de manifiesto nuestras teólogas. Lo que ya resulta menos corriente es que la hagan, como en este caso, dos esposos. Ésta es ya la tercera vez que dan a luz una obra conjunta. Una cooperación teológica que se ha prolongado durante 50 años desde dos sensibilidades distintas: ella desde un trasfondo luterano y feminista, y él más identificado con las tradiciones reformadas.
En esta obra, la contribución de Elisabeth Moltmann-Wendel consiste en tres meditaciones acerca de la experiencia de Dios, la amistad y la fe en modo femenino. La primera, en torno a la curación de la hemorroísa, presenta a Jesús en su ministerio de sanar, que alcanza hasta las fibras más íntimas de la existencia; la autora habla también de las mujeres que hoy «se desangran» por los suyos y de los varones que se desangran en busca del éxito.
Su segunda meditación está centrada en la amistad, una categoría, a su juicio, olvidada por la teología. La familia y la Iglesia, marcadas por ciertas estructuras patriarcales, no sólo deben vivir para los demás sino también con los demás. La tercera meditación destaca la existenciade «una manera de creer específica de las mujeres», capaz de aunar fe y eros.
Jürgen Moltmann, por su parte, presenta dos de los grandes temas de su teología: la cruz y la esperanza, con una atención particular al mundo actual. Al igual que Elisabeth, lo hace en clave, sobre todo, de espiritualidad. La espiritualidad cristiana —dice— consiste en velar y orar. Velar como en Getsemaní. El sueño es paralizante: Chernobyl (150.000 muertos) y, más aún, la creciente crisis ecológica, lo están poniendo de manifiesto. La oración, lejos de ser «el opio del pueblo», es despertar al mundo tal como Dios lo conoce en toda su profundidad. A la manera de Mons. Romero, que veía «en todos los hombres y mujeres, crucificados de la historia, al Dios crucificado».
Como es bien sabido, El Dios crucificado de nuestro autor es uno de los clásicos de la teología de la segunda mitad del siglo XX. Ese libro —confiesa— «era parte de mi personal lucha con Dios», que empezó bajo las bombas que convirtieron Hamburgo, su ciudad natal, en un montón de escombros. ¿Dónde esta Dios? ¿Comparte nuestro sufrimiento?, eran sus grandes preguntas. Cuenta que, cuando en 1961 visitó el campo de concentración de Maidanek, como alemán, «habría preferido que me tragara la tierra antes que continuar». ¿Hemos de creer en un Dios «apático» (impasible)? He ahí el gran problema de la teología. ¿La incapacidad de sufrir no indica una incapacidad de amar? No se trata de un problema teórico sino existencial.
Después de Auschwitz, «sólo el Dios sufriente puede ayudarnos», como proféticamente escribió Bonhoeffer. En el Gólgota no vemos a un Hijo sin Padre ni a un Padre sin Hijo. Tras el 11–S y la actual globalización, la humanidad atraviesa una «nueva era de ansiedad». «El capitalismo agresivo neoliberal está produciendo más desigualdad», semilla de nuevos conflictos. Y, una vez más, los victimarios pierden la memoria, mientras que las huellas del sufrimiento están profundamente grabadas en la memoria de las víctimas. Una Cristología de la reconciliación es, por ello, indispensable: en ella Cristo aparece como hermano de las víctimas y redentor de los culpables. Sin embargo grandes teólogos, como Rahner, Metz, Küng (éste desde su diálogo con el islam y el judaísmo) y D. Sölle han objetado contra esta categoría teológica del «Dios sufriente». Otros muchos, en cambio, la han adoptado, desde perspectivas tan diversas como la Teología de la Liberación, el anglicanismo, la ortodoxia y el minjung coreano.
El fatal error de los terroristas es no comprender que de la mera destrucción del mundo presente no puede brotar una nueva creación. La Resurrección es el verdadero punto de partida para la nueva humanidad. Desde ella, desarrolló J. Moltmann su Teología de la esperanza. En estas apretadas páginas, nos ofrece un resumen actualizado de sus dos obras principales. Crucifixión —por desgracia nuestra— y esperanza —por gracia de Dios— siguen siendo de actualidad.
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