miércoles, 22 de enero de 2020

José Tolentino Mendonça: Elogio de la sed - Texto

Mendonça, José Tolentino: Elogio de la sed. Sal Terrae, Santander, 2019. 164 páginas. Traducción de Jesús García-Abril.

El día 8 de enero publicábamos en el blog un comentario a la obra de José Tolentino Mendonça: Pequeña teología de la lentitud (ver aquí). En él, ya establecíamos una pequeña semblanza del autor. Por ese motivo, no la repetimos aquí.
Hoy queremos compartir con vosotros varios fragmentos de la obra y una oración: La oración de la sed. Porque todos tenemos sed y queremos saciarla. ¡Ojalá escuchemos la voz de aquel que dice: "Dame de beber"!

"Tener sed y saciarla: de esto habla José Tolentino Mendonça en las reflexiones ofrecidas durante los ejercicios espirituales que dirigió, en la cuaresma del año 2018, al papa Francisco y a la Curia romana y que ahora se recogen en este libro.

Es la verdadera sed: la sed de las periferias del mundo; la sed de quien se muere; la sed que es dolor del alma, vulnerabilidad extrema de una vida que no encuentra salida. Es la sed que constituye la enfermedad de estar siempre insatisfechos, prisioneros de la mercantilización del deseo; pero es también la sed que nos hace movernos, que se convierte en estímulo para un nuevo viaje existencial.


Pero, por encima de todo, lo que interesa subrayar a Tolentino es la oportunidad que ofrece la sed de crecimiento humano y espiritual, cuyas huellas busca tanto en la Escritura como en la literatura y en la poesía.

Se trata de un libro decisivo que guía las reflexiones de la Iglesia sobre el mundo. Un documento de una rara belleza y originalidad".


No es fácil reconocer que se tiene sed.
Porque la sed es un dolor
que descubrimos poco a poco
dentro de nosotros, por detrás
de nuestros habituales relatos defensivos,
asépticos o idealizados; es un dolor
antiguo que, sin apenas darnos cuenta,
descubrimos como que se ha reavivado,
y tememos que nos debilite;
son heridas que nos cuesta afrontar
y, más aún, aceptar confiadamente.



LA ORACIÓN DE LA SED

¡Enséñame, Señor, a rezar mi sed,
a pedirte, no que la suprimas de raíz
o que te apresures a apagarla,
sino que la hagas aún mayor,
en una medida que desconozco
y que únicamente sé que es la Tuya!

Enséñame, Señor a beber de la propia sed de Ti,
como quien se alimenta incluso a oscuras
del frescor de la fuente.

Que la sed me haga mil veces mendigo,
haga que me enamore y me convierta en peregrino.
Que me obligue a preferir el camino a la posada
y la abierta confianza al cálculo programado.

Que esta sed sea el mapa y el viaje,
la palabra encendida y el gesto que prepara
la mesa sobre la que compartimos el don.

Y que, cuando dé de beber a tus hijos,
no sea porque tengo en mi poder el agua,
sino porque, al igual que ellos, sé lo que es la sed.



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