lunes, 20 de junio de 2022

Amedeo Cencini: Los pasos del discernimiento. Por David Guinduláin

Cencini, Amedeo: Los pasos del discernimiento. "...llamados a formar las conciencias, no a pretender sustituirlas". Sal Terrae, Santander, 2020. 144 páginas. Traducción de Fernando Montesinos Pons. Comentario realizado por David Guinduláin.

Este libro es la continuación de dos obras anteriores de A. Cencini (Desde la aurora te busco. Evangelizar la sensibilidad para aprender a discernir, y ¿Hemos perdido nuestros sentidos?: en busca de la sensibilidad creyente) donde se nos propone una pedagogía de la sensibilidad poniéndola en relación con el discernimiento. Esta vez el autor pasa a la parte práctica y muestra un par de ejemplos de procesos decisionales en situaciones eclesialmente “críticas”, como son la crisis afectiva en la vida de un célibe consagrado y el acompañamiento de parejas en situaciones irregulares.

Amadeo Cencini, de 73 años, sacerdote canosiano, es profesor de pastoral vocacional y de metodología de la dirección espiritual en la Universidad Salesiana de Roma, y de formación para la madurez afectiva en el curso de formadores de la Universidad Gregoriana (Roma). Desde 1995 es consultor de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Miembro del Servicio Nacional para la protección del menor de la Conferencia Episcopal de Italia.

Dos son los presupuestos de su enfoque.

El primero es que sólo puede ayudar a discernir quien ha asumido el discernimiento como modalidad normal de crecimiento en la madurez humana y espiritual. Para ello es necesario atravesar unas determinadas etapas por las que se llega a tomar una decisión coherente con la propia vocación. El segundo presupuesto es que la calidad del discernimiento procede de la evangelización de la propia sensibilidad. Este es el punto de partida de todo discernimiento, puesto que se evangeliza la orientación interior que empuja al individuo. El creyente, consciente de qué sensibilidad le orienta, podrá actuar sobre ella y hacer suyos los sentimientos de Cristo.

Una crisis puede convertirse en el punto de partida necesario para un renacimiento personal. La conciencia sufrida de una particular no correspondencia entre lo que la persona es (yo actual) y lo que debería ser (yo ideal), reclama la toma de una decisión que supere este desfase crítico. En concreto, la crisis afectiva en la vida de un célibe consagrado es la conciencia sufrida de un particular conflicto entre el amor de Dios, que el célibe ha puesto en el centro de su propia vida, y un amor humano que desearía insertarse en ese espacio central. Este amor humano puede encorvarse sobre sí, puesto que también es posible “enamorarse” de la propia mediocridad.

La primera pauta debe ser el estado de vigilancia y la capacidad de interrogarse a cada instante. El autor propone prestar atención a las diferentes sensibilidades implicadas en un evento de enamoramiento, puesto que, si se identifica lo que constituye la sensibilidad central, se podrán reactivar las sensibilidades pedagógico-propedéuticas que permitirán tomar la decisión adecuada.

A la luz del kerygma se describe lo que ayudará al sujeto a consolidar su vocación. La sensibilidad psíquica que aporta el coraje, de reconocer con realismo y sinceridad los sentimientos, a partir de un lenguaje descriptivo idóneo. La sensibilidad intrapsíquica que posibilita, con la ayuda del acompañante, el paso de la sinceridad a la verdad. La sensibilidad moral que califica la bondad de lo que está ocurriendo. La sensibilidad relacional que impide que el sujeto use o abuse del otro. La sensibilidad espiritual que lleva a amar a Dios y a dejarse amar plenamente por él para amar como él. La sensibilidad decisional que urge a buscar un nuevo equilibrio de relaciones entre el ideal y la conducta de vida, evitando la tentación de llevar una doble vida. La conciencia de estas sensibilidades debe ayudar a resolver adecuadamente la crisis afectiva del célibe consagrado.

