viernes, 23 de marzo de 2018

Peter L. Berger: Los numerosos altares de la modernidad. Por Javier Elzo

Berger, Peter L.: Los numerosos altares de la modernidad. En busca de un paradigma para la religión en una época pluralista. Sígueme, Salamanca, 2016. 254 páginas. Traducción de Francisco J. Molina de la Torre. Comentario realizado por Javier Elzo (Catedrático Emérito de Sociología, Universidad de Deusto).

En el número monográfico de octubre de 2016, de Razón y Fe, sobre “Fe, secularización y pluralismo religioso”, escribí un texto titulado “¿Un mundo post-secular? Miradas desde la sociología”. Abrí mi artículo citando a Peter L. Berger, uno de los pioneros de la tesis de la secularización en la segunda mitad del siglo XX, quien dirigió en el año 1999 un trabajo colectivo en el que se desdecía de gran parte de sus tesis precedentes:
«La idea según la cual vivimos en un mundo secularizado es falsa. El mundo de hoy, con algunas excepciones, es tan furiosamente religioso como siempre lo ha sido; incluso lo es en mayor medida en determinados lugares. Esto significa que todo un conjunto de trabajos estampillados por los historiadores y los sociólogos como ‘teoría de la secularización’ son, en lo esencial, erróneos».
Y también escribiría: “la modernización conduce de forma ineluctable al ocaso de la religión, tanto en la sociedad como en la conciencia de los individuos. Pues bien, es esta idea clave la que se ha revelado errónea”. 

Desde este contexto, llega a mis manos este otro trabajo de Peter L. Berger que recensiono aquí, con excesiva brevedad. Berger parte de sus trabajos anteriores, cita el de 1999, cuya tesis central resumo arriba, y sin desdecirse completamente de sus tesis anteriores, da un paso atrás para señalar que muchas de las tesis de la secularización eran más válidas de lo que él mismo daba a entender en 1999, y da un paso adelante para significar que hay que añadir otro concepto, otra realidad empírica omnipresente que “puede estar vinculado o no a la secularización, pero es independiente de ella” (pp. 10-11). Se refiere al pluralismo reinante en la modernidad.

Afirma que “el pluralismo constituye el gran desafío al que se enfrenta en nuestros días cualquier tradición y comunidad religiosa” (p. 41). Referencia el libro La gaya ciencia (1882) en el que Nietzsche proclamó la muerte de Dios, evocando una visión de “altares vacíos y desiertos” para el siglo XX. En realidad, no es eso lo que ha sucedido, señala Berger. Antes bien el último siglo ha sido testigo de una enorme proliferación de altares. Y esa expansión continúa. Líneas adelante, con sorna traslada Berger a su texto esa anécdota personal: “saliendo del patio de Harvard vi una pegatina que decía: "Querido señor Nietzsche: Usted está muerto. Sinceramente tuyo: Dios". Esto se acerca bastante a la realidad empírica de nuestro tiempo”, concluye Berger (pp. 50-51). 

Berger muestra empíricamente y defiende sociológicamente lo que denomina, a lo largo de todo su trabajo, los dos pluralismos en la sociedad actual (en el ámbito de lo religioso, pero el pluralismo no se limita a ese ámbito, insiste en ello): la coexistencia de diferentes religiones y la coexistencia de los discursos secular y religioso. Respecto de la coexistencia de los discursos secular y religioso, ya muy avanzado el texto, Berger escribe:
«Sostengo que la teoría de la secularización original estaba equivocada en su premisa fundamental, según la cual la modernidad conduce al declive de la religión. Pero no era tan errónea como sus críticos creían. Sí, el mundo contemporáneo está lleno de religión; pero existe también un discurso secular muy importante que ha llevado a que aquella sea reemplazada por formas de enfrentarse al mundo etsi Deus non daretur. El individuo moderno puede desarrollar, y en muchas ocasiones ciertamente lo ha hecho, la capacidad de emplear definiciones de la realidad tanto seculares como religiosas, dependiendo de lo que sea directamente pertinente para el caso en cuestión. El tema de la religión y la enfermedad es un ejemplo destacado al respecto» (p. 114). 
En efecto, es algo obvio: se puede rezar para librarse de una enfermedad, pero se acude al médico. Para Berger nuestra época no lo es tanto de increencia cuanto de duda. Así pues, la gestión de la duda se convierte en una tarea importante, tanto para el creyente individual como para la institución religiosa. “En el ámbito de la religión —continúa— como en otras partes, encontramos dos versiones de las certezas: el relativismo, que hace de la incertidumbre su credo, y el fundamentalismo, que pretende restaurar la sensación de certeza” (p. 126). El primero, el relativismo, está menos extendido pues es cosa de filósofos, o de gentes que se plantean muchas cuestiones (aunque yo modestamente me permito añadir que está bastante más extendido que en el solo mundo de los filósofos), mientras que el segundo, el fundamentalismo, es una demanda (implícita a menudo) de personas que están buscando certezas y no las encuentran. En mi opinión, cabe decir que, en la actualidad, el fundamentalismo es la vía, en el ámbito político, al populismo, como lo fue en el siglo XX a los totalitarismos. De derechas, como de izquierdas.

En este orden de cosas, no me resisto a trasladar aquí una reflexión de un delicioso y profundo libro-diálogo con Charles Taylor, cuya lectura estoy concluyendo mientras escribo esta recensión (Ch. Taylor: Les livres qui rendent libres. Les avenues de la foi. Entretiens avec Jonathan Guilbault. Bayard, París, 2016). Taylor, tras criticar (comentando a Merleau-Ponty y a Hölderlin) la aprehensión del mundo a través del reduccionismo de la razón a la sola racionalidad científico-técnica, apunta, citando a Dostoievsky, “que el ateísmo puede conducir a dos escollos morales: el nihilismo disfrazado de hiperliberalismo, y la codificación ética en una lógica totalitaria”. Aunque, admite a renglón seguido, que, particularmente el segundo escollo, no es extranjero a determinadas posturas religiosas, concluye afirmando que “personalmente cree que un cristianismo auténtico es justamente un antídoto a estos dos escollos” (pp. 126-127). 

Peter L. Berger quien, tras confesarse “luterano muy liberal a nivel teológico” (p. 46), concluye su libro con estas frases:
«Pascal describió la condición humana como aquella que está en algún punto entre ‘la nada y el infinito’ (le néant et l’infini). Esta condición se halla envuelta en el misterio. Los seres humanos se han interrogado sobre este misterio a lo largo de la historia. Y la religión ha sido el principal vehículo para manifestar este asombro […] Esta libertad pone un límite al poder del Estado; es un derecho fundamental que precede y prevalece sobre la democracia o sobre cualquier otra forma de gobierno. No precisa de una justificación instrumental. Si, tal como sucede, la libertad religiosa también resulta útil a nivel político, puede considerarse un beneficio por el que dar gracias» (pp. 175-176).
Magistral final para un texto magistral. Y Peter L. Berger tenía 85 años cuando lo escribió. Pero ahí no concluye el libro, en excelente edición y traducción. En apretadas “Tres Respuestas”, los sociólogos profesores Nancy Ammerman (EEUU), Detlef Pollack (Alemania) y Fenggang (China) comentan y critican el texto de Berger. Sus aportaciones, de gran relevancia, particularmente la de Pollack, enriquecen aún más el interés de esta publicación y merecerían, a su vez, una recensión que escapa a los límites de este texto. En todo caso, el libro me parece imprescindible para todo estudioso de la dimensión social (y también personal) de lo religioso, sea o no creyente. Le hará pensar.

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