miércoles, 8 de junio de 2022

Abdulrazak Gurnah: Paraíso. Por Fátima Uríbarri

Gurnah, Abdulrazak: Paraíso. Salamandra, Barcelona, 2021. 304 páginas. Traducción de Sofía Noguera Mendía. Comentario realizado por Fátima Uríbarri (Periodista; fauribarri@gmail.com).

Corazón apátrida

El mercader Aziz entra en las aldeas y poblados, ataviado con sus suaves túnicas y su olor a perfume, al frente de una vistosa caravana. Los porteadores le siguen al ritmo de tambores, panderetas y cuernos; el capataz grita y agita su vara amenazante para que nadie pierda el ritmo. El mercader Aziz es un ‘seyyib’, un señor, un amo.

En torno a esta figura que irradia autoridad construye Abdulrazak Gurhah, último premio Nobel de Literatura, el relato de su novela Paraíso, que la editorial Salamandra publica en España.

El triunfo de este escritor en Estocolmo fue una sorpresa. Cuando a Gurnah le concedieron el Nobel “por su penetración inflexible y compasiva de los efectos del colonialismo y los destinos de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes” sólo había tres libros suyos en español. Los habían publicado hacía años las editoriales El Aleph y Poliedro.

La presencia de África en el máximo laurel literario es escasa. Con el tanzano Gurnah son cinco los Premios Nobel de Literatura africanos: los otros cuatro son Wole Soyinka, Naguib Mahfuz, Nadine Gordimer y J.M. Coetzee. Todos ellos autores en inglés, excepto el egipcio Mahfuz que escribía en árabe. La literatura de Gurnah –cuya lengua materna es el suajili– también es en inglés: no tuvo más remedio que aprenderlo cuando se tuvo que ir de Tanzania, con 20 años, expulsado por los disturbios políticos.

En Gran Bretaña lleva más de cincuenta años, pero Tanzania sigue presente en su vida y en su obra junto con sus preocupaciones literarias: la pertenencia a un lugar, las secuelas del colonialismo, los cambios políticos que han provocado desplazamientos masivos de población, los nacionalismos, la memoria...

Se comprende que el asunto de la asimilación a una tierra nueva interese a Gurnah. Sabe de lo que habla porque él lo ha vivido. En una entrevista hablaba de la “sensación de estar suelto o a la deriva”. Así se siente el protagonista de Paraíso, el niño Yusuf, a quien sus padres entregan al mercader Aziz como pago de una deuda. A Yusuf se lo llevan cuando tiene 12 años. Nunca había salido de su poblado ni se había separado de sus padres: la imagen de barca a la deriva se ajusta bien.

Para escribir Paraíso, Abdulrazak Gurnah regresó a Tanzania: “No viajé para recoger datos sino para que el polvo volviera a entrarme en la nariz”, ha explicado en una entrevista.

Paraíso fue nominada para los premios Booker y Whitbread y es una de las obras más destacadas de este escritor. Contiene un buen ramillete de ingredientes interesantes. En primer lugar, el escenario, que es África Oriental en una época convulsa, entre 1890 y 1914, cuando penetró allí Alemania y con ella la Primera Guerra Mundial.

Ese es uno de los temas de la novela: la llegada del hombre blanco y cómo la viven los nativos. Los llaman ‘los europeos’ e inspiran un enorme temor por su ambición voraz y su brutalidad: se quedan las tierras allá por donde pasan, como una plaga de langosta implacable. Invaden aldeas y cazan a los hombres, los convierten en sus porteadores y sus soldados. A los nativos les parece que los europeos tienen superpoderes: “Dicen que tienen la cabeza de hierro y unas armas que pueden destruir todo un pueblo de un soplo”, comenta el sultán de uno de los territorios que atraviesa la novela.

Los alemanes lo quieren todo, las tierras y los hombres que las habitan. Este es el gran asunto sobre el que pivota Paraíso: la esclavitud. Yusuf, el protagonista, es un esclavo: el mercader Aziz es su dueño. Nunca le golpea ni le trata mal –es un acierto que Gurnah no caiga en el maniqueísmo–, pero Yusuf se sabe atado a él y a su voluntad.

Aziz es un comerciante muy astuto que hace sus chanchullos con el contrabando, vive bien, es el gerifalte de su aldea y gana sus buenos cuartos. También es un devoto musulmán, se siente buena gente y se vanagloria de no comerciar con esclavos. Pero se queda con los hijos de sus deudores.

La esclavitud revolotea por la novela. Aziz le cuenta a Yusuf que “cuando los árabes empezaron a venir, comprar esclavos de esta zona era como coger fruta de un árbol. Ni siquiera tenían que capturar a sus víctimas, si bien algunos lo hacían porque disfrutaban con ello. Había mucha gente deseosa de vender a sus primos y a sus vecinos por unas cuantas baratijas”.

Ha explicado Gurnah que nunca ha querido decir con este libro que en África todo iba de maravilla hasta que llegaron los colonizadores europeos, sino que había crueldades con las mujeres, los niños y los débiles igual que en otras sociedades. “Si no muestras la complejidad de lo que precede, entonces no vas a estar nunca en condiciones de comprender la complejidad del hoy”, ha dicho este escritor tanzano. Paraíso contribuye a conocer esa complejidad del África Oriental en los preámbulos de la I Guerra Mundial.

Otro acierto de la ambientación son las descripciones: precisas y bellas, tanto de los espacios abiertos, las extensiones secas, la costa, las selvas densas o las callejuelas de aldeas míseras. Hay paisajes porque Paraíso contiene viajes: uno es la experiencia vital de Yusuf, otro es la ruta comercial de Aziz.

En los primeros compases de la novela siente uno una brisa que recuerda a Cien años de soledad, con el mercader-mago que llega a la ciudad, la despierta y alboroza. Pero poco a poco con la lectura se avanza hacia El corazón de las tinieblas, con las selvas oscuras, los ruidos amenazantes de las fieras y la revelación de la maldad de los hombres y su capacidad de transformarse en lo peor con tal de sobrevivir. Y llega un momento en el que el libro se convierte en una novela de aventuras, con sus héroes y villanos y con los personajes en peligro de muerte.

Hay también una búsqueda, la del paraíso que da título al libro, un ansia muy relacionada con la esclavitud de Yusuf. El paraíso es aquí un jardín y tiene un papel revelador para el muchacho. Al adentrase en ese jardín –que es un terreno prohibido– Yusuf descubre que hay mundos mejores, que existen el amor, la belleza y la libertad.

A su alrededor hay otros esclavos, pero Yusuf, que ha madurado y ha perdido la inocencia a lo largo de su viaje vital, es el único que se plantea escapar de la servidumbre, que se resiste a resignarse a acabar “como todos ellos, metido en un lugar apestoso, invadido por la nostalgia y reconfortado por visiones de integridad perdida”, reflexiona Yusuf. Se da cuenta de que “nos han educado para ser obedientes, para que honremos a quienes nos tratan mal”.

El dilema al que se enfrenta el protagonista de Paraíso es universal: ¿Me quedo aquí y valoro lo poco que tengo? ¿O me tiro por el precipicio de lo desconocido en busca de la libertad? La nada o el destierro. La esclavitud con Aziz o con los europeos. Pobre Yusuf. “La soledad había endurecido una parte de su corazón apátrida”, se dice en el libro. Y en el amor encuentra el arrojo.

Esta novela es de las que se te quedan en la cabeza. Dan ganas de leer más sobre África.


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