lunes, 21 de octubre de 2019

Pedro J. Gómez Serrano: Nos sobran los motivos. Por Ignacio González Sexma

Gómez Serrano, Pedro J.: Nos sobran los motivos. Una invitación al cristianismo. PPC, Madrid, 2010. 379 páginas. Comentario realizado por Ignacio González Sexma.

El profundo cambio sociocultural que ha experimentado nuestro país en las últimas décadas, así como las consecuencias del mismo para la vivencia de la religión, han llevado a la aparición de numerosos libros y artículos que buscan ayudar a la transmisión de la fe en este nuevo contexto. El libro que comentamos se enmarca dentro de esta corriente, pero con una peculiaridad: el autor intenta hacer un esfuerzo de inculturación del mensaje cristiano partiendo del convencimiento de que Jesús de Nazaret sigue siendo válido aquí y ahora como horizonte de sentido y como estilo de vida.

El libro recoge distintos artículos publicados por el autor en diversas revistas. A lo largo de doce capítulos, divididos en cinco partes, aparece una reflexión sobre diversos temas: la transmisión de la fe, las imágenes de Dios, la afectividad, la comunidad cristiana, el consumo responsable, la familia o el papel de los laicos en la Iglesia, entre otros.

Se trata de un libro extenso y, a veces, un tanto desigual. Como aspectos positivos cabe mencionar la intención del autor de ayudar a la inculturación del mensaje cristiano en nuestros días, desde el convencimiento de la perenne actualidad de la persona de Jesús. Además, el lenguaje, claro y preciso, posibilita una lectura asequible de un libro más bien extenso.

A mi modo de ver, merecen ser destacados los siguientes capítulos:

En primer lugar, los dos capítulos referidos a la fraternidad (V y VI). En un mundo líquido en el que las relaciones humanas son cada vez más frágiles, la fraternidad cristiana, en sus diversas formas, es una propuesta a potenciar para facilitar el seguimiento de Cristo.

El capítulo sobre las imágenes de Dios es de los más interesantes. Caer en la cuenta de nuestras imágenes de Dios y de las consecuencias que tienen esas imágenes para nuestra vida y nuestra fe es una buena ayuda para el seguimiento de Jesús. Es especialmente lúcido el análisis sobre la influencia de la cultura actual en la imagen de Dios que tienen las generaciones más jóvenes.

Finalmente, el capítulo dedicado explícitamente a la transmisión de la fe en la sociedad presente y de futuro puede ser una buena ayuda para todas las personas que dedican su tiempo, su esfuerzo y su ilusión a la no siempre fácil tarea de la evangelización.

Sin embargo, también hay algunos aspectos del libro que pueden ser cuestionados.

En primer lugar su extensión. Sus casi 400 páginas pueden ser un obstáculo para el cristiano de a pie, y no digamos para alguien que empiece a interesarse por las cuestiones de Dios. En este sentido se puede decir que es un libro más apropiado para los agentes de pastoral que para el cristiano «medio».

Unida a la extensión aparece la heterogeneidad de los temas tratados. Aunque es cierto que hay un hilo conductor, a veces da la impresión de que los temas son demasiado diferentes entre sí y quizá habría sido mejor agruparlos en dos libros más cortos, con lo que se ganaría en facilidad de lectura y se evitaría una sensación de cierta dispersión.

En cuanto al contenido hay dos aspectos que son susceptibles de debate. El primero: en ocasiones, los planteamientos pastorales parecen corresponder más a una época reciente (décadas de los 80-90 del siglo XX) que a la actualidad. Incidir en la encarnación y el compromiso fue fecundo hace unas décadas, pero quizá en la actualidad las generaciones más jóvenes están más preocupadas por otras cuestiones como la liturgia o el testimonio, y si de veras queremos evangelizarlas, las puertas de entrada tendrán que ser sus preocupaciones y planteamientos, no las nuestras.

Con todo, el principal defecto de este libro es, a mi modo de ver, la visión excesivamente negativa de la Iglesia institucional que aparece de manera reiterada en sus distintas páginas. Evidentemente hay aspectos revisables en la Iglesia jerárquica, pero enfatizar su anacronismo o su distancia respecto de la sociedad no ayudan precisamente a la transmisión de la fe. Calificar de «completamente anacrónicas y antievangélicas» ciertas opciones institucionales y organizativas (p. 17) o señalar que la Iglesia tiene vocación de ejercer de «Señorita Rottenmeier» (p. 372) puede dificultar seriamente el anuncio del Evangelio. No se puede transmitir la fe al margen de la Iglesia, y quizás el evangelizador tenga que fijarse y transmitir los aspectos positivos de la Iglesia institucional —que también los tiene— y no poner tanto énfasis en los aspectos negativos, aunque esto no suponga el ignorarlos.

En definitiva, estamos ante un libro ambicioso, bien escrito y con una clara intención: facilitar la inculturación del cristianismo en nuestra sociedad. Sin embargo, diversos aspectos, tanto de forma como de fondo, pueden ser susceptibles de revisión.

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