Alonso Arroyo, Javier: Santidad para el cambio social. El modelo educativo escolapio. PPC, Madrid, 2017. 285 páginas. Comentario realizado por José Fernando Juan Santos.
Javier Alonso es uno de los máximos impulsores de la acción social en la escuela, aportando contenido, estructura y una potente visión de futuro. De hecho, fue este el motivo de su tesis doctoral en educación, estando todavía en España. Ahora lleva años trabajando en distintas realidades de América Latina, siempre cercano a quienes más necesitan.
En esta obra nos presenta la rica tradición espiritual y pedagógica de las Escuelas Pías. Su fundador, San José de Calasanz, es universalmente reconocido por inaugurar la primera orden religiosa consagrada a la educación e iniciar la escuela popular cristiana en Europa, hace más de 400 años. Lo que se estudia en los primeros capítulos de la obra. Lo más interesante y novedoso quizá ocurra a partir del cuarto capítulo, hasta casi el final. En ellos se trabajan aspectos concretos entrelazados de espiritualidad y educación, mostrando en su amplitud y despliegue la esencia de esta intuición, después abalada por la historia: transformar el mundo a través de la escuela; evangelizar de mano de la cultura y la profundidad de la humanidad y el conocimiento. Signo distintivo será siempre la prevención y se dejará oír continuamente la pobreza.
En cada uno de esta veintena de capítulos se parte, siempre, de una carta de Calasanz. Al igual que otros muchos santos y fundadores, la correspondencia epistolar guarda una especial vinculación con la vida y sus preocupaciones. En el diálogo con sus destinatarios aparecen numerosas inquietudes esenciales, todavía hoy, de la educación y la transformación (y reforma) de la Iglesia y la sociedad. Javier Alonso trabaja su contexto con las aclaraciones pertinentes, pero pasa rápido a relacionarla con otros escritos y documentos, tanto de ayer como de hoy. Aparecen entonces con brillantez intuiciones relacionadas con lo más cotidiano, con el método, con la identidad propia del educador de la escuela de Calasanz, con el acompañamiento al alumno en su integralidad, entre otros. Temas que sonarán familiares a cualquier educador en la escuela cristiana y que ha sabido recoger aportaciones en la misma línea de otros muchos carismas y congregaciones: la centralidad de la relación del maestro y del alumno, a ejemplo, del discipulado evangélico.
Otra dimensión que aparece, de suma importancia, es cómo la escuela se convierte para el profesor en lugar y camino para su propia santidad. Es más, en el fondo, se define al mejor maestro como un santo entregado a los pequeños, que se ha dejado tocar por Dios y vive en diálogo sincero y auténtico con él. Una idea, algo más que una idea probablemente, que convendría rescatar en la escuela católica, tantas veces preocupada por su propia identidad.
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