Por lo que respecta al acompañamiento de parejas que se encuentran en situaciones irregulares, el autor describe la sensación de no escucha eclesial, preguntándose cuántos han abandonado la Iglesia a causa de situaciones matrimoniales irresueltas y no han encontrado una escucha adecuada. El Papa Francisco se ha negado a ser él quien resuelva el problema y se ha dirigido a los sacerdotes, en particular, y a todos los que trabajan en la relación de ayuda en tales casos, y les ha pedido que acompañen a los que se encuentran en estas condiciones, para emprender juntos un camino de discernimiento e integración. Esta propuesta expresada en Amoris Laetitia, antepone la persona a la norma para que el que vive una crisis conyugal sea acompañado individualmente, con el fin de identificar su lugar en la Iglesia, aunque no pueda encontrarse en perfecta sintonía y comunión con ella. Se trata de acompañar una conciencia que debe ser formada, no sustituida, generando una libertad responsable, no una dependencia pasiva. Porque, finalmente, el discernimiento se revela más exigente que la norma, ya que requiere pasar de la lógica legalista del mínimo indispensable a la del máximo posible. Esto requiere, de nuevo, una sensibilidad de pastor para acompañar, discernir, integrar la fragilidad de la pareja y de la familia. Se trata, por tanto, de aprender a reconocer la fragilidad como lugar en donde sigue estando misteriosamente activa la gracia que salva, el misterio de la Encarnación.

Esquivando la sospecha de un cambio doctrinal, a lo que el Papa Francisco apunta es a transformar el “despositum fidei” en un patrimonio de vida que crece con el tiempo, para mantener unidos evangelio y experiencia humana. De forma que se pueda entender la doctrina cristiana, no como un paquete de leyes y preceptos sino como la persona viva de Jesucristo, con la que el creyente pretende compartir su misma sensibilidad.

El autor propone las sensibilidades que equipan el agente pastoral para mejor acompañar a los individuos y a las parejas que viven en una situación de irregularidad.

En primer lugar, la sensibilidad pastoral del que, como Dios, va en busca de la oveja perdida; la sensibilidad relacional de quien tiene la mirada fija en la misericordia; la sensibilidad empática de quien, como Cristo, se hace semejante a nosotros y lee los acontecimientos de la vida del otro desde su punto de vista, sin precipitar su juicio; la sensibilidad atenta al dolor, porque no es fácil conjugar la norma con la vivencia única y compleja de cada persona; la sensibilidad espiritual que permite aceptar que el objetivo del discernimiento no es tanto lo que se debe elegir sino lo que Dios está haciendo con la propia vida; la sensibilidad compasiva que otorga la capacidad y la libertad de amar y sufrir como Dios, con un corazón tan libre que pueda hospedar el dolor del otro; y finalmente, la sensibilidad pedagógico-educativa, que vive la sensibilidad de Dios de forma progresiva por estar adherido a la realidad.

La propuesta de A. Cencini nos parece muy pedagógica en la medida que promueve una transformación de la sensibilidad que, partiendo de los sentidos, transforma los afectos y posibilita una respuesta honesta a la vocación personal. La clave está en la lucidez de las diversas sensibilidades que son descritas. Para ello el acompañante tendrá un papel decisivo. Por lo que respecta al célibe consagrado se subraya la exigencia de verdad evitando toda doblez. Para los laicos en situación eclesialmente irregular se propone avanzar hacia el siguiente paso posible, aunque no llegue a alcanzar todavía lo correcto.

Nos preguntamos si en el discernimiento de estos procesos cabría pensar una combinación de esas exigencias proponiendo, tanto a clérigos como laicos, un acompañamiento que combinara la exigencia de verdad y la invitación a continuar peregrinando a pesar del cumplimiento incompleto de la propuesta magisterial. Está claro que la responsabilidad pastoral de clérigos y laicos no suele ser la misma, pero, como sugiere el autor, puede llegar a ser más escandaloso enamorarse de la mediocridad instalándose en el mínimo indispensable que arriesgarse pastoralmente. En cambio, al abrirse a un máximo posible más que a un mínimo necesario, aunque sea desde la fragilidad, se puede dar un testimonio más relevante en el seguimiento de Cristo. El acompañante en definitiva debe ser alguien capaz de mantener la paradoja del Evangelio como criterio de discernimiento en cada ocasión.


1 comentario:

  1. Me ha llamada la atención el tema de la ¿fuerza? de la fragilidad. (Buenas sensaciones), en este libro que comenta ahora, vuelve a aparecer el mismo tema: la paradoja. Mucho “curro” llegar al discernimiento, es lo primero que he pensado. Leeré más sobre el tema..¿este verano?

